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La temporada que viene, Sevilla sólo disfrutará de un equipo en Primera División tras el descenso a Segunda del club verdiblanco
Podría haber pasado el año pasado, se podría haber consumado hace dos temporadas, o se podría haber postergado hasta más allá de este verano. Podría haber sido más tarde o más temprano, pero el caso es que ocurrió ayer: un 31 de Mayo. De la misma forma que sucediera en el año 2000, el Real Betis, media Sevilla, se va a Segunda División. En aquel entonces, el descenso se vio mitigado, triste consuelo, por el hecho de que la otra mitad de la ciudad, la sevillista, les acompañó al infierno. Esta vez no ha sido así. Es más, el Sevilla F. C volverá a pisar campos de Champions, mientras que en la Avenida de la Palmera acogerán a equipos como el Cádiz, que se han ganado meritoriamente, con mucho sudor y bastantes lágrimas, retornar a la categoría de plata tras soportar el calvario de la 2º B. Es el contraste que sólo puede ofrecer una capital como la hispalense. Hoy los béticos lloran.
Y se lamentan porque lo que sucedió ayer se veía venir desde lejos, clara y nítidamente, con avanzadilla de por medio y correo del mensajero incluido. Entonces, ¿por qué se ha llegado a esta situación? ¿Por qué se ha jugado con la ilusión y la esperanza de 40.000 socios que soñaban, con pocos motivos para ello, con que el Betis, “su Betis”, volvería a ocupar el lugar que le corresponde entre los más grandes? Porque si hay dos cosas claras en relación a este club son esas: es un grande de España y es un equipo de sus aficionados, los que verdaderamente sienten esos colores como suyos, el blanco y verde que han mamado desde la cuna. Y esa es la reivindicación que en el día de hoy, y con vistas al de mañana, ha de aglutinar a todos los béticos en una misma dirección: recuperar a su Betis, dotarle de la dignidad que le han arrebatado 17 años de dictadura de un señor que presume de beticismo, cosa que no se duda, pero que le cuesta horrores demostrarlo, hasta el punto de no hacerlo. El Betis es una Sociedad Anónima y como tal, su dueño, si no pretende continuar y seguir acumulando despropósito tras despropósito, la venderá al mejor postor. Pero la afición debe de ocupar el lugar que se merece, hacerse oír y sentirse partícipe de los designios de su club. Ahora esto se traduce imposible, en el futuro se debe de tornar exigible. Mucho cuidado con quien recala en el Betis, que ya andan curados de espanto. Este es el decimoprimero descenso a Segunda División, sólo por detrás de Málaga y Murcia, con doce. El Betis no nació para soportar días como los de ayer.
Si hay dos cosas claras en relación a este club son que es un grande de España y que es un equipo de sus aficionados, los que verdaderamente sienten esos colores como suyos
Esos 40. 000 socios no están solos y deben de acudir al amparo de los miles de seguidores verdiblancos que copan las ciudades de toda España, incluso más allá de nuestra fronteras, y que hoy han de tolerar esta humillación de la mejor manera posible. A toda esa gente hay que entregarles de inmediato la posibilidad de una sociedad (esto quiere decir de todos) saneada, juiciosa, plural, entregada y, sobre todo y como mínimo, en Primera División. Un equipo que vuelva a responder sobre el campo a las expectativas generadas fuera de él y que cuenta con la dirección de una persona coherente, trasparente y receptiva, que sepa contactar con la voluntad de los béticos, verdaderos propietarios de su fe, la misma que les impulsa a acudir al Villamarín a pesar de que pinten bastos. Porque el año que viene pintarán, en diversos colores y tonalidades, pero el beticismo, eso es seguro, volverá a estar en su sitio, dispuesto a devolver a su Betis a la categoría que nunca debía de haber abandonado, a la que ha dejado huérfana de clase, color, ánimo y espíritu. Cabe esperar que quien se siente en el palco sepa sintonizar con la historia, la obligación y la responsabilidad que exige el Betis. Ya se le echa de menos.