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Estoy seguro de que somos muchísimos más los que estamos hartos de la guerra que no vivimos, y que sólo queremos que esté en los libros de historia, y los que estamos hastiados de las dos españas y queremos que de una vez por todas sea algo del pasado, sólo del pasado
No me cuesta nada imaginarlos hace setenta años, quizás menos repulidos que ahora, con mucha más mugre, unos, y con mucha más caspa, otros, pero tan parecidos a los actuales. Antes gesticularían más, era el estilo de principios del siglo pasado y que se prolongó hasta bien pasada su mitad, en cambio ahora dicen las mismas barbaridades con el ademán tranquilo, sin aspavientos, tan sólo, si acaso, con el rostro ligeramente crispado.
No lanzan veladas amenazas contra la vida de sus adversarios, al menos, no todavía, pero no les importa atacar a las instituciones aunque les produzcan un grave daño, no dudan en insultar gravemente a aquellos que consideran que son un obstáculo en su camino, que no opinan como ellos, que no actúan como ellos quieren.
No me cuesta nada imaginarlos arengando a sus seguidores desde el balcón en el que tenían su despacho o la sede de su partido, sin calcular, o quizás calculando demasiado bien, las consecuencias. Serían menos educados, algunos, más groseros, otros. Se vestirían de un modo más semejante entre ellos porque entonces no había tanta variedad de atuendos, pero sus mentes, sus formas de pensar, sus intereses, serían tan disímiles como ahora; tanto como parecidos eran sus objetivos, tanto como lo siguen siendo ahora. También ellos buscaban la desaparición del adversario, también para ellos eran enemigos. Como para los de ahora, el mayor enemigo era el compatriota de la otra ideología, de la otra españa.
Los oigo, los veo, los leo ahora y puedo trasladarme sin esfuerzo setenta u ochenta años atrás, puedo ver el mismo odio, la misma abyección, la misma bilis corroyendo las almas de los que dicen querer justicia, de los que hablan de derechos humanos, de los que dicen que están al servicio de los demás, de los que defiende sus intereses a costa de lo que sea, a costa de quien sea.
Hoy como ayer juegan inconscientemente (o no) con los sentimientos menos nobles de quienes saben que les siguen, alientan los peores instintos, alimentan el rencor, hacen todo lo posible y lo imposible porque la reconciliación, el diálogo y el entendimiento entre adversarios sea imposible.
Hoy como ayer, siguen siendo egoístas, inconscientes (o no), insensatos, rencorosos, viles y crueles.
Hace treinta años muchos hombres buenos se pusieron de acuerdo, unos de manera expresa y otros tácitamente; algunos convencidos de que era lo que había que hacer, otros pensando que era lo mejor que se podía hacer y sin duda muchos resignados porque no creían que otra solución fuera posible. Y tuvieron a un país detrás, apoyándolos.
Hace treinta años triunfaron los partidarios de la reforma en lugar de los que querían la ruptura y aquellos hombres de derechas, de izquierdas, de extrema derecha algunos y de extrema izquierda otros fueron capaces de ponerse de acuerdo para limpiar la ciénaga de nuestro pasado, sanearla y construir sobre ella el futuro de una España en paz sin vencedores ni vencidos.
Durante unas décadas nos sentimos orgullosos, por primera vez en muchos años, de ser españoles, porque habíamos logrado la admiración del mundo haciendo una transición modélica de la dictadura a la democracia.
Pero bajamos la guardia. Fuimos dejando que poco a poco los que se habían mantenido agazapados alimentado su rencor y sus deseos de venganza fueran dando pequeños pero continuados pasos y ahora empiezan a salir de nuevo a la superficie, ya no son necesarias las caretas, hay que volver a mostrar el peor rostro, el de la ira, el del rencor, el de la venganza.
Quitamos lápidas con nombres de un bando y ponemos al lado otra placa con otros nombres de otros muertos. Mis muertos eran los buenos y los tuyos eran los malos. Eso estamos enseñando. Otra vez los muertos de primera y de segunda. Otra vez las dos españas. Otra vez la prepotencia de unos ganadores contra la impotencia de unos perdedores.
Mi muerto era de los buenos y el tuyo de los malos. Al mío lo sacaron de casa de madrugada unos desalmados que lo mataron contra la tapia de un cementerio por ser cura, o comunista, por ir a misa, o por no ir a misa, por ser de derechas, o por ser de izquierdas, o porque me caía mal, o porque su familia y la mía siempre estuvieron a la greña, o porque me debía dinero, o porque le debía dinero.
Odio, rencor, vileza, lo que nos hace peores desbordó hace más de setenta años y España protagonizó el peor capítulo de su historia. Y ahora todavía hay personas que, de una manera u otra, no quieren dejar descansar a los muertos.
Hay personas que quieren socavar los cimientos que se pusieron hace treinta años y se empeñan en remover la tierra hasta que vuelva a salir lo peor de lo que llevan dentro.
Las soluciones no están en el pasado. Nuestra solución, todas las soluciones, está en el futuro.
Nadie fue inocente de aquella tragedia que asoló España, todos fueron culpables y los muertos duelen a todos por igual.
Si queremos tener futuro como colectivo que comparte un territorio y una organización social será mirando al frente, no mirando atrás y reescribiendo incesantemente la historia.
Creo que somos más los que queremos por fin pasar página de una vez y seguir caminado y construyendo algo digno para nuestros hijos; los que estamos cansados, hartos, de que nos restrieguen por la cara una guerra de la que no nos sentimos protagonistas, ni herederos de ninguno de los dos bandos; los que sentimos horror ante unos y ante otros; a los que nos hiela el corazón cualquiera de las dos españas.
No nos dejemos embaucar y traicionar por los que estoy seguro que son una minoría, no dejemos que nos destruyan el presente y que nos arruinen nuestro futuro y el de nuestros hijos como ya hicieron otros como ellos hace casi cien años.