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Un inglés de cada dos, al comenzar el siglo, había leído a Sherlock Holmes y ha habido un centenar de adaptaciones al cine, muchas no muy felices, aunque algunas muy originales, que hasta corrigen los fallos del héroe
Cuando el creador del detective Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle, a principios del siglo pasado, cansado ya de tanto pensar para inventar nuevas aventuras, decidió matarlo literariamente a manos de su enemigo el Profesor Moriarty, los ingleses protestaron amargamente. Llovieron cartas al “The Times” y a los editores de la serie.
Y el autor Conan Doyle no tuvo más remedio que resucitar a su héroe y ponerlo a trabajar, para descubrir nuevos crímenes o maridos desaparecidos o huidos.
Casi todos los que pasan por Londres, turistas o no, preguntan por Sherlock Holmes. La mayoría cree que existió porque este personaje logró hacerse un mito mucho más poderoso y concreto que un hombre de carne y hueso.
Ahora hace 160 años que el Dr. Conan Doyle “le dio a luz” a Sherlock Holmes. Conan Doyle no era inglés sino escocés. Nacido en Edimburgo en 1859, se graduó de medicina y tuvo como profesor a Sir Joseph Bell, al cual admiraba y observaba a diario. Al terminar la carrera ejerció la medicina en Southsea durante ocho años, aprendiendo de su maestro el Dr. Bell. Hasta que un día se le ocurrió escribir una novela policial para resaltar los métodos deductivos de su maestro en medicina. A su héroe que, en realidad, era una invención suya, le concedió las dotes del Dr. Bell. Y bautizó al nuevo personaje de ficción como Sherlock Holmes. Su obra se titulo “Estudio en Escarlata” que apareció en el magazine “Strand” en 1857 hace ahora 160 años. Aunque ya Edgar Allan Poe había creado el género policiaco en 1840 y luego hasta Dickens había lanzado un detective en “The Moonstone”, el personaje de Sherlock Holmes barrió en las islas como una escoba a todos los detectives famosos.
Sherlock Holmes era un detective “judicial” que mantenía como principio “la defensa de la Ley”. Y creo que Holmes fue uno de los primeros grandes hombres en hacerlo sin violencia, torturas, juego sucio, y patadas en un interrogatorio como ocurre aquí y allí.
Los turistas recién llegados a Londres, suelen ir a visitar la legendaria dirección de Sherlock Holmes en la calle Baker Street. Y se llevan una pequeña decepción porque el edificio ha sido convertido en hotel, con muchas fotos amarillentas del héroe y muchos souvenirs, pero la calle, de "histórico", nada.
Pero, hay un pub, cercano a la estación de Charring Cross que llevaba su nombre y el establecimiento está dedicado al culto de Sherlock Holmes. Desde la primera aventura del célebre detective se han gastado en Inglaterra cerca de 500 millones de libras en sus novelas, los derechos sobre ellas, se los disputan las editoriales. Ha habido versiones en 87 idiomas (incluidos el frisón, el chino y el euskera), que superan en cifras a Shakespeare.
Un inglés de cada dos, al comenzar el siglo, había leído a Sherlock Holmes y ha habido un centenar de adaptaciones al cine, muchas no muy felices, aunque algunas muy originales, que hasta corrigen los fallos del héroe.
Cuando hay millones de personas en el mundo detrás de un personaje real o irreal popular por bueno o malo, éste termina convirtiéndose en un mito. Casi a diario tanto en el pub que he citado como en el museo de Sherlock Holmes, se vive un poco el ambiente en el que él vivió. Hay clubes que llevan su nombre en Australia, Japón, Hong Kong, Dinamarca, Suecia, Kenia y Estados Unidos.
La célebre universidad de Stanford, California, suele celebrar seminarios sobre el detective. Editores británicos y norteamericanos se disputan las reediciones sobre todo de “Estudio en Escarlata”. Aunque los detectives proliferan, los verdaderamente “deductivos” escasean y van armados, aunque Sherlock Holmes llevó un revólver una sola vez en su vida.
En la sede de “Irregulares de Baker Street” Nueva York, Meter Blau preparó “con serenidad” hace 50 años su aniversario. Se trata del club más antiguo de Sherlock Holmes y algunos esperaban que, aunque fuera en espíritu, el detective ingles estaría presente. Según Meter Blau, Sherlock Holmes “se ha convertido en el personaje literario más popular de todos los tiempos compitiendo con los de la Biblia”.
Sin atrevernos a decir tanto, lo cierto es que el personaje de Conan Doyle sigue siendo tan misterioso, apasionante e imposible de aprehender como hace 160 años. La gente de cierta edad odia compararlo o que le comparen a James Bond. “Se trata de un tipo humano que se conducía siempre como un gentleman (aunque esa palabra se suele usar de forma peyorativa para llamar precisamente a un granuja).
Era alguien que jamás hacía juego sucio y su palabra valía oro. No trataba a sus contrarios con violencia (de ahí su desaparición ante el malvado Moriarty). No llevaba ningún arma al cinto, como todos los policías hoy, le horrorizaba el uso de la fuerza contra los sospechosos y antisociales y prefería morir antes que insultar a una dama aunque todas las evidencias fueran en su contra.
