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Ahora tengo 7 años y vivo en Madrid y hasta los 17 que llego a Bilbao, ciudad en la que me establecí definitivamente, mi vida fue un huracán de emociones, sensaciones y situaciones que marcaron un sello incandescente en mi espalda y que tal vez forjaron al hombre que soy ahora mismo. Pero vayamos por partes y poco a poco. Ahora es el momento de resituar las cosas que han pasado en estos capítulos escritos hasta ahora y saber donde estan los protagonistas. Azucena sigue viviendo en Ponferrada y sigue como encargada del local donde trabaja. La vida no le va mal y al parecer debe de tener alguna historia con aquel tipo que presento como el taxista, cuando fue al funeral de su padre. En realidad es capataz de obras y supongo que será alguien habitual en el local de alterne. Mas adelante se convirtió en mi padre no biológico y en mi maltratador particular. Algo parecido ocurrió con Azuzena a la que de alguna manera llevo a la tumba. Pero todavía no entra en juego.
En el capitulo anterior, nos quedamos en el funeral de mi abuelo y con la conversación extensa de Azuzena con su madre y su hermana. Y con mi inquietud de que venia un cambio como así efectivamente fue. Tres semanas mas tarde llegaba Pilar a España con su marido y sus tres hijos para quedarse. Yo por supuesto no conocía a ninguno pero de repente éramos siete viviendo en el gran caserón. Toda una familia numerosa viviendo muy apretadamente en todos los sentidos. Al poco tiempo, mi tío encontró trabajo en la construcción y mis primos comenzaron a ir al colegio. Llegaban para cuidar a mi abuela y para hacerse cargo de mi, previa tarifa mensual pactada con Azucena. Al cabo de seis meses llaman del Hospital de San Rafael para comunicarnos que el Dr Truchuelo esta dispuesto a llevar a cabo la operación de alargamiento de Tibia en mi pierna izquierda y pusieron fecha. Cuando lo supo Azucena se puso muy contenta, tanto que además de lo que le pasaba mensualmente a su hermana por mi cuidado, le envió una cantidad extra para gastos de taxis etc. Mi tía se porto chapó, durante un par de meses, me llevaba al hospital para hacerme las pruebas previas a la gran intervención. Y llego el día señalado para la operación y con el llego también Azucena acompañada del referido taxista y un montón de regalos para mi y para mis primos.
Según el medico y su equipo las 12 horas de intervención fue un éxito, estan contentos. pero ahora vendría lo mas complicado y delicado. Me abrieron un boquete desde la rodilla hasta casi el empeine y me abrieron de par en par el talón de Aquiles. En el primer corte dieron 28 puntos, en el segundo 15. Después me introdujeron cuatro agujas gruesas como las de hacer punto. Dos en la parte superior de la tibia y otras dos en la inferior. Estas iban enganchadas a un aparato mecánico que estaba por la parte inferior a lo largo de la pierna. Por eso debía tenerla siempre estirada y cubierta con una malla metálica para que la sabana no rozara ni moviera las agujas. Cada mañana venia una enfermera y daba suavemente a una ruedita, que marcaba un milímetro, ese que supuestamente estiraba o alargaba el hueso a través de aquellas temibles agujas. Así cada día durante al menos seis meses, postrado en una cama y con dos posiciones, sentado o estirado. Azucena se marcho al día siguiente después de visitarme. Ella durmió en casa de su madre, el taxista en un hotel cercano. Pilar, mi tía, la verdad es que se lo curró de lo lindo, Me sentía uno mas de su familia, pero sabia en mi interior que era el pegado solamente. Fueron muchos los detalles que sin querer o por cierta incultura de mis tíos, que a veces cuando salíamos a pasear todos juntos, sentía mucha soledad y mucha falta de atención o cariño. Pero no se podía pedir mas a la coyuntura que se vivía en esos años y me adapte a mi nueva situación. La vida me estaba empujando a aceptar con resignación todo aquello que me estaba pasando. Me estaba haciendo fuerte ante la adversidad con tan solo ocho o nueve años. Y eso marcaria el resto de vida construyendo un muro infranqueable, casi sin darme cuenta.
