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El último espectáculo flamenco al que asistí en la Bienal fue diferente a lo acostumbrado, a lo clásico y tradicional
"Alejandrías, la mirada oblicua" me sonó a homenaje intercultural que va narrando las épocas de la vida centradas en la figura de Alejandro el Grande. Desde los deseos de una madre, frustada por una muerte impuesta que le impide estar junto a su hijo, Olimpia se dedica a dictar los designios de la vida del vástago quien los va cumpliendo en medio de un vértigo sistémico y arrollador.
Una muestra de los estados del hombre que nace inocente y se va posicionando en el mundo a través de sus ilusiones y esperanzas de juventud, seguidas de una pasión ciega por conquistar sus propios sueños. Fuerza que empuja hacia el fuir de la vida con un despropósito desmedido que, finalmente, arrastra a la muerte al protagonista de esta historia.
Poesía, baile y flamenco. Un viaje musical que une oriente y occidente a través de las conquistas, personales y terrenales de Alejandro el Grande. Una apuesta moderna por contar un clásico adaptado a los tiempos, a pesar de que la obra incluía textos clásico como la Iliada de Homero. Cuerpos convulsos en el escenario que lo sienten todo y transmiten pasión, dolor, placer, miedo... una apuesta real y genuina. Me encantó esta original idea de Elena Carrascal, dirigida coreográficamente por Juan Carlos Lérida (Alejandro), al igual que su vestuario, de Carmen de Giles. Y además, los músicos estuvieron geniales y sobre todo, me encantó escuchar de nuevo a dos de los componentes del grupo Mythos, Raúl Cantizano y Juan Manuel Rubio.