Así como existe un estilo Imperio, existe un estilo Sherlock Holmes, el detective legó una gorra con orejeras a los detectives de su tiempo y una frase celebre “elemental querido Watson”. Stanley Mackenzie, el fundador de la Sociedad Sherlock Holmes de Londres opinaba que más que un estilo impuso sus métodos. “Desde la edad de doce años este caballero se dedicó a publicar en revistas y periódicos (y hasta en conferencias) las 56 novelas de Conan Doyle. Sherlock Holmes era para él un superman mental. Un cerebro.
Sherlock conducía la investigación de un crimen como una investigación científica. A partir de un alfiler de corbata terminaba descubriendo el atuendo del sospechoso, registraba el lugar en el que el alfiler había sido hallado, por quién, la clase de piedra u oro, cuyo origen averiguaba, no tenía a mano el ADN (porque aún no se había inventado), pero se movía como si lo tuviera por simple deducción y conocimiento de la naturaleza humana y su sabiduría. Si por ejemplo conocía alguna circunstancia, una claudicación, una mentira, una amenaza, establecía in mente una especie de retrato-robot, un pasado del sospechoso.
Stanley MacKenzie no podía disimular su pasión por Holmes, pero no frecuentaba el pub de Londres, antes mencionado porque decía que es un “caza turistas”. Stanley añadía que la pasión del creador del detective era la cocaína y no la cerveza y aún menos el whisky. Y, Conan Doyle, gran paradoja, hubiera estado fuera de la ley
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En sus últimos años Conan Doyle se volvió espiritista y hablaba con sus “asesinos”. Pero se acreditó durante toda su carrera de escritor como un formidable botánico. Era un pozo de ciencias y ducho en criminología y leía con todo detalle los asesinatos más célebres.
Como hemos dicho antes Conan Doyle se drogaba, era cocainómano, y como experto en botánica y en todo tipo de venenos, sabía que la droga terminaría por matarle pero decía que si había sobrevivido en sus días más difíciles en la India, era gracias a la cocaína.
Es por eso que terminó transmitiendo el vicio a Sherlock Holmes, su personaje. No sabía como comunicarlo a sus lectores que su héroe se drogaba al igual él. Al fin se atrevió y lo dijo claramente en “El Signo de los cuatro”. Como el detective Sherlock Holmes sabía que la droga le estaba haciendo daño, lo confesaba a sus íntimos y para traducirlo en palabras-según Stanley MacKenzie- “... en esa novela es su ayudante Dr. Watson, quien le reprocha a Holmes que esté enganchado a la cocaína, y aprovechándose de la situación Conan Doyle hace confesión y auto acusación de haber usado cocaína él primero.
El padre de Holmes fue un hombre de su tiempo, conoció a Oscar Wilde y al Dr. Freud y algunos párrafos de sus libros así lo hacen notar, aunque de hecho no ejerció como médico más allá de lo dicho. Y Holmes no hace gala de saber medicina.
Como los policías bobbies ingleses Sherlock Holmes nunca iba armado. Tal vez hubiera llevado pistola si hubiera vivido en otros tiempos
La droga le hacía caer en letargo, aunque Sherlock Holmes se inyectaba solo cuando trabajaba, en escasas dosis, porque si no, no hubiera podido investigar. Conan Doyle trataba de excusarle, pero su mente en realidad funcionaba mejor con droga.
Si bien Conan Doyle era bastante mujeriego, prefirió hacer a Sherlock Holmes más bien misógino. Amor, seducción, sexo o malos tratos apenas se encuentran en sus obras. Pero la pareja hombre- mujer juega un papel determinante en la trama de muchas de sus obras. Tampoco hace a Sherlock Holmes homosexual. E incluso en “Un escándalo en Bohemia” pintó al detective como enamorado de una bella dama, la cantante Irene Adler.
Y siguiendo el hilo de la argumentación pone en boca de Sherlock Holmes la explicación de que no se casa “porque mis investigaciones distraerían o podrían derivar en problemas personales que un detective profesional no puede asumir”.
La solución de ese conflicto la resuelve Conan Doyle haciéndose de nuevo una autocrítica: Irene Adler no le hizo caso porque era vox populi que se drogaba. La sociedad victoriana le perdonaba. Una mujer no.
A Conan Doyle no le gustaba ver a su personaje en el teatro por las libertades que se tomaban los actores al interpretar al detective y es de suponer que si hubiera visto a los Sherlock Holmes del cine, les hubiera llevado a juicio a los guionistas y a los actores, aunque perdería el caso ante todos los jueces, porque… ¡era todo ficción!. Sólo un ejemplo: la célebre frase que Sherlock Holmes tiene para su ayudante cuando este dice algo fuera de lugar que es “!elemental querido Watson!!”, Conan Doyle jamás la escribió. Fue invento del actor norteamericano William Gillete que protagonizó “El problema final” en un teatro de Londres. Y aunque no estaba en el guión se le ocurrió ponerla en boca de Sherlock Holmes.
