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Si la unión hace la fuerza, el ser humano es el ser más débil que conozco
Bajo una sombrilla de colores, acomodado en una tumbona y con una buena cerveza en la mano, un hombre normal disfrutaba de un día normal en un pequeño pueblo normal mientras leía el periódico: “Miles de inmigrantes intentaron cruzar sin éxito la frontera española el mes pasado”. Es el típico artículo normal que ni siquiera te paras a leer o que lees desinteresadamente –casi indiferente– para llegar cuanto antes al apartado de deportes.
Mi buen amigo, el señor de la sombrilla de colores, exclamó que era preciso expulsar a estos “moros” de España en el momento en que el camarero (de origen latino-americano) le servía unos pinchos de tortilla que él acepto sonriente. Lo cierto es que esta opinión no es aislada, sino que se ha ido extendiendo por la sociedad moderna a un ritmo vertiginoso. ¿Racismo? No, claro que no, simplemente me dicen: “Yo no soy racista, pero me gusta guardar las distancias”. Entonces, le diremos al camarero “moro” que no se acerque a nuestra mesa, que nos gusta guardar las distancias, pero ¿Quién nos traerá las tapitas ahora? Es más sencillo preocuparse de que la sombrilla está bien puesta. La conveniencia es más poderosa que la distancia a guardar. Ni siquiera hay una educación para esto, cada vez son más los jóvenes involucrados en peleas o discriminaciones racistas, la filosofía de “nosotros y el resto” sólo incrementa la ruptura, el desequilibrio, el desorden, lejos de ayudar a guardar las distancias. Además, (siendo esto lo peor de todo) la voluntad de “autoaislamiento” se ha contagiado a los propios inmigrantes y algunos sectores son cada vez más problemáticos, excusa que muchos aprovechan para justificar su patriotismo indefinido.
En definitiva, el avance hacia la tolerancia es un mito. Si dejamos, tal y como ellos defienden, que los quilómetros nos ganen terreno, que las fronteras se conviertan en murallas y las banderas ondeen por encima del respeto, ninguna sombrilla de colores protegerá a un hombre normal que disfrutaba de un día normal en un pequeño pueblo normal.