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Indiana Jones podría estar clasificado entre los saqueadores, los aventureros de otro siglo o los artistas de cine

31/05/2012 20:30 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

El tráfico de tosoros artísticos va desde los ladrones de arte, los intermediarios, los curadores de los grandes museos y los coleccionistas. Diaspora sigue la pista de todos

Partiendo de la base ficticia del personaje de Indiana Jones y de las intenciones que sus creadores tuvieron cuando lo lanzaron que era solo el de entretener y (no el transmitir visualmente una visión de arqueología aplicada). Y uno de los aspectos más controvertidos del Doctor Jones es el modo en que practica su profesión.

Si nos atenemos a las películas y a la literatura de aventuras que le tienen de protagonista, lo cierto es que producen una idea muy equivocada de lo que es la arqueología como disciplina científica. Indiana Jones se parece mucho más a un aventurero, saqueador o ladrón de tumbas y de sitios arqueológicos, que a un profesional de la ciencia a la dicen que encarna.

Con Indiana Jones lo que se observa es aventura y no ciencia. No hay investigación sistemática y se olvida (viola) algo fundamental en arqueología: el contexto en el que un objeto ha sido hallado y sus consecuencias para la historia. Entrar en un templo perdido, tomar un ídolo de oro, una reliquia, guardarla bien y salir corriendo no es el procedimiento que señala el manual del buen arqueólogo. Y menos todavía es comerciar después ese artefacto.

Despreciados por los arqueólogos, débilmente denunciados por coleccionistas y curadores, o ineficientemente perseguidos por la policía, los ladrones de tumbas son plaga, a lo largo y ancho del planeta. En Perú y Bolivia se les conoce como huaqueros y sus actividades se desarrollan en todos los pisos ecológicos del área andina y centroamericana. No hay desierto, montaña o selva que no hayan sido visitados por estos conspicuos miembros de la red antes nombrada; y constituyen el último escalón de un trafico de vasijas, tallas y piezas únicas, que ellos mismos extraen de la tierra.

En términos específicos “Indy” sería un “huaquero”; edulcorado, eso sí, a través de una visión romántica combatida y criticada por los arqueólogos reales.

Aunque el actor les caiga simpático. Como huaquero, Indiana Jones entra a formar parte de un submundo que, últimamente, ha sido profusamente estudiado a causa del terrible daño que produce a la hora de reconstruir el pasado humano, así como la diversidad del comportamiento humano (económico, político, ideológico) en el pasado. Eso se logra a través del estudio de objetos o joyas que el arqueólogo recoge en contextos espaciales y temporales definidos.

Se dice que el saqueo de tumbas es la segunda profesión más antigua de la historia, después de la prostitución; comparte con ella tres instrumentos de disuasión: las leyes, la moral y los peligros físicos. Y así, los ladrones de tumbas y las prostitutas han conseguido vencer las trabas temporales, adaptándose a cada época y autojustificándose con argumentos que a veces, pueden sonar a lógicos.

Historia de las Exploraciones, 1971.

En 1984, cuando se estrenó la segunda película de la saga (Indiana Jones and the Temple of the Doom), un famoso slogan publicitario empapeló las carteleras de los cines del mundo: (Si la aventura tiene nombre, debería ser Indiana Jones).

Pocas veces hubo una síntesis tan bien lograda a la hora de definir al personaje, identificándolo con esa incursión a lo extraño que nos saca de la corriente habitual por la que transitamos la vida.

Antes de los viajeros estuvieron los exploradores; y antes del camino, el sendero.

De hecho, lo busca lanzándose hacia lo desconocido, revelando "tierras incógnitas"; perdiendo dos elemento claves más propios del viajero: la seguridad (que se encuentra al seguir itinerarios conocidos) y la certeza del regreso a casa (por más que lo desee intensamente).

El explorador y aquí la palabra se identifica con la del arqueólogo tiene algo de nómada; y, como tal, encarna al aventurero por excelencia, abriendo su mirada y su cuerpo a un futuro ambiguo, azaroso, en el que todo puede suceder.

Cuando el "mapa se agota" y el "camino" se transforma en sendero, hay que abrirse paso a fuerza de machete -o tantear la ruta menos peligrosa-. Es ahí cuando se produce la sutil metamorfosis. E Indiana Jones nos tiene acostumbrado a ello (tanto en sus filmes como en sus libros).

