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Heridas Viejas en el Cuaderno Gris de Piedad

29/06/2021 02:02 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

…¡pero el cuaderno gris contaba a quien lo abriera las heridas de Piedad, viejas y sangrientas!!!

white lined paper

              

Piedad se casó joven, con un hombre no mucho mayor que ella; él, dueño de tierras, heredadas de una familia acomodada; era un burdo, la oveja negra de una familia que ostentaba un tradicional y reconocido apellido, pero era apuesto y con dinero, y seguramente el amor de Piedad, lo haría cambiar con el paso del tiempo, y la paciencia y el esmero, también harían lo suyo.

Ella blanca, voluptuosa en la justa medida, de estatura promedio: 1.60, de rostro suave y gestos tranquilos; terminó la secundaria en una normal para señoritas y soñaba con ser maestra, pero el amor y el matrimonio le aplazaron el oficio. Él, de tez un poco más oscura, manos grandes, velludas y fuertes; sus ojos negros adornados con largas pestañas y cejas pobladas, sonrisa amplia y firme y una voz tosca que halagaba, junto a esa vestimenta de hacendado y un jeep blanco que conducía para trabajar y darse a la conquista. 

¡Se veían bien juntos… es cierto!

Comenzaron su vida sin apuros, les sobraba el amor y la comida. Él salía al campo todas las mañanas, a recorrer la tierra yecharles un vistazo a las vacas; ella se quedaba en casa, leía, tomaba aire, se sentía fresca y feliz, era la dueña de todo lo que avistaba cuando se asomaba a la puerta. Esperaba la caída de la tarde y cuando escuchaba los pasos del caballo, sabía que su amor había llegado ¡era momento de café, de comida, de historias y abrazos!

Y el tiempo pasaba y los regresos de su amor en las tardes de los viernes se distanciaban y de pronto, se topó con un olor que no le agradaba y que persistía por tres días y se acompañaba de grandes fiestas en casa con hacendados y sus esposas resignadas, con niños acompañando papás borrachos y con un cansancio cada vez mayor porque ella, Piedad, pasó a ser la Bartender del antro en que su casa se convertía cada fin de semana.

Las peleas aparecieron en la semana, un lunes o un jueves, ¡no importaba!.  Piedad había engordado en sus dos embarazos y el trajín de los días la volvió un tanto huraña. Pero era madre, esposa y patrona y todos la creían ¡tan afortunada!!!, tan buena que preparaba unos remedios infalibles para el alivio de las borracheras de su afamado esposo; tan buena que cuidaba de sus hijas, las consentía, peinaba y llevaba a la escuela; tan buena con los trabajadores, tan buena con los lejanos vecinos, tan buena para la caridad, ¡tan buena era Piedad!

Y cuando por fin se quedaba sola, tomaba un lápiz y desplegaba su hermosa letra en un cuaderno gris, pequeño, grapado, de marca norma, y escribía esos dolores que nadie veía porque se escondían bajo la ropa que cubría los vestigios de una maternidad deseada, pero una alegría que se zanjaba en la cotidianidad de los días.

Piedad escribía esos dolores que nadie veía porque se escondían bajo la ropa que cubría los vestigios de una maternidad deseada, pero una alegría que se zanjaba en la cotidianidad de los días

“Eres una mula de descarte” le gritaba él.  Gruñía cuando ella con diligencia le pasaba el café de la tarde; y esos ojos que antes la amaron, ahora la miraban con algo de desprecio y de esa boca tan besable para ella por largo tiempo, sólo salían vituperios, ¡estás gorda, estás fea, estás vieja! y demás palabras no nombrables o repetibles. Pero el alcohol lograba que él volviera a verla tan bella como en los primeros años y en ese punto, Piedad florecía un poco, aunque ya mucho de ella estaba marchito…

Y el cuaderno gris lo sabía todo, cada palabra de él y cada sentimiento de ella, cada hecho, como aquel en que la aventó por la escalera y ella llorosa se levantó difícilmente porque él así lo ordenó: ¡párese, es su culpa, yo no la empujé, usted quiso caerse, manipuladora!.  Su columna se resintió desde ese día; tanto que no pasaba un mes, sin que Piedad, tuviera que quedarse en cama dos o tres días porque el dolor la obligaba.

Y su cuaderno gris lo sabía todo, ella describía con detalle cada suceso, y las letras delineaban el día de tal forma que bien podía sentirse al leerlas, el dolor de Piedad.

… El cuaderno gris, se sumó a otros cuadernos grises, y se guardaron en un cajón que viajó kilómetros, lejos de la casa donde vivía Piedad.  Ella se fue al otro lado del océano, el amor por sus hijas no logró que se quedara allí; se fue con la promesa de que volvería, pero no lo hizo.

Dejo sus hijas al cuidado de la abuela, empacó sus maletas y las cargó en su espalda resentida.  Llevaba meses planeando el viaje, en silencio, no midió el abandono y mucho menos la opinión de ese que se convirtió en su verdugo. Su alma sospechaba en la eternidad del dolor si permanecía en la comodidad de esa casa y en el verde de ese campo. Eligió el vacío en su vientre. Eligió una lucha no emprendida antes. Eligió padecer de ausencia. Eligió apartarse.

Su familia tildó su maldad, él apareció como el sufriente esposo y el protector padre; pero el cuaderno gris contaba a quien lo abriera las heridas de Piedad, viejas y sangrientas...

Y su Cuaderno Gris lo sabía todo!!!

 

Autora: Loren Callejas 


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