¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Jaloben escriba una noticia?
La influencia del modelo anglosajón ha hecho que incluso los monárquicos más persistentes, olviden lo que significa una abdicación en el Reino de España
¿Alguien conoce la corona española?
Antonio Soria –muy a pesar del señor Yanes y de la compañía Carrera&Carrera (catalanes “de pro”)– diseña y materializa las tiaras de las féminas de la Casa Real; de momento. Pero ¿hay joyas de la Corona en España?
No hay joyas reales en el mismo sentido que existen en países o federaciones como el Reino Unido. No se preocupen; no va a haber coronación religiosa; no vamos a ver rodillas hincadas, ni cardenales –que no será porque estén dispuestos– intercambiando coronas de oro y diamantes en una ceremonia tan “española” como el Monta tanto. Esto no va a ocurrir porque los reyes de este país no portan corona desde hace más de QUINIENTOS AÑOS.
Si miramos un poco de reojo al pasado podremos ver que las coronaciones efusivas, salvo casos muy concretos, no están en la tradición española. Cuando en un arrebato de tradición cultural soltamos un “A rey muerto, rey puesto”, no estamos más que repitiendo lo que es una costumbre natural de nuestra monarquía. De hecho era una tradición de los Austrias, la de obviar a sus antecesores, que fue asumida por los Borbones españoles. El príncipe heredero no solía acudir a las pompas fúnebres de su predecesor.
Por otro lado, las abdicaciones como tales no gozan de una tradición especialmente nutrida entre los miembros de esta casa real. Pasa que hubo algunos altercados centrados en el periodo de Fernando VII, y a partir de él todas las irregularidades que podamos imaginar. La reconstrucción de los hechos -sobre todo la democrática- se hace complicada incluso para los miembros más aventurados de la Real Academia de la Historia. Se lo podrán explicar a ustedes; otra cosa es que ellos mismo se puedan explicar de forma racional este desbarajuste que termina en un modelo de Monarquía Parlamentaria, el que votamos. El que admitimos cada vez que hacemos efectivo nuestro voto.
Era una tradición de los Austrias que fue asumida por los Borbones españoles, el hecho de que el príncipe heredero no acudiera a las pompas fúnebres de su antecesor
Cuando vamos a las urnas consentimos las bases de forma automática; aunque seamos contrarios al sistema, estamos votando gracias a un sistema predefinido. Quien vote sin admitir las bases está promoviendo una futura complejidad que se aleja progresivamente de la capacidad de análisis del electorado. Emitir un voto en una Monarquía Parlamentaria implica un grado de responsabilidad muy superior al que pregonan los políticos con su insinuación a la participación masiva.
Probablemente las opciones políticas den respuesta a las demandas del pueblo. Todos esperamos que, cuando esto ocurra, sea para mejor. De momento es una incógnita.
A pesar de lo que algunos medios de comunicación transmitan, en España el sentimiento soberanista está de capa caída. Esto es un hecho irrefutable. De los cuarenta y siete millones que somos, apenas veintidós millones accederían a dar un sí al sistema monárquico, y sólo siete –igual me estoy pasando– pondrían la mano en el fuego por su rey. Esto último creo que es bastante significativo, más si comprobamos que la media de edad de los que aceptarían ser escudo humano de Su Majestad –Dios no lo quiera– superan los sesenta y dos años (a pesar de los grupúsculos juveniles que se manifiestan en reuniones de carácter nautico y siempre con menos de seis integrantes).
Las joyas de la corona están escondidas; no va a haber un velo de nueve metros portado por las infantas; de hecho no hay infantas para portar nueve metros de velo. Estadísticamente, dos millones de personas quedarán defraudadas por la ausencia de una gran coronación; doce millones se quedarán como estaban. Treinta y tres millones seguirán sin saber que el abuelo de la futura reina es un taxista jubilado.
Sin embargo cuarenta millones (+- 2.000.000) vieron el gol de Marcelo.
Marcelo VI.