Hace unos años recibí como regalo de despedida previo a un largo viaje fuera de mi país, un librito confeccionado artesanalmente, con hojas rústica y letra de máquina de escribir de aquellas que ya no existen. La tapa era un dibujo hecho con tinta china a mano: un paraguas y una maleta, y se llamaba "Inmigrantes"

Eduardo me lo entregó como quien regala un tesoro, en ese momento cuando lo ví no me llamó la atención, pero la cara de Eduardo era de una ternura indescriptible cuando me dijo: este es mi regalo, lo creamos con mi madre, y queremos que tú lo tengas como recuerdo nuestro y del origen de nuestra familia.

Cuando conocí a Eduardo

Eduardo era un pariente lejano que conocí casualmente a los veinte y pico, cuando coincidimos trabajando en la misma empresa. La primera vez que lo ví, no fue necesario que se presentara, era idéntico a mi padre, su primo ya fallecido.

La misma mirada, los mismos modos y forma de caminar, a lo largo de los casi 30 años que siguieron, no nos veíamos muy seguido pero de vez en cuando él me visitaba en mi oficina y estar juntos conversando las cosas cotidianas era como estar en casa, se creó una confianza una naturalidad que no sabíamos de dónde surgía pero nos sentíamos como hermanos.

La familia del siglo XXI

Eduardo ya no está pero ese librito, desgastado, que mi hija casualmente ha descubierto en un rincón de la biblioteca, ha logrado también despertar su curiosidad. Lo está leyendo....