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Reflexión sobre qué motivos pueden llevar al ex Presidente Aznar a hablar tanto y tan claro.
Debo comenzar por confesar que me he enganchado. Las continuas declaraciones del Sr. Aznar obran sobre mí un efecto que, si bien comencé por asimilar al de los coleccionables por fascículos – ya saben en qué consiste: eso de bajar cada lunes al quiosco a preguntar si ya ha salido la nueva entrega -, ahora debo equipararlo más bien a los efectos de alguna droga adictiva: mi organismo no puede subsistir demasiado tiempo sin saber qué tiene que decirnos D. José María.
Es espectáculo de caballero haciendo tan lúcidas manifestaciones, aclaraciones e indicaciones cada vez que se le brinda la oportunidad podría llegar a ser divertido si no se tratase de quién se trata: un ex Presidente del Gobierno de España. No quiero entrar en éste texto en consideraciones sobre el alto grado de acierto de aserciones que pasan por calificar a Obama de “exotismo histórico”, o en la oportunidad de que quien – a día de hoy – no es alternativa de Gobierno señale que tiene (imagino que guardada bajo llave) la solución a ésta crisis – que, eso sí, nunca se habría producido bajo su protección-. O en el hecho de que quién en su día demonizó los nacionalismos y trató de arrinconarlos, provocando, por el contrario, los que han sido los mayores éxitos electorales de éstos, le atribuya ahora a Mayor Oreja – y, a la sazón, se atribuya a sí mismo – el mérito del acceso a la Lehendakaritza de un constitucionalista. No, no es ese el propósito de éstas líneas. Lo que me tiene enganchado a ésta novela es la convicción de que solo en la última página descubriremos el por qué, la motivación. ¿Qué persigue el Sr. Aznar con éstas declaraciones? Bien, a éstas alturas del relato estoy bastante perdido en lo que a intenciones se refiere, pero he sacado alguna conclusión, a saber: o la trama da un giro inesperado, o el Sr. Aznar no pretende en modo alguno que su partido retorne al poder. No veo la forma en que la incontinencia verbal del ex Presidente puede beneficiar a su sucesor – recordemos, dedocráticamente designado por quien ahora parece boicotearlo -. Esta conclusión se advera en el hecho de que los de enfrente no ponen mala cara cuando Aznar habla. Algo sabrán.
También puede ocurrir que esté analizando en exceso lo que se puede reducir a una proposición mucho más simple: Aznar dice lo que le da la gana y cuando le da la gana. Y al que le pese que reviente, que podríamos añadir. Si toca decir que los moros todavía no han pedido perdón a D. Rodrigo, pues se dice. Si toca decir que cuando asegurábamos que en Irak había armas, que lo sabíamos positivamente y que nos creyeran, era porque todo el mundo lo creía – supongo que incluimos aquí a Hans Blix y al resto de inspectores, al Consejo de Seguridad, a Francia, Alemania, a la opinión pública española… -, pues también se dice, y añadimos que ojalá hubiéramos sido más listos, ¿por qué no?. En éste caso mi pregunta es donde estarán metidos los amigos de Aznar. Esos buenos amigos – que imagino que los tendrá – que, cuando cuentas un chiste malo, en lugar de reírse te dicen: tío, eso no ha tenido gracia.