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Bajo la dirección de Ron Howard, la adaptación de la novela de Dan Brown del mismo nombre, es un thriller mediocre
La acción parte de la muerte del Papa, el profesor de simbología de Harvard, Robert Langdon - protagonista también del Código Da Vinci y encarnado por Tom Hanks -, es llamado a la Santa Sede para averiguar el paradero de cuatro cardenales del Cónclave que han desaparecido; también el reciente descubrimiento científico de la antimateria ha sido sustraído. Detrás de éllo parecen estar los illuminati, sociedad secreta cuya finalidad es hacer desaparecer el Vaticano. A partir de ahí, el personaje descreído de Hanks, acompañado por la científica Vittoria - Ayelet Zurer- se lanzan en una carrera frenética por monumentos, plazas y calles de la ciudad eterna - quiza el único atractivo del film- a evitar los propósitos de los iluminados.
La estética de Howard siempre es apreciable, las secuencias, movimientos de la cámara, planos y fotografía- con fuertes contrastes de luces y sombras- son las adecuadas para arropar el género detectivesco que aborda. El perfil de los personajes, sin embargo, deja mucho que desear, Langdon parece un autómata que recita constantemente datos históricos y los relaciona sin ningún tipo de emotividad, el Camarlengo -representado por Ewan McGregor- hace de malo, malísimo, con apariencia de bueno, reconduciendo la tensión dramática de los personajes a un maniqueísmo pueril.
Desajuste entre la temática grandilocuente y el género de la película
La inquietud inicial que produce en el espectador el planteamiento de la trama se va diluyendo por su desarrollo, al combinar conceptos teológicos, místicos, históricos, artísticos y policíacos.
En definitiva, film demasiado pretencioso, que combina elementos grandilocuentes con un hilo argumental que no consigue atrapar al espectador en sus poco más de dos horas de duración.