El cura enfermero, mi prima Piki, mi madre, mi tía, mi abuela y junto a mimi primo Carlitos
Mas o menos algo así fue la operación
Por fin salí de hospital, recuerdo que al ponerme de pie me dio un mareo que me tumbó en el suelo. Dijeron que era normal después de estar tantos meses en la cama. Ahora tenia que estar otros dos meses con la pierna enyesada hasta la ingle incluidas las agujas y por supuesto, dos muletas para poder andar. Visto en la distancia, menudo marrón para mis tíos ya que ellos también tenían sus propios problemas. Llego el día, me quitan la escayola, las agujas y aquella pierna era un cuadro. Me la envolvieron en gasas para que cicatrizaran los agujeros dejados por los sables y comencé lentamente a recuperar andando un poquito todos los días. Todos estábamos esperando si esa operación había servido para algo. Pero aquello solo sirvió como ensayo medico ante otro conejito de indias y ahí se quedo todo, incluso mi cojera de antes. Mi madre no cejo en el empeño y ahora quería hacerme unos zapatos ortopédicos con alza para evitar que se notara mi discapacidad. Recuerdo que costaron una pasta según me dijo Pilar, mi tía. Me los puse de la ortopedia a casa. Me sentí tan incomodo y tan ridículo que jamás me los volví a calzar. Que empeño en negar algo que yo sin proponérmelo no le daba importancia. Salvo cuando había miradas y actitudes crueles de otros chicos hacia mi defecto. No era Sansón, era tan solo un niño. Ellos también.
Tres semanas después de quitarme la escayola, María, madre de Azucena de Pilar y mía, fallece mientras dormía. Si ya fue palo duro el de mi abuelo, el de mi abuela fue un dolor tan grande que sentía la orfandad en mis venas, en el interior mas profundo a juzgar por el llanto desgarrador que salía de mi garganta, según me dijeron. Con ella se iba todo lo real que había tenido hasta ese momento. Pero también de nuevo se avecinaban novedades, cambios y me temía que seria mas temprano que tarde, como así fue. Al parecer y según las leyes del momento, yo era el heredero de la parte de la casona de mis abuelos y en la que vivíamos, por ser el que único que vivía con ellos. Según supe después, había también un proyecto municipal de tirar en breve aquel viejo y feo edificio. Azucena, mi madre y tutora no quiso nada de aquel dinero, que por otra parte nunca supe cuanto fue y se lo dio a su hermana para que buscara una casa mas grande y vivir mas cómodamente. Dicho y hecho y además lejos del barrio de toda mi corta vida. Adiós a mis amigos de siempre, al primer colegio, a la plazoleta, a la tienda de ultramarinos. Comenzaba otra nueva vida, otro entorno. Del Puente de Vallecas al Pueblo de Vallecas, apenas quince kilómetros de todo aquello que me hizo feliz en mi niñez. Todo se esfumo de repente
Pueblo de Vallecas
La casa no era tampoco muy grande, tenia una habitación para mis tíos, otra para mis dos primos varones y otra para mi prima. Yo dormía en la sala en una cama de esas que la cierras y se hace una mesa. Un baño enano y una cocina donde comíamos por turnos, eso era todo. Unos meses después de estar instalados de pleno en la nueva casa, una mañana me despierto lleno de llagas a lo largo y ancho de mi cuerpo. Parecía un monstruo. Yo me alarme, mi tía se alarmo e inmediatamente me llevo a un equipo quirúrgico, así se llamaban los centros donde atendían urgencias en aquel Madrid. La cara de alucine y temor de los médicos era un cuadro. Era la primera vez que veían una cosa así y por eso me llevaron de urgencia al Hospital del Rey se temían que fuera algo contagioso y peligroso. Nada mas llegar me examinaron unos especialistas y me aislaron de inmediato en una urna de cristal completamente cerrada. Tenia mas o menos diez añitos, una tristeza infinita y un miedo aterrador. Después de mes y medio encerrado como un apestado dieron con la causa. Algo que todavía hoy me acompaña día a día ...