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Está el Festival de Cannes revuelto, y también las salas de cine, que todo hay que decirlo. Viene tanto revuelo a cuenta del nuevo Mad Max que nos ha plasmado el bueno de George Miller, aunque más que plasmarlo se podría decir que nos lo ha estampado en la cara con todo su estruendo, dureza y y griterío. Pero si pensaban que eso era lo esperado ya les digo que se han quedado cortos, lo de Mad Max es mucho más que eso: es el mayor espectáculo visual jamás visto, lo ve uno y se queda ojiplato. No hablamos de cine (aunque también lo sea) sino del ruido, de las imágenes que se meten en la cabeza a toda velocidad, de los fuegos artificiales y de la sensación de que el dinero que se han gastado en esa película tiene que haber sido todo lo que hay en el Tesoro Federal y más, tal es su esplendor pirotécnico. Tanta fue la presión que dicen que Tom Hardy (sí, ese que ahora tienen hasta en la sopa) y Charlize Theron se tiraron los trastos (físicos) a la cabeza, aunque al final de la cinta hicieron sus buenas paces. Por si el ojo no se deleitara lo suficiente con la película, los críticos la han puesto bastante bien para ser una de acción, aventuras y palomitas.
En el otro plano, aunque más bien diría, contraplano, se encuentra la última película de Gus Van Sant, que ha irritado a sus seguidores por no ser tan sesuda y volátil como suelen ser sus trabajos. Se ha comercializado mínimamente y los puristas le han tirado ladrillos de considerable tamaño. La gente normal, es decir, el cinéfilo de a pie, le estará sin embargo muy agradecido porque, al fin y al cabo, entenderá lo que quiere decir.
Y así discurre Cannes, con Woody Allen proclamando su habitual pesimismo (cada vez más acrecentado), con Cate Blanchett paseando su elegancia por las alfombras que más que andar parece que volara, y con la película de Pixar, "Inside out" dejando flipado a todo el mundo de lo buena que es. Ya se sabía pero, como le pasa a Mad Max en otro contesto, es más de lo más.