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En 1951 los servicios de inteligencia norteamericanos habrían esparcido LSD en un pueblecito francés
Una mañana de viernes de principios de agosto de 1951, en un pequeño y tranquilo pueblo del sur de Francia llamado Pont-Saint-Esprit, la población sufrió uno de los hechos más extraños que se recuerda hasta hoy en la región. Repentinamente se produjeron oleadas de alucinaciones, la gente gritaba, se agredía, deliraba, saltaba por las ventanas, corría por las calles como si estuviera desquiciada. La llamada “maldición de Saint-Esprit”, que recayera sobre cerca de 200 personas, que dejara internadas de por vida a decenas en hospitales psiquiátricos y que acabara con la vida de una decena de ellas, se debió según los informes de la época, a que las personas afectadas habrían consumido pan contaminado con mercurio, o bien contaminado con un hongo parásito que afecta a la harina de cebada llamado ergotina, y que contamina la harina, y en este caso el pan, con pequeñas cantidades de la sustancia alucinógena LSD, lo que en definitiva habría causado una ola de intoxicaciones aquella día.
Pese a tal incertidumbre, el caso se lo olvidó tan rápido como se produjo. Sin embargo, las dos hipótesis propuestas nunca fueron lo suficientemente convincentes desde el punto de vista médico, puesto que si la intoxicación se hubiera causado por el mercurio, y dadas las características de dicha sustancia, por una parte, no se habría podido producir un pan con consistencia normal, y los consumidores se habrían percatado de inmediato de que algo andaba mal, y por otra parte, los síntomas observados entre los afectados, sus secuelas, y los relatos de las experiencias de las personas que sufrieron el incidente, nada tienen en común con las intoxicaciones con metales pesados. Y en cuanto al hongo parásito, si bien es cierto que es capaz de producir sustancias alucinógenas, no es materialmente posible que en una pieza de pan puedan contenerse concentraciones lo suficientemente elevadas como para producir alucinaciones, ni mucho menos en masa.
Según relatan los supervivientes, “la gente tenía miedo, agredían a las personas, saltaban, y eran inconscientes de sus actos”… algunos afirmaron ver “serpientes, fuego, que todo se quemaba y de pronto se apagaba”. Tales son los síntomas que produce el consumo de ciertas sustancias alucinógenas como el cactus peyote, o bien como el LSD. Pero si las concentraciones que se hubiera podido encontrar en el pan no fueron lo suficientemente elevadas como para producir tales estragos, ¿qué pudo pasar?
Según relatan los supervivientes, “la gente tenía miedo, agredían a las personas, saltaban, y eran inconscientes de sus actos”…
Esta singular historia casi olvidada y archivada entre las leyendas de la Francia profunda resurgió repentinamente cuando un periodista norteamericano publicara a principios de año una obra en la que los acontecimientos acaecidos en Saint-Esprit tendrían al menos dos autores: por una parte los Estados Unidos y sus servicios de Inteligencia, y por otra parte, un laboratorio farmacéutico suizo. En efecto, según Hank Albarelli, el autor de un libro en el que se plasman, después de una decena de años de estudio, aquellos elementos que ya venía estudiando y recopilando y que pudieran demostrar cuál fue el papel de las operaciones de la inteligencia norteamericana vinculadas con experimentos químicos en plena Guerra Fría. Esta singular historia habría sido originada entonces de forma voluntaria, premeditada y planificada, además en territorio extranjero. El arma utilizada: LSD pulverizado en forma de aerosol en las calles del pueblo.
Luego de la publicación del libro, se dice que el actual y principal responsable de los servicios secretos franceses (DGSE), habría enviado una reclamación formal a la inteligencia norteamericana al mismo tiempo que pediría explicaciones en este sentido. En el momento y sitio menos pensado las viejas historias tomadas como leyendas, ya casi olvidadas, vuelven a ver la luz, se arman de nuevo y como en las piezas de un rompecabezas todo parece calzar y tener una explicación racional. Lo triste y lo escandaloso de todo esto es que quién sabe cuántas otras tantas historias de cobardía, como bien podría serlo ésta, en Bolivia y en todo el mundo, están ahí sin que nos demos cuenta y esperan ser resueltas, y evidentemente, esperan responsables y culpables.
Artículo originalmente publicado con el nombre Historias casi olvidadas, para El Diario de Bolivia, el 14 de abril de 2009