Hace unos días atendía en la consulta de vacunas a un hombre de mediana edad que planificaba su salida al extranjero. Joaquín, aunque este no sea su nombre real es uno más dentro del colectivo de padres y madres de familia que deben abandonar su país en soledad buscando un empleo en cualquier parte del mundo que asegure el día a día de sus hijos.

Joaquín es aparejador y en su caso la crisis lo llevo al paro hace ya tres años y sin perspectivas de futuro.

Joaquín marcha a Ecuador y a lo largo de la visita y en un momento de pausa, ese hombre grande que tengo delante se emociona: "tengo cinco chiquillos ¿sabe usted? y todavía tengo que dar gracias a la tecnología porque hemos quedado mi mujer y yo que al menos dos días en semana comeremos todos juntos por el skype porque ¿sabe? yo soy mucho de eso de estar pendiente de mis niños y decirle a mi Rubén que no se habla con la boca llena o a mi Raquel que agarre bien la cuchara".

Y Joaquín, ese hombretón grande, me parece aún más grande como persona y me produce una ternura inmensa imaginar como el observador que mira por un agujerito, la escena de una familia a la que unirá virtualmente comiendo la pantalla de un ordenador.

En los últimos años más de dos millones de españoles han abandonado el país buscando un futuro que aquí no encuentran y la mayoría no es gente joven como pudiera parecer. Muchos de ellos ya no cumplen los cuarenta y saben que aquí sus posibilidades de empleo son cada vez menores aunque Mariano Rajoy repita una y otra vez que la situación económica está mejor y que se está creando empleo y que los sueldos han subido. 

¿Podrá la pantalla del ordenador hacer que Joaquín bese cada noche virtualmente a sus hijos desde Ecuador?

Ni Joaquín ni yo ni la mayor parte de la clase obrera del país sabemos a que datos y estadísticas se refieren cuando afirma el Gobierno que nos estamos recuperando. Si que es cierto que los bancos cierran sus balances en positivo pero sus ganancias solo afectan al que ya de por sí no se encontraba en situación precaria.

Esta semana recibíamos la noticia de que España es actualmente el segundo país de la Unión Europea con más pobreza infantil superado solo por Rumania y oíamos en algún que otro programa testimonios de madres que contaban como en ocasiones acostaban a sus hijos más temprano para que tras una merienda tardía sus "estomaguitos" no reclamaran la cena.

¿Podrá la pantalla del ordenador hacer que Joaquín bese cada noche virtualmente a sus hijos desde Ecuador? ¿serán suficientes los mensajes de wassap para contralar si hicieron o no los deberes y ayudarlos en ese trabajo de plástica que siempre se complica?

Ya no son maletas de cartón y olor a cabonilla lo que dibuja el paisaje de las dolorosas despedidas, ahora un frío control policial divide a las familias. Nadie sacará el pañuelo para agitarlo aunque de vuelta a casa desde el aeropuerto las lágrimas seguirán cayendo como antaño, como en tiempos de aquella España profunda que hoy vuelve a reaparecer.