Hace poco más de cien años ese cambio de papeles era mucho más frecuente que hoy en día; especialmente en ciertas regiones del planeta -selvas, desiertos, montañas- que permanecían inexploradas para el hombre occidental. Por entonces, el mundo era todavía algo inacabado, con bolsones de tierras vírgenes e islas a las que se proyectaban sueños, ambiciones e imaginarios proyectos de descubrimiento o grandeza personal y nacional. Claro que detrás de una visión como esa se escondía -y esconde- un pesado etnocentrismo de origen europeo que -en ocasiones no escasas- veía al mundo como un espacio vacío; por más que la realidad histórica demostrara que no lo era.

Por esa razón, la etiqueta de "explorador" en cuyo término va incluido el de arqueólogo que muchos famosos y audaces europeos se dieron a sí mismos, no revelaba más que un explícito sentimiento de superioridad imperialista; detectable no sólo entre los primeros conquistadores del siglo XVI, sino también entre los trotamundos y científicos de los siglos XVIII y XIX.

Indy es parte también de este grupo, que no tiene o no ha tenido una distinción clara… No cabe duda que exploradores y arqueólogos tienen una estrecha relación con la expansión capitalista, propia del imperialismo. La aventura fue controlada por la potencia dominante de turno. En primera instancia por Inglaterra; hoy por los Estados Unidos, que por tradición y poderío económico puede darse el lujo de tener el planeta por escenario y a los gobiernos les interesaban tanto los exploradores como los audaces aventureros y naturalmente los arqueólogos.

Es sintomático que la aventura, como género literario, haya prosperado en América Latina. No es errado, por tanto, concluir con Germán Cáceres que "lo que glorifica a un explorador es que antecede siempre a una intervención militar" .

Rudyard Kipling, Rider Haggard, Conan Doyle, son excelentes ejemplos entre los muchos escritores que exaltaron la existencia de lugares vírgenes dispuestos a recibir exploradores intrépidos y, posteriormente, los arqueólogos para apoderarse de la historia y los tesoros de esos pueblos vírgenes. Exactamente igual que los misioneros que viajaron con Colón.

La aventura ha estado fuertemente conectada con actitudes de poder internacional y su mirada europea partió de un imaginario que convertía al resto del mundo en algo deshabitado.

"Entre más nebuloso y vago es el territorio por conquistar y conocer, más es el interés popular que impulsa la aventura. La imaginación se convierte en fuerza que mueve a los gobiernos; la religión se hace misionera. El arqueólogo es ahora un aventurero. Los diferentes sectores se enfrentan luchando por descubrir lo desconocido y la ciencia se hace instrumento de la ambición política" .

La aventura reclama exploradores, fue instituida por el imperialismo y el capitalismo para justificar las excursiones fuera de sus confines.

Como dijimos antes, no hay muchos trabajos de investigación sobre "la aventura". Explicar un proceso expansivo, como el de Occidente, partiendo de ella no es del todo serio; pero tampoco lo es desecharla de antemano, o agregarla a pie de página como si fuera una mera nota de color.

El espíritu de aventura ha intervenido en los acontecimientos de un modo mucho más persistente del que generalmente creemos y puede ser visto como el síntoma de una época o la manifestación particular de una determinada escala de valores.

Por ese motivo, los trabajos de Georg Simmel (1858-1918), Vladimir Jankélévitch (1903-1963), Gustavo Bueno y Mijail Malishew representan importantes hitos al momento de encarar un análisis fenomenológico de la aventura; e indirectamente de Indiana Jones.

Los saqueadores tienen apellido diferente pero mucho en común son también aventureros, exploradores e Indy podría encabezar algún grupo de ellos

Esos saqueadores reciben distintos nombres, en Grecia son los tymborychoi; en Italia, los tombaroli; en la India, se les llama en inglés "idol-runners"; y en Guatemala y México, son los esteleros, en Perú, los huaqueros y en Colombia, los guaqueros. Pero, no importa el nombre que se les de, todos ellos se dedican a lo mismo: saquean antiguas tumbas en búsqueda de ajuares funerarios, oro, tallas, objetos religiosos precolombinos, tiestos y hasta cráneos humanos, para luego venderlos, a bajo precio, a los ansiosos traficantes internacionales.

El saqueo del pasado es una realidad que se ha dado, y se sigue dando, a nivel mundial.

Todos los países con tesoros artísticos-empezando por Egipto- han sufrido una permanente exportación ilegal de obras de arte y objetos arqueológicos; la mayoría de los cuales han terminado en las respetuosas vitrinas de los museos más importantes de Europa Occidental o de Estados Unidos. O en los de célebres universidades.

