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Una sala de autopsias. Un cuerpo yaciente. Dos hombres, el protagonista y su ayudante, escarban en ese cadáver con el ánimo de localizar el alma. Así arranca la personalísima adaptación del Fausto de Goethe realizada por el director ruso Alexander Sokurov.
Rodada en 2011 con un metraje que se acerca a las dos horas y media, esta propuesta tiene mucho de la visión negra y esperpéntica de Goya. Así lo establecen planos sombríos, encuadres demorados, el dibujo entre grotesco y espeluznante de los personajes (el propio Fausto y Mefistófeles) que en la pantalla libran un duelo verbal (y visual) que explora en las deformidades de la esencia humana, aquello que a veces denominamos "alma", y en el choque, tantas veces frontal, entre los deseos, las buenas intenciones y el ansia de poder.
A nadie se le escapa que la complejidad de la película también condiciona la complejidad de su visión. Que nadie espere evasión o liviandad. Pero si el cuerpo nos pide viajar por el tuétano de los seres humanos, sus codicias y sus miserias. Si estamos dispuestos a asistir a una apuesta poco convencional y enriquecedora, sin duda, hipnótica y enriquecedora, el Fausto que ahora se nos presenta en forma de cine, lejos de defraudar se convertirá en nuestro aliado.
Fausto
Dirección: Alexander Sokurov
Intérpretes: Johanes Zeiler, Hanna Schygulla, Anton Adasinski e Isolda Dychauk.
Rusia / 2011 / 134 minutos
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