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Tengo la sensación de que cada día que pasa la dictadura en España está más cerca. Nuestro país se desmorona a un ritmo imparable. La clase media española, tradicional motor económico y de consumo, desaparece dejando una enorme brecha entre los pobres -cada vez más numerosos- y la clase alta -cada vez más ricos-.
Los ciudadanos comprueban que la regeneración política se evapora porque los que mandan no les interesa cambiar nada. Los partidos políticos y sus dirigentes se reparten el poder por turnos para saquear las arcas públicas. Se auto otorgan una impunidad para trajinar libremente por la democracia y se otorgan sueldos vitalicios y pensiones millonarias.
Los políticos españoles andan tan atareados en su avaricia y egoísmo que les ha dejado de importar el bien general. Más de dos centenares de políticos están imputados en casos de corrupción. Ninguno ha ido a la cárcel. El caso Pallerols es y será un buen ejemplo de lo que está pasando en España.
El periodista Antonio Tarini, realizaba no hace mucho un interesante análisis que publicó el Diario de Mallorca en el que criticaba la actitud política. Nos dicen que tales medidas, recortes en servicios públicos básicos, incluidos tijeretazos a determinados derechos, son imprescindibles para que un día (no se sabe ni cuándo ni cómo) salgamos de la crisis, recuperando la actividad económica y creando empleo. Se nos asegura que los recortes en educación y sanidad pública, en las pensiones, en las políticas sociales activas no basadas en la beneficencia y otras lindezas son sólo medidas transitorias y que una vez superada la crisis podremos recuperar los niveles de bienestar. Somos muchos los que tememos que tales restricciones en los servicios públicos y otros recortes se consoliden como inevitables. De momento, el resultado es la recesión económica y un paro creciente. El endiosar sólo al déficit va en esta dirección.
Dos graves consecuencias nos amenazan y, si se siguen consolidando, significa que estamos construyendo una sociedad rota y descohesionada. La primera consecuencia es un adelgazamiento brutal de las clases medias. Uno de los triunfos de los países europeos después de la segunda guerra mundial fue la ruptura de un modelo de sociedad dual (los ricos y los pobres) para ir facilitando y posibilitando el crecimiento y la consolidación de las denominadas clases medias. Este segmento, formado por personas plurales en sus profesiones y en sus modelos culturales, se caracteriza por cierta capacidad de iniciativa y superación personal y social. Tal consolidación tuvo mucho que ver con la posibilidad de acceso a una educación pública de calidad, incluida la superior. En nuestra comunidad, la presencia y vitalidad de estas clases medias, con sus desajustes y conflictos, fue notable a partir de los años 70. Hoy estas clases medias son las que están sufriendo en sus propias carnes las consecuencias de la crisis y en muchos casos se están ubicando en situaciones de riesgo de exclusión social. La segunda consecuencia es el aumento de personas y familias no sólo en riesgo de exclusión social sino de pobreza. En la revista Temas Socioeconómicos, incluida en www.gadeso.org, se pueden observar datos y cifras (recuérdense que detrás de cada número hay una persona) que lo ratifican en nuestra Comunidad.
Hoy, con el pensamiento único y monolítico que lideran los conservadores y una izquierda desorientada, estamos consolidando una sociedad rota y descohesionada. Y mucho me temo que no sea con carácter coyuntural. Delante de esta situación es imprescindible que los ciudadanos sepamos hacer oír nuestra voz, y que los políticos no se limiten a tirarse los trastos unos a otros a la cabeza sino ofrecer alternativas concretas y coherentes a las demandas ciudadanas.
Los políticos están privatizando el Estado del Bienestar con la connivencia del sistema judicial y de la banca. La pobreza, el paro y la indignación crecen mientras la casta se blinda económica y jurídicamente. Los que ya tenemos cierta edad podemos arriesgarnos a decir que se está dando el caldo de cultivo para que aparezca algún salvador de la patria que una el descontento de los pobres, empobrecidos, parados, pensionistas, jóvenes y todos aquellos que les han robado el futuro. Nuestros dirigentes deben saber que se les acaba el tiempo para arreglar las cosas. Cuando un pueblo no tiene nada que perder es cuando sale a la calle a tomarse la justicia por la mano. Y eso es tan peligroso como impredecible.