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En un principio fue un ruido lejano, insignificante, casi un murmullo, digamos que inofensivo, como una pequeña pistola de agua que un niño acciona al mismo tiempo que acciona su risa cuando ve que la camisa del otro ha sido el blanco del chorro de agua. Así era el ruido
En un principio fue un ruido lejano, insignificante, casi un murmullo, digamos que inofensivo, como una pequeña pistola de agua que un niño acciona al mismo tiempo que acciona su risa cuando ve que la camisa del otro ha sido el blanco del chorro de agua. Así era el ruido. Si uno le ponía atención, digamos que podía identificarlo dentro de los otros ruidos que constantemente nos rodean. Era como una suerte de tren cuando se aleja o se acerca tras unas de esas montañas enormes que rodean las ciudades. Pero era un ruido finalmente y, como cualquier ruido, molesto e incómodo.
Algunos más lo escuchaban también en las noches cuando los ojos se negaban a reconciliarse con el silencio nocturno. Y de pronto comenzaron a hablar de ese extraño ruido que comenzaba a tener forma, a definir su anatomía, lo que significaba que no era producto de algún trastorno mental o de un ruido común que se perdiera entre los otros ruidos. Pero seguía siendo un ruido, aunque documentado, lejano.
Llegó el momento en que, aunque no hubiera ruido, la gente comenzó a hablar de su presencia, como si lo trajeran pegado en los talones. No había manera de dejar de hablar él porque no era fácil identificarlo y porque era posible que estuviera a tu lado en silencio: algunos apostaban en que se manifestaba de tres maneras: era un ruido silencioso, es decir, no dejaba de ser ruido pero no podían escucharlo; era posible escucharlo, pero incluso podía ser un ruido hasta cierto punto amable y era un ruido terrible, aterrador y letal que envolvía de tal forma a la víctima que la ahogaba en un agonía violenta. Además tenía una peculiaridad: le gustaban las convivencias sociales, cuanto más concurridas más creía su poder.
Tenemos miedo, como digo, y esperamos porque no podemos hacer otra cosa
Las primeras víctimas llegaron, primero por decenas, luego por centenas, luego se sumaron de a miles con una misma marca. Así como los vampiros se alimentan de la sangre de sus víctimas, este ruido se alimenta del oxígeno de quienes son sorprendidos.
Ahora mismo el ruido está por todos lados, como la oscuridad, como la inmensidad de la noche. Quienes permanecen encerrados temen abrir las puertas, quienes están en las calles, se mantienen en alerta a cualquier manifestación de su presencia. Todos tenemos miedo, y nos cuidamos las manos como si fueran las cómplices y nuestras enemigas. Tenemos miedo, como digo, y esperamos porque no podemos hacer otra cosa.