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La Fiesta del Agua

19/08/2009 01:00 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Crónica de la Fiesta del Agua de Lanjarón. Alpujarra. Un grupo de amiguetes cualquiera..

En esta ocasión, he escogido como tema de mi artículo, otra fiesta típica española que he vivido por primera vez este año y cuya experiencia quiero compartir con todos vosotros. Se trata de la fiesta del agua de la localidad de Lanjarón, en la Alpujarra de Granada. Al contrario que en otras localidades, especialmente de costa, aquí se recibe la noche de San Juan con agua y no con hogueras y fuego. Las reglas son sencillas: Sólo se puede echar agua entre las 00.00 horas y las 01.00 del día 24 de junio, no se puede recoger y tirar agua del suelo, evitar llevar lentes de cualquier tipo... En ese período, la cantidad de agua que cae de balcones, azoteas, camiones (colocados para la ocasión y dispuestos con metros cúbicos de agua para lanzar a los transeúntes), mangueras a presión y pistolas y artilugios de todo tipo, es increíble y ahora os cuento mi propia experiencia... Tras trabajar por la mañana y con el cuerpo pidiendo guerra, recobré fuerzas comiendo en casa de mi madre, preparé el petate y me fui a ejercer de reportero directamente a Granada. Allí estaban esperando un par de colegas, ataviados con cubos y bañador, como si de ir a la playa se tratase. Primero hay que mojarse por dentro y luego por fuera, me dijeron. En estas emprendimos camino a Lanjaron, travesía que me recordó al viaje anual de los san fermines, con barra libre de bebida... Estuve a punto de enfundarme el bañador de competición, pero finalmente opté por uno viejo y gastado, mucho mejor para la ocasión y, sobre todo, mucho menos ceñido y compro – metedor. A las 22.30 con la visión nublada y bien agustito, llegamos a la atestada localidad que nos recibió con un cubazo de agua por la ventanilla del coche que nos jodió, entre otras cosas, unos petardillos que ya llevábamos liados, y el litro de cubata que estábamos saboreando. La guerra había comenzado... Eran las 23.55 y la calle de la batalla estaba abarrotada de gente disfrazada, guiris entusiasmados y armados con lo último en pistolas láser / agua, tambores, timbales, maracas y muchos, muchísimos cubos de agua que portaban cada uno de los participantes. De pronto, una piscina de agua cayó sobre nosotros y, en un instante, la calle se convirtió en un auténtico diluvio. Casi me ahogo con el descojone que me entró a ver a toda esa gente botando, pidiendo a gritos agua y más agua, resistiendo estoicamente los manguerazos a presión, intentando llenar sus cubos con el agua que se perdía tras rebotar, violentamente contra su cara, sus pelotas, sus orejas... Y digo que casi me ahogo porque un hijoputas que me vio, se giró como una peonza para colocarme un cubo de agua en plena cara y cortarme la respiración. A los cinco minutos, ya había perdido una de mis chanclas... Apenas podía abrir los ojos y me encaminé enrabietado a uno de los balcones para poder usar las mismas armas. Un cubo se lo coloqué a uno que se mantenía en una de las callejuelas a modo de burladero en toda la cara. Su disfraz de monja no puedo resistir la presión del agua y la cofia se fue a tomar viento fresco, y nunca mejor dicho, porque tras el aguacero, el viento provocaba que todos los pezones se pusieran apuntando al cielo y no se qué daba más miedo, si el temor a quedarse helado o el de ser embestido por alguno de los muchos pitones de Mihura que se veían por la infestada calle. De repente, sentí una toba descomunal en una de mis orejas y cuando conseguí darme la vuelta, vi como uno de los operarios de las mangueras, me estaba dejando las orejas como una patena... Salí por pies y la otra chancla desapareció en el río de la calle. “ Espero que no haya cristales” , pensé. La camiseta estaba tan mojada que el escote me llegaba al ombligo y decidí seguir recorriendo entre desconocidos el recorrido hasta el Ayuntamiento. Entonces me topé con uno de los camiones de la organización. Un verdadero puño de agua me tiró al suelo. Desde el remolque del camión, armado con miles de litros de agua, el agua no brotaba, sino que era lanzada con violencia espectacular por los operarios del pueblo, que en un alarde de malabarismo, eran capaces de verter el agua tras levantarla en el aire y arrojarla con potencia sobre los transeúntes, que caían al suelo como meros bolos. Una vez en el piso, las mangueras a presión hacían el resto... A la 1 de la mañana paró el diluvio y me encontré exhausto de la risa, los golpes, el agua, la pérdida de mis chanclas de 3 euros y de mi camiseta de propaganda... pero feliz, feliz de haber vivido una fiesta tan curiosa que me obligará a repetir, si Dios quiere, con alguno de vosotros.


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Osolo (1 noticias)
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