¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Leonel Robles escriba una noticia?
Es muy difícil que uno de abstraiga del llamado consumismo durante estas fechas donde cualquier anuncio publicitario va encaminado a que el ciudadano caiga en las garras de la tentación
El mundo del consumismo es el mundo de la felicidad, es el brillo en la mirada de los niños al ver el regalo que espera a los pies del arbolito navideño, el vestido que ha desaparecido del aparador porque ya despierta en las manos del esposo a la hora que lo entrega, como una reafirmación de algo, a su compañera. La felicidad es el pretexto que explota justo cuando el mundo civilizado se ha puesto de acuerdo en que debe explotar, y las miles de manos se extienden ansiosas a comprar ese pequeño paraíso que unos cuantos venden complacidos porque el mundo no puede ser de otra manera. Ya ven, dirán algunos, hasta los países en guerra hacen una tregua porque el espacio de todos es un espacio sagrado.
Los cordiales con la realidad miran y señalan. Los psicólogos sociales, los soció
La Navidad, el fin o principio de año le tocará a alguien las entrañas, o ahí están los amigos, los hijos, los padres, las esposas, las novias que se encargan de que no se olvide que a este mundo se vino a ser feliz, a tocar ese pequeño paraíso del que hablaba el poeta, a conciliar el materialismo con el afecto, el sueño con la vigilia, la enfermedad con la salud: los contrarios se tocan y se reconcilian.
Ya ven, dirán algunos, hasta los países en guerra hacen una tregua porque el espacio de todos es un espacio sagrado
Muy difícil abstraerse del contagio terrenal porque quién no quiere llenar sus huecos, sus ausencias, sus malquerencias. Ahí están para eso, la mujer de sonrisa y cuerpo fácil, el hombre de mirada de fin de semana, el coche que brilla sus colores, el niño y su décima dimensión: es solo cuestión de extender la mano.