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Nadie como José Luis Rodríguez Zapatero ha abusado reiteradamente de las subvenciones. Tal es así que en las arcas públicas, antes de terminar la primera legislatura, ya no quedaban ni telarañas. Y para seguir repartiendo ayudas, abusó de manera irresponsable de la confianza de todos los españoles, endeudándonos bastante más allá de lo razonable, hipotecando peligrosamente nuestro futuro y el de las generaciones venideras. Más aún: la necesidad de obtener dinero fresco para continuar con sus prebendas, le llevó a decretar una inoportuna subida lineal de impuestos que perjudica indudablemente a los sectores más débiles de la sociedad y que, sin lugar a dudas, agravará de manera considerable nuestra crisis económica.
En circunstancias normales, este tipo de subvenciones, se utiliza para proteger y promover ciertas actividades que, desarrolladas por personas particulares o por determinadas organizaciones, van orientadas claramente a satisfacer necesidades públicas ineludibles. Persiguen con carácter prioritario fines siempre de interés general. Desde la llegada de Rodríguez Zapatero a La Moncloa, el acto administrativo de concesión de ayudas se vuelve mucho más prosaico y, en vez de la solución de un problema general, se ocupa de satisfacer las apetencias desmedidas de los perceptores a cambio de futuras contrapartidas.
La mayor parte de las subvenciones que otorga el Gobierno que preside Rodríguez Zapatero, van a parar a manos de los amigotes de siempre o de aquellas personas de las que espera recibir algún que otro favor, sea éste político o personal. Es una manera muy peculiar de comprar votos, apoyos inconfesables y, como no, condicionar, torcer y pervertir muchas voluntades. Una prueba palpable la tenemos en los titiriteros y en los sindicatos de clase. Estos sindicalistas han pasado decididamente del puño cerrado a la mano extendida. Otro grueso importante de estas subvenciones se las llevan las diversas organizaciones afines, alguna de las cuales fue creada expresamente para beneficiarse, sin escrúpulo alguno, de la prodigalidad del jefe del Ejecutivo.
Está claro que estas organizaciones, beneficiadas continuamente con dineros públicos, más que ONGs, debieran llamarse OMGs, ya que, más que organizaciones no gubernamentales, se trata evidentemente de organizaciones muy gubernamentalizadas. La picaresca en muchos de estos casos llega hasta el increíble extremo de conceder subvenciones para realizar actividades puramente ficticias. Se trata simplemente de premiar adhesiones, comprar silencios y futuras fidelidades. Zapatero pasa olímpicamente de las realizaciones y hasta del talento y de la excelencia. Busca de manera incansable la sumisión a las consignas y la genuflexión a su persona. Y la concesión poco ortodoxa de subvenciones es, sin lugar a dudas, un buen método para lograr esa sumisión.
Casi todas las subvenciones son improcedentes, hasta las que se conceden para el desarrollo de diversas actividades industriales o agrícolas. Además, porque se prestan de manera indudable a la picaresca y al chanchullo. Todos hemos visto plantaciones enteras de girasoles, que apenas han nacido porque se sembraron de manera inadecuada, sin preparar la tierra y sin abono, ya que nunca hubo intención de cosecharlos. Con la siembra de estas semillas o de cualquier otro producto agrícola se perseguía exclusivamente el cobro de las subvenciones. De ahí que sobrara todo tipo de dedicación extra, necesaria por otra parte para obtener una buena cosecha.
Tampoco gozan de buena prensa las subvenciones que se dedican a cualquier tipo de actividad industrial, como puede se la producción eléctrica a través de las energías renovables. Es dinero que se destina prioritariamente a actividades que en absoluto son rentables y cuyo único aliciente es la obtención de semejante ayuda. De este modo se promociona la dedicación a cosas muy poco productivas, en detrimento de aquellas otras que generan riqueza. Esto naturalmente acentúa la crisis económica que padecemos, ya que menoscaba nuestra ya baja competitividad. Estas ayudas o subvenciones tienen además otra dimensión nefasta. Quienes las reciben ejercen una competencia desleal, y hasta obscena, con aquellos que se dedican a los mismos menesteres, utilizando exclusivamente sus propios medios. Estos, al no estar en la órbita del Gobierno, se ven obligados a luchar en inferioridad de condiciones para mantener su propio medio de vida.
Y no digamos nada de las subvenciones destinadas a los trabajadores del campo en Andalucía y en Extremadura. Me refiero al Plan de Empleo Rural (PER). Se trata de una concesión de ayudas tremendamente inmorales, discriminatorias con otras regiones de España, y que desincentivan de modo notorio a los perceptores. Fomenta el caciquismo y los pasteleos entre los terratenientes de turno y los jornaleros agrícolas. A nadie se le escapa que aquellos pueden optar por contratar a estos, o simplemente firmarles jornales que, como no hay mucho control, pueden haberse efectuado o no. Y esto ya les da derecho a cobrar el PER.
Si Andalucía y Extremadura, a pesar de las ingentes cantidades de dinero allí empleado por este concepto, siguen siendo las regiones más pobres de España, es por algo. Con este subsidio, lejos de impulsar el empleo rural, se consigue todo lo contrario. Es la manera de fomentar entre estos trabajadores la holganza, la indolencia y el adormilamiento y se les acostumbra a vivir rutinariamente de este subsidio, sin que se molesten por buscar un empleo que les proporcione mejores opciones en la vida. Y encima agradecen a los poderes públicos autonómicos su situación precaria de dependencia y lo manifiestan votándoles una y otra vez.
José Luis Valladares Fernández
Criterio Liberal. Diario de opinión Libre.