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No habrá paz – Sin Perdón in CineMAD / by Cesar Del Campo De Acuña / on November 29, 2013 at 9:18 pm /
CineMAD ...por César del Campo de Acuña.
Dirección: Clint Eastwood.
País: Estados Unidos.
Año: 1992
Duración: 131 minutos.
Género: Western. Drama.
Reparto principal: Clint Eastwood, Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris, Jaimz Woolvett, Saul Rubinek, Frances Fisher, Anna Thomson y Anthony James.
Guión: David Webb Peoples.
Música: Lennie Niehaus.
Fotografía: Jack N. Green.
Montaje: Joel Cox.
Diseño de producción: Henry Bumstead.
Dirección artística: Adrian Gorton y Rick Roberts.
Estreno en Estados Unidos: 7 de agosto de 1992.
Estreno en España: 25 de septiembre de 1992.
No habrá paz – Sin Perdon
Clint Eastwood es un director que parece buscar la redención en sus proyectos. Más allá de ser un tema recurrente en su filmografía, el cineasta parece soportar sobre sus hombros el peso de una lastimosa condena resultante de la degradación moral que ha sufrido su país con el paso de los años. Los films de Eastwood suelen pivotar entorno a la nostalgia del ayer pero con la perspectiva del hoy presentando a personajes que repudian su pasado gracias a la distancia que otorga la experiencia pero que, sin embargo, no pueden olvidar ni rechazar que fueron. Este viaje a la naturaleza del hombre y su mutabilidad es una constante en su cine; un cine que no perdona, que no busca excusas ni cortesías porque trata de elevar las faltas de la sociedad occidental, reflejadas en los rostros de sus repartos, al cadalso de una condena publica, donde todos podamos quedar retratados para que nos conduzca a reflexionar sobre que fuimos, que somos y que seremos.
Esa amarga realidad a la que Eastwood enfrente a su audiencia y a si mismo desde que alcanzo la madurez como director, no es otra cosa que el resultado de un profundo análisis por medio de la ficción de la realidad que el hombre, como especie, ha construido. La mentalidad de progresar es juzgada por el cineasta como un modo de calibrar la humanidad; El salvajismo se enfrenta en un combate despiadado a la razón, la moral y la religiosidad frente a la cámara de Eastwood, el cual no duda en sacrificar al intérprete por una buena historia. Esta ultima apreciación pude resultar contraproducente al observar como la carrera como actor del laureado realizador se cimentó sobre títulos como Por un puñado de dolares (Sergio Leone – 1964) o la saga protagonizada por el teniente Harry Callahan (Harry el Sucio – Don Siegel – 1971) pero es precisamente ahí, en esa apreciación contraproducente, donde encontramos la redención que con tanto celo sus obras parecen intentar alcanzar.
Un soberbio ejemplo de esa compleja y distintiva dualidad es perfectamente apreciable en ese clásico del cine contemporáneo en general y del western crepuscular en particular, que es Sin perdón. En esta oscarizada cinta de 1992 Eastwood vuelve a ponerse frente y detrás de las cámaras para representar y reflejar el cambio y la necesidad de absolución que todos buscamos cuando miramos atrás y tan solo alcanzamos a ver lo peor de nosotros mismos. Ninguno de los elementos que componen el aspecto narrativo de la película esta escogido al azar y así, como espectadores, somos testigos del ocaso del forajido, un individuo que ha pasado de acampar bajo las estrellas a techar su casa, de trabajar para el ferrocarril como pistolero a convertirse en un recuerdo a manos del folclore, de ser temido y evitado a terminar con la cara hundida en el fango en un lodazal repleto de cerdos. El tiempo sencillamente se limita a pasar como ha hecho siempre parece decirnos Eastwoody jamás escaparemos a las consecuencias de nuestros actos mientras dispusimos de el.
Pienso que el titulo de la película no hace referencia en absoluto al imperdonable acto de cobardía y brutalidad que desencadena los eventos del film sino a la particular condición de tres personajes. Por un lado nos encontramos a un colosal Gene Hackman interpretando al brutal y carismático Little Bill. Este personaje resulta sensacional al ser presentado como un individuo con una moralidad ambigua que parece gritar a los cuatro vientos: Ya no soy quien fui, pero no voy a permitir que lo olvidéis. En un plano similar encontramos a un estupendo Richard Harris como Bob el Ingles, un pistolero venido a menos que trata de destacar entre la chusma de la que forma parte por medio de sus obsequiosos modales. En su puesta en escena vemos a un individuo superado por su propia leyenda que cacarea: Ya no soy quien fui, pero no dejare que olvidéis quien digo ser. Finalmente encontramos el eco, el eco que nos devuelve una conciencia intranquila, una voz que no para de castigar y que nos cuenta al oído: Ya no eres quien fuiste, pero jamás dejare que olvides lo que hiciste y esa voz pertenece a William Munny el viejo forajido al que Eastwood da vida y que busca el perdón intentando ser olvidado y aunque prácticamente lo consigue sabe perfectamente que nadie puede ocultarse de si mismo.
Esta sensacional presentación de uno de los temas recurrentes en la filmografía del laureado cineasta en el que se ha convertido Eastwood, discurre sobre un lienzo crudo y de colores fríos que eliminan de manera sutil pero eficiente todo el encanto del salvaje oeste donde el acento, tanto a nivel fotográfico como narrativo, es puesto por la violencia al mostrarla como un recurso final al que incluso los propios asesinos, salvo quizás el pequeño Bill (Hackman), temen. Esto, que a priori puede parecer evidente, es magníficamente retratado por Eastwood y David Webb Peoples, al eliminar clichés de género y efecto. Es cierto e innegable que la base de la película se mueve sobre una historia de venganza pero lo significativo es encontrar como gran parte de los implicados en dicho ajuste de cuentas parecen estremecerse con la mera mención de la violencia o se muestran desconcertados ante las repercusiones de la misma. Con esto dicho, no quieran entender que Eastwood se muestra timorato con respecto a la crueldad y al exceso, ya que al utilizarlos como la ultima opción no escatima en mostrarla con suma frialdad.
Shakespeare dijo que toda obra encierra una historia de amor. Eastwood brinda con entusiasmo en todos sus film por las palabras del inmortal dramaturgo pero además aliña todas sus películas con gotas de imperdonable amargura, culpa por el pasado, temor ante el futuro y perplejidad ante la amoralidad del ser humano. Sin perdon es un relato de venganza que reúne con maestría todos los elementos que componen la firma Eastwood mientras rinde homenaje al genero que en gran medida le dio todo pero que en parte le costo su alma.
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