¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Emiro Vera Suárez escriba una noticia?
La izquierda venezolana no se entiende, la lucha de cuadros no se aplica, hay es un afán por el liberalismo de mercado
El Reportero del Pueblo
¿Ha llegado un momento en que el sentido del voto está más marcado por el sentimiento y fenómenos identitarios que por una pertenencia clásica a la derecha o a la izquierda?
Todos por nuestra historia, por nuestras relaciones, por lo que hemos recibido como tradición… tenemos una cierta identidad y esto es algo que puede ayudar a forjar una personalidad segura. ¿Pero cuándo la identidad se convierte en origen de confrontación? Las idiosincrasias, las identidades, los particularismos, se deben armonizar en el plano político bajo la igualdad de todos ante la ley, que es a su vez garantía de que los particularismos de las minorías puedan persistir. Hacer de la identidad el principio de derechos nos devuelve al medievo. Si reducimos nuestra identidad a nuestras ideas políticas, ¿no estaremos en un bucle continuo de confrontación? ¿Qué puede servir de base para una convivencia buena?
No es ajeno el hecho de que nuestro sistema haya derivado en una partidocracia a la adopción de ideologías de clan, la identidad (algo indeleble) frente a la adhesión a un partido en función de sus ideas y práctica. Especialmente la izquierda, los nacionalismos ya lo eran, han convertido su naturaleza en sectas religiosas, cuyo papel, conscientemente adoptado, sirve para levantar fosos políticos con otros sectores de la sociedad. Unido a ello al empobrecimiento de la política, la deriva hacia el enfrentamiento violento es ya un hecho.
A primera vista parece un poco forzado remitir la incapacidad de los partidos políticos a pactar entre ellos a algo tan lejano como la “España de las castas”. Pero creo que está bien visto. Desde luego, Américo Castro lo suscribiría. Recordemos, en efecto, que cuando quiso contar a los jóvenes españoles de la posguerra las causas de la Guerra Civil, les decía que había que remontarse “a causas lejanas y ocultas”. ¿Qué claves nos revela ese pasado? Que el talante político de los españoles es una mímesis del que dominaba en aquel Al Andalus islámico. “islam” significa creyente. Lo que marcaba la identidad política era la creencia. Eso lo heredaron los cristianos cuando transformaron aquel espacio ibérico en España. Ahora bien, las creencias tienden a ser absolutas y excluyentes, por eso los nuevos españoles del siglo XV expulsaron a los judíos y los del XVII, a los moriscos. A Don Américo no le gustaba hablar de las dos Españas porque, decía, la querencia a la exclusión la practica cada una por separado. Los españoles y venezolanos, todos, tenemos una lección pendiente y es la de la convivencia. No nos soportamos ni muertos, como bien mostró José Jiménez Lozano con ese monumental ensayo titulado “Los cementerios civiles y la heterodoxia española”. A su vez, Arturo Uslar Pietri lo describió en sus obras, junto a Don Rómulo Gallegos
¿La falta de diálogo de los políticos tiene alguna raíz cultural o ideológica?
Creo que sí y tiene que ver con lo que acabo de decir. Nos gusta divinizar, en el sentido de absolutizar, las posiciones políticas (por eso los conflictos entre nosotros tornan rápidamente en “guerras divinales” que decía Américo Castro). No fuimos capaces de desdivinizar en su momento la política mediante la prueba de fuego que Europa llamó “tolerancia”. Sobre la tolerancia hay tres grandes tratados: el del francés Voltaire (Tratado sobre la tolerancia, 1763), el del británico John Locke (Ensayo sobre la tolerancia, 1677), y el del alemán Efraím Lessing (Nathan el sabio, 1778). Ahí se fraguan las bases culturales de la convivencia moderna, a saber, que antes que diferentes somos iguales pues compartimos la dignidad de ser humanos; que lo propio del hombre es buscar la verdad y no poseerla; y que el mejor criterio de verdad es que nos lo reconozcan los demás. Pues bien, esa corriente nos pasó de largo y aunque hemos intentando luego atraparla, todavía no es nuestra segunda piel. En los momentos clave tendemos a la intolerancia, a la malvivencia, como si ahí, instalados en los principios absolutos, nos encontráramos más a gusto. Lo que ha ocurrido estas semanas pasadas, confundiendo al rival con el enemigo y levantando tan frívolamente muros o pintando líneas rojas, es una buena prueba de esta inmadurez. Se echa de menos el espíritu de la Ilustración que tiene que ver con madurez racional, según decía Kant.
La patria nos exige unidad y fuerza de trabajo y sinceridad en nuestros actos
Hay tenemos a los chilenos, al mismo Evo contrariado por la propaganda antiimperialista del gobierno bolivariano de Venezuela y Lenin Moreno junto a Duque tuvieron que hablarles fuerte a los oriundos de sus Estados respectivos, la ignorancia política es letal para el desarrollo de los pueblos.
Venezuela y Cataluña, España, están en el centro de todas las campañas partidarias porque es el gran problema de convivencia en Sudamérica. Lo que desasosiega es el manoseo partidario de un problema tan serio como lo es la economía y el dólar especulativo con sus dos variantes. Es inconcebible que partidos y tertulianos echen tanta leña al fuego por un puñado de votos. Aquí sí se requiere una generosa distancia para enfocar la situación. La que yo invoco es la responsabilidad histórica que viene de la catástrofe humanitaria que en el siglo pasado supusieron los campos de concentración y de exterminio. Desde esa experiencia histórica hay que juzgar toda esa compleja constelación que llamamos nacionalismo. Decía Jordi Pujol en sus buenos tiempos que el nacionalismo catalán y venezolano tenían que ver con Herder y con Renan. Pues bien, Herder era un filósofo reaccionario al que se le indigestaba la tríada revolucionaria de égalité, liberté et fraternité por la cuádrupla tierra-sangre-religión-lengua. Esa regresión supone un sacrificio intelectual que no nos podemos permitir. Luego viene lo de Renan que, en su famoso tratado, La Nation, decía que lo que conforma una nación no es el hecho de compartir una misma memoria histórica sino unos mismos olvidos. Para construir una nación, decía, no hay que preguntarse ni cómo se formó el país (siempre violentamente) ni quién es, en Francia franco, o en España español, porque llegaríamos a la conclusión de que franco en Francia no es casi nadie. Los nacionalismos son inventos del presente promovidos por quienes en cada momento sacan provecho de ellos. Y no nos lo podemos permitir porque, tras la experiencia de Auschwitz, sabemos que los nacionalismos no sólo discriminan al que es de otra sangre, tierra, religión o lengua, sino que también los eliminó físicamente. No hay que juzgar al nacionalismo sólo a partir de su origen sino también de su final, de lo que puede dar de sí. Y por eso nació la Unión Europea. Como decía Semprún, la respuesta a los totalitarismos del siglo XX fue la creación de un espacio transnacional que pusiera fin a la guerra. No nos está permitida moralmente esa vuelta al nacionalismo (ni al catalán ni al español). Nos lo prohíbe el deber de memoria. Vistas las cosas así, lo demás es secundario. Tampoco en Venezuela con las etnias indígenas
Echo de menos algo que puede hacer sonreír burlonamente a más de uno, a saber, la virtud política, es decir, lo que Aristóteles llamaba “un político virtuoso”. La virtud