Un ministro del interior británico Marlyn Reed, en los días de Margaret Thatcher, dijo que Conan Doyle legó su sabiduría a Scotland Yard, pero eso sería difícil de afirmarlo hoy después de la muerte de terroristas por arma de fuego. Después todo cambió y basta con leer los periódicos.
Sin disparar un solo tiro, sin perseguir a sus criminales en coches patrulla, sin silenciador como James Bond o peor, sin tener delante un ordenador, ni el ADN, Sherlock Holmes “resolvió” casi 100 homicidios, 500 casos misteriosos importantes, salvó a 88 rehenes. Siguió hasta su final empleando su método deductivo, copiado después, sin suerte, por cientos de escritores de novelas policíacas, que luego se llamó “la novela negra”. El método deductivo murió con Holmes.
La pista: un mechón de pelos, él análisis de una hábil coartada, una enorme sensibilidad, sobre todo, una insondable intuición eran sus armas no las pistolas. No necesitaba ni el ADN, como hemos dicho.
El estudio de sus métodos se sigue en escuelas criminológicas de Japón, países de Lejano Oriente, Australia, Hong Kong y amantes del género de la justicia que hoy llamaríamos inapropiadamente técnica judicial. En el que fue su estudio del número 221 de Baker Street, hoy convertido en hotel, se siguen recibiendo más de mil cartas semanales.
Los casos más difíciles le han sido planteados a quien ya no puede leerlos. Pero quienes las envían creen, todavía, en un tipo de objetividad y deducción que también murió con él, pero sería faltar a la caridad.
La respuesta ya impresa de la “Sociedad Sherlock Holmes”, que es la que recibe esas miles de cartas, es ésta: “Mr. Sherlock Holmes está muy ocupado estos días. Se halla bien de salud aunque algo cansado. Cando lea su carta, si se encuentra en forma estudiará su caso. Hasta entonces". Firma el Dr. Watson. Pero Holmes no ha encontrado ninguna mujer misteriosamente desaparecida. Hoy se encargan las agencias, sin el arte de Sherlock Holmes.
A nadie extraña que el cine haya despertado o mejor resucitado a la pareja Holmes-Watson para una nueva película con estos héroes de principios de siglo en el film “Sherlock Holmes” encabezado por los actores Robert Downey Jr. y Jude Law que no tuvo un éxito tan grande como se esperaba en todas partes. Comienza cuando Sherlock Holmes y su ayudante Watson capturan al tenebroso Lord Blackwood, un siniestro aristócrata al que se le suponen poderes mágicos.
Antes de ser conducido a la horca, el criminal vaticina una serie de extraños sucesos que acaecerán de manera que el orden político en Inglaterra se verá colapsado para dejar paso a una nueva era. El detective de Baker Street se verá implicado en un extraño caso que pondrá a prueba sus recursos racionales, y le obligará a dar un paso más allá y adentrarse en el mundo de lo esotérico. Y aquí es donde entran en escena a los nuevos Sherlock Holmes y Watson del siglo XXI.
Es algo distinto de lo que estábamos acostumbrados a ver y muchos admiten a los viejos héroes renovados y otros, no. Un buen intento el de enfrentar al campeón de la deducción racionalista con un enemigo (inventado para la ocasión) de corte esotérico.
La película, como no podía ser menos, tiene muchos guiños a los relatos de Conan Doyle, pero también a los Ian Fleming o sea, James Bond, Indiana Jones, etc... Por ejemplo Irene Adler (Rachel MacAdams), descrita en “Un escándalo en Bohemia”, como la única mujer a la que Sherlock amó es una “chica bond” del escritor Ian Fleming, “el padre” de James Bond.
Uno de los aciertos de la película es la relación entre Sherlock y Watson. En los relatos, Watson es un seguidor torpe y tonto que aparece para un contrapunto a la genialidad de Sherlock. Aquí aparece como un igual prácticamente, aunque un par de pasos siempre detrás de Holmes, que es un genio. Se muestran como un tándem de investigadores, no como un detective y su portaantorchas.
Se trata de un interesante fenómeno éste, que probablemente ha dado paso a la serie televisiva House. Y no es un secreto, ya que los mismos productores comentan que está inspirada en Sherlock Holmes.
Hay muchos detalles coincidentes, por ejemplo el que House vive en el 221B, y Holmes en el 221 de Baker Street. Otra coincidencia: en cierta ocasión le hacen un regalo fantasma al Dr. House, en nombre de una falsa Irene Adler. House se inspira en Holmes, pero la relación con el Dr.Wilson progresa, de modo que son más o menos colegas en paridad, aunque Dr. House sea un genio. La relación entre ambos, es muy amigable, y tensa en ocasiones, con mucho humor negro y constantes indirectas siempre con un fondo de camaradería. Y es esa precisamente la relación que mantienen Sherlock y Watson en la película, una relación tomada de una serie inspirada en unos relatos, donde la relación entre uno y otro es, siempre, de gran respeto.