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¿Qué pasa cuando después de un periodo sosegado en donde la enfermedad no se manifiesta, vuelve a inmiscuirse y desborda todo a su alrededor?
Es un varapalo con el que tenemos que lidiar. Con los cambios físicos, el aumento de las limitaciones, y la vorágine psicológica en la que nuestros sentimientos se ven sobrepasados por la situación. Es un impacto en toda nuestra vida, todo deja de ser como antes del pronto y sin avisar, ni darnos tiempo para capear el temporal.
Nuestra capacidad de adaptación se ve en entredicho porque nos superan los acontecimientos. Y este círculo que a veces es casi vicioso es lo que nos ocurre de tanto en cuanto a quienes tenemos una enfermedad neurodegenerativa, por ejemplo.
Una vez más es una oportunidad para bajonearnos, gritar, patalear, putear, y aprender de la situación y de nosotros mismos. Tomarnos un tiempo, dejar pasar los días que necesitamos para reconvertir la nueva circunstancia, para digerir la transformación del cuerpo y de qué manera afecta a la vida diaria. Frenar, detenernos, respirar y una vez transcurrido el proceso, aprender a convivir con la nueva realidad.
Es doloroso, triste, genera impotencia, bronca, incertidumbre por lo que pasará pero la convivencia es un grado y una necesidad. Seguir adelante un plus que cada uno emprende a su tiempo y ritmo, pero en todos prima el impulso vital de seguir adelante.
Así que a más nos vale permitirnos nuestros momentos, y una vez preparados, encauzar la situación, para seguir adelante