El creciente aumento de inversores en el campo del arte -sobre todo en los años de crisis- ha alimentado el contrabando del que hablamos: una pieza de cerámica mochica, chancay, nazca o de cultura Coclé, es muchas veces sinónimo de "lo misterioso", de "cultura perdida" o, incluso, muy de moda, "lo étnico". Es un valor seguro que se puede tener en una estantería o biblioteca y vender en cualquier momento. La exploración de nuevos sitios, hasta hace poco inaccesibles y desconocidos, ha generado una nueva y amplia oferta de objetos parecidos, a los que se puede tener acceso sin desembolsar grandes fortunas.

Además, unos pocos miles de grandes coleccionistas privados, anticuarios y millonarios excéntricos, vienen incentivando (directa e indirectamente) excavaciones ilegales en desiertos, montañas y templos abandonados de todas las latitudes del planeta. Son la cúspide de un mercado negro y de una subcultura fascinante y peligrosa.

El tráfico y comercio ilegal de arte antiguo se ha convertido en una especialidad en constante crecimiento, desde hace bastante más de medio siglo. Floreciente y lucrativo, el mercadeo de tiestos, vasijas, cerámicas, bronces y esculturas talladas en piedra, en oro, plata, posee una atracción tal que es explicable no sólo por la belleza intrínseca de las piezas que se trafican, sino por una serie de factores que las han hecho muy codiciadas.

Del Museo Británico a los tesoros de Irak robados por los marines se señala a dos grandes civilizaciones como autoras de un robo histórico. ¿Quién puede echar la primera piedra?

Uno de esos factores es el exotismo que destilan y atrae la curiosidad sobre su simbolismo

Las obras arqueológicas están disponibles para coleccionistas a dos niveles: por un lado, a un mercado popular de piezas de precio asequible; y por el otro, un mercado de alto nivel, ideal para curadores de museos dispuestos a pagar miles de dólares por objetos de alta calidad. Es esta democratización de acceso al arte americano (por especificar) lo que acelera y agiganta la salida de las piezas del país originario. Y está demostrado que la mayor parte de las obras de arte precolombino, que se exhiben en el mundo, son producto del tráfico ilegal.

En síntesis, hay suculentas ganancias en el negocio de las antigüedades, lo que origina una larga cadena de relaciones y contactos, ascendentes y descendentes, que van desde el comprador más prestigioso (incluidos los museos), pasa por el traficante (el intermediario) y termina, finalmente, en el ladrón de tumbas propiamente dicho. El funcionamiento de este mecanismo ilegal, plagado de latrocinio y soborno, contrabando e hipocresía, conocimiento y "buen gusto", configura una cadena o red inmensa que no respeta fronteras, clases sociales, legislaciones o controles aduaneros.

Por lo general, los huaqueros mismos desconocen el verdadero valor de las piezas que tienen entre manos y han encontrado (no es éste exactamente el caso de Indiana Jones que cumple la función de huaquero, traficante y coleccionista al mismo tiempo). Por sólo unos pocos dólares se desprenden de ellas, prefieren ignorar los suculentos negocios que, más arriba en la escala, se realizan con las mismas, porque saben que ellos son “ladrones” y pueden ser capturados in situ y terminar en una sórdida cárcel. Lo que no les ocurre por lo general a los meros compradores o traficantes, que se escapan con una multa.

Pero a veces el robo y el tráfico están estrechamente ligados: en el Perú, por ejemplo, la labor suele ser una empresa familiar campesina. Las tareas agrícolas, que generalmente desempeña la familia, ayudan a que, de vez en cuando (aunque esto es mucho más común de lo que se cree), una pieza de un viejo tesoro precolombino aflora a la superficie, ante las personas que menos se esperaba, y ya está el negocio en marcha. Pero a pesar de que existen el tráfico a tiempo completo, los auténticos saqueadores no buscan enterramientos de un modo sistemático (como no sea por encargo de gente importante), ni permanente. Están listos para cuando la oportunidad se presente que es cuando un confidente les da el dato.

Las relaciones que ocasionalmente se entablan entre los investigadores y los ladrones de tumbas son un tanto "erráticas". Ambos grupos se conocen, (en principio), se rechazan y se miran despectivamente aunque, por otro lado, están conscientes del provecho mutuo que se puede sacar de todo esto si se sabe aprovechar el “desprecio”. La historia de los últimos cincuenta años muestra que, generalmente, han sido los huaqueros los que dieron el puntapié inicial a un gran descubrimiento arqueológico; y los de los clientes en potencia, traficantes, quienes atrajeron la atención de los de la escala superior sobre el estilo de lo hallado, despertando así el interés de los eruditos por una cultura aún no muy conocida o por algo original o genuino que se puede “salvar“.

