No es justo ni antes ni ahora que a un ser inocente de todo, que a una criatura le ocurran tantas cosas desagradables y dolorosas en tan poco tiempo de vida. Y no hablo solo por aquel que fui, hablo de ahora mismo, de la sociedad en la que nos encontramos. Por eso digo en el Prologo que esta historia no es ni mas ni menos especial o diferente a la tuya. Desde que nacemos, comenzamos a llevar en nuestra mano izquierda o derecha, esa pequeña e inevitable maletita de agobios y problemas que nos acompañara el resto de nuestra existencia. No obstante, todavía no ha llegado lo mas duro. lo mas terrible de todo esto. Y no es ningún cebo para que te quedes. La ultima vez que nos vimos estaba ingresado en el Hospital del Rey encerrado en una urna de cristal. Una erupción cutánea de llagas en todo mi cuerpo encendió todas las alarmas en el equipo de especialistas de ese centro medico para enfermedades infecciosas y otros. Mes y medio aproximadamente tardaron en decirle a mi tía Pilar que tenia Psoriasis, una enfermedad nueva, incurable y crónica de la piel prácticamente desconocida en aquellos años.

PSORIASIS

Ese tiempo y ese lugar me dejo muy triste en incluso pase miedo. En realidad, no era un hospital para niños, pero dado el caso especial que se encontraron en una criatura tan joven optaron por ingresarme en el. Recuerdo solo dos episodios. Uno, que eran monjas las que lo atendían y cada tarde después de la cena, los pacientes que podían levantarse, que eran la mayoría, se tenían que colocar en la puerta de la habitación y rezar el rosario junto con aquella monja que iba de lado a lado del enorme pasillo lleno de puertas y personas de pie, a paso lento, letanía tras letanía. Todo muy inquietante para mi, encerrado además a cal y canto escuchando desde mi cárcel de cristal ese murmullo durante treinta largos minutos. El segundo, es que en la habitación contigua a la mía había un señor que parecía mayor y que por las noches tosía mucho, hablaba palabras indescriptibles y se reía como si a la vez estuviera gimiendo o llorando. Algo muy tenebroso para un niño tan pequeño, el miedo hacia taparme hasta la cabeza con las sabanas.

Un día entro en mi habitación y se presento diciéndome que era la persona que estaba al lado. Si me dijo su nombre no lo recuerdo pero después de verle se me quito el resquemor de saber quien era ese hombre tan extraño que hablaba solo y se reía por las noches. Supongo que su cara me daría buenas vibraciones. Al menos su aspecto era bueno, delgado, alto y gesto bonachón, lo recuerdo como si lo estuviera viendo. Venia con unas pinturas y un azulejo pequeño y blanco. Me dijo mira y comenzó suavemente con un pincel finísimo a dibujar, luego otros de colores. El resultado, un torero toreando y a todo color. Siempre dibujaba lo mismo pero con diferentes posturas y colores. Me dijo que se dedicaba a ello y que los vendía en un rastro. A mi me parecían bonitos y al menos me entretenía un rato, porque mientras pintaba me contaba historias, idas y venidas que por supuesto, no me acuerdo de ninguna. Después de aquel día, vino a diario al menos durante una semana. Luego dejo de venir, cuando pregunte por el a la monja, me dijo secamente que había muerto. Otra hostia mas a mis espaldas de cervatillo.

Los días se hacían eternos en aquel lugar y la tristeza infinita, ya que no podía tocar ni besar y tampoco abrazar a nadie bajo esas cuatro paredes acristaladas. Mi tía me visitaba un día a la semana para traerme ropa limpia y muchos besos y recuerdos de Azucena. Al principio venia hasta dos, pero Pilar tenia también un marido y unos hijos pequeños que atender. Su familia en todo caso . Pero eso no se piensa a esa edad. Solo se que me sentía muy solo, muy desangelado y desprotegido de todo, pero me lo tuve que comer con patatas. Pocos días antes de salir de aquella cárcel ¡ Oh sorpresa ! me dicen que tengo una visita, un hombre llamado Luis que venia de parte de mi madre. Yo, ni idea. Cuando entro en la habitación se acerco tímidamente a la urna donde estaba metido y con una media sonrisa me dijo : Hola que tal, soy amigo de tu madre, te envía muchos besos, mientras dejaba un regalo sobre la silla. La misma que no utilizo para sentarse. Al principio no le reconocí, pero luego supe que era aquel taxista circunstancial de Azucena. No se si hablamos y tampoco de que, pero la visita fue fugaz. Supongo que me quedaría como si no hubiera venido. Pero eso si, con un coche de policía que hacia mucho ruido y tenia muchas luces ...

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