Muchos investigadores (profesionales y amateur) tienen como "informantes" a huaqueros que conocen el terreno como la palma de su mano y que saben "milagrosamente" dónde excavar. Generaciones de huaqueros han entregado datos muy jugosos o, simplemente, mostrado fotografías de cerámicas bellísimas, a las que etiquetan como "originales".

Este último aspecto es un problema para los traficantes y coleccionistas de arte; y eso ha impulsado a que surjan verdaderos entendidos, especialistas en el tema. Comprar una pieza falsa es un peligro que se corre a diario, máxime en un mundo tan competitivo y darwiniano como ese. A nadie le gusta perder su dinero. Y es corriente que los grandes traficantes de arte precolombino conozcan las antiguas técnicas de fabricación y los mejores consultores sobre la autenticidad de una pieza para ir sobre seguro. Hace unos años todo era diferente.

¿Cómo competir con traficantes que ofrecen a los ladrones, dos, tres y hasta cuatro veces más dólares que los museos públicos latinoamericanos? ¿Cómo combatir el huaqueo, sin fondos, controles, ni voluntad política para frenarlo? ¿Qué país del tercer mundo puede tener en cada valle, cerro, desierto o selva, suficientes vigilantes honestos, para proteger el patrimonio histórico y arqueológico de la región, cuando un solo objeto traficado vale más que el sueldo de un año?.

Éstos y otros aspectos se dejan entrever en las películas y libros de Indiana Jones.

Sucede que, en el universo novelado de Indiana Jones, la arqueología se muestra como algo anticuado que ya dejó de existir: puro coleccionismo intelectualoide (aunque pudo haber sido arte o ciencia, en los siglos XVII y XVIII, cuando nació, pero no existe). La Nueva arqueología se separó del tabú y la forma romántica de la arqueología clásica; aunque parece haber dejado extraños vestigios en el imaginario cinematográfico de nuestro personaje y otros de la ficción.

Pero el pasado real se vende con dinero, a poder ser dólares; y en una economía de mercado, en donde la ética está ausente y el más fuerte se devora al más débil, es el mejor postor el que se lleva los laureles y los objetos de arte, lo cual se hace patente en las subastas de Sotheby´s o Christie´s.

Este es un problema que resulta difícil de revertir, aunque tiene aristas muy agudas, que van mucho más allá del campo de la historia o la arqueología. Si la situación general en que se encuentra América Latina tiende a perdurar (aunque haya indicios que hace esperar que la cosa cambie), no habrá leyes, acuerdos o discursos políticos que impidan la "Gran Migración" del arte precolombino hacia vitrinas más lujosas y mejor protegidas, a miles de kilómetros de distancia de las tumbas en las que vieron, subrepticiamente, la luz.

Tanto en el desierto, en la montaña como en la selva, los huaqueros desempeñan su "arte" con maestría y sin culpa (Indiana Jones tampoco parece tenerla). Conocedores de los lugares apropiados, esperan las sombras de la noche para iniciar sus rituales de profanación, que terminan por llegar. Al menos en el cine.

¿A quién le pertenece el pasado?. Según Indiana Jones a los museos. Pero, ¿a qué museos?… a los suyos

Aquí la controversia abarca tres opiniones bien diferentes y enfrentadas, que Karl Meyer ha sabido sintetizar perfectamente en sus libros.

Primero, está el punto de vista del coleccionista, que se ve a sí mismo como un salvador de antigüedades, aunque hay que pensar en el futuro valor que sus "protegidas" piezas adquirirán en el mercado. El pasado -por ahora- le pertenece. Mañana… veremos.

Esta tradición ha prosperado mucho en América Latina desde el siglo XVIII. En este ámbito es posible encontrar a grandes terratenientes, militares, sacerdotes e incluso instituciones bancarias, como propietarias de importantes colecciones privadas, sagradas para ellos.

Después está la opinión de los curadores de los grandes museos, que hemos perfilado. Su deber es llegar a justificar cualquier medio dudoso de adquisición con tal de enriquecer "la cultura de su pueblo". Esta tradición no es tan válida ya que el curador sabe bien que el interés por el coleccionismo estuvo (y está) sostenido por instituciones académicas o bancarias. Indy podría formar también parte de este grupo. Los medios no importan… .y menos al museo.

Y aquí vendría bien unos cuanto ejemplo recientes: El Museo Getty, de propiedad del exmultimillonario americano Paul Getty, fue en su día demandado por autoridades griegas que presentaron evidencia arqueológica que en los años 90 la institución compró en 5, 2 millones de dólares una corona de oro, una tumba y el torso de una mujer, todos del año 400 AC, antigüedades muy preciadas de la colección museística griega que fueron robadas. Lo mismo hizo Italia que acusó a Getty de haber adquirido tres objetos a sabiendas que habían sido robados.

Desde hace tiempo, Italia reclama la famosa «Venus de Morgantina» (Sicilia), del siglo V a. C., adquirida por el museo en 1988 y valorada en 20 millones de dólares. “Los Angeles Times” informó que los abogados del Museo habían declarado “que 82 objetos -que incluyen 54 de 104 antigüedades clasificadas como obras maestras- habían sido adquiridos mediante vendedores, sospechosos de formar parte de una red ilegal de venta de objetos antiguos investigada por el Gobierno italiano”.

En 1995 en el almacén de Giacomo Medici en Ginebra, connotado comerciante de arte italiano, la policía decomisó 1973 piezas arqueológicas de primera calidad, en su mayoría encargadas como robadas, así como miles de fotografías que han permitido identificar cientos de otras valiosísimas piezas, que se encuentran no solo en el Museo Getty de Los Ángeles, sino en el Museo de Toledo, Ohio, el Ny Carlsberg de Copenahue y el Antike Mittelmerkultur de Tokio.

Después de las guerras e invasiones americanas del Oriente Medio, en particular al área Mesopótanica, donde nació la escritura y por lo tanto la historia, no ha librado a la población de Irak del caos, el terror y la miseria de una guerra continuada, que desmoraliza a la nación y ha dividido al país en facciones irreconciliables.

A partir de la presencia de las tropas norteamericanas, se inició un brutal proceso de saqueo, expolio y destrucción de su patrimonio histórico, considerado una de las reservas más grandes de la humanidad que al decir de la destacada escritora y crítica de arte iraquí May Muzzafar en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique: "Al destruir la herencia de Irak, su pueblo, su arquitectura, milenios de cultura de la humanidad quedaron barridos. Las fuerzas invasoras del país más poderoso de la tierra atravesaron vastos océanos, pisotearon los cuerpos martirizados de niños, mujeres, hombres jóvenes y maduros, utilizando la tecnología militar más moderna para apoderarse de los pozos de petróleo iraquíes. Desgraciadamente, las fuerzas de la coalición no solamente mataron y humillaron al pueblo y la cultura de Irak, también abofetearon a la civilización. El legado que Irak acaba de perder con esta guerra le pertenecía a toda la humanidad."

En efecto, en diciembre de 1994, más de 20 especialistas de talla internacional remitieron una carta a la UNESCO para denunciar la situación de abandono de los enclaves arqueológicos y la impunidad de los ladrones. El bloqueo impuesto por EE.UU, y el hambre, la miseria y la enfermedad que azotaba muchas regiones del país obligó a muchas familias a colaborar con los soldados ocupantes facilitándoles el saqueo de sus lugares sagrados y no pocos militares se dedicaron a apoderarse de los tesoros arqueológicos de museos y galerías de arte.

Según los analistas más de 4.000 piezas arqueológicas fueron robadas en Iraq en el caos que siguió a la Tormenta del Desierto. Pero lo verdaderamente escandaloso es que más de 300 de esas piezas han sido descubiertas en el Metropolitan Museum de Nueva York. Sin embargo y pese al evidente contrabando, robo y expolio de restos arqueológicos mesopotámicos que ha convertido en millonarios a muchos militares norteamericanos, nadie entrega una explicación razonable.

Finalmente, está la actitud de aquellos que consideran que los monumentos antiguos (y los encontrados en los sitios arqueológicos) constituyen parte indisoluble del patrimonio nacional de donde se encuentran. Esta parece, por ahora, la postura ortodoxa. Aunque existen los que afirman que todo eso pertenece a la humanidad

Tres posturas que aún se mantienen en fuerte y apasionado debate, en el que cada una puede poseer cierta cuota de razón.

Pero, mientras los alegatos proliferan, el gran templo del pasado sigue siendo saqueado; desmoronándose y perdiendo una información que, como un libro, se quema a medida que se lee incorrectamente. Y no la recuperaremos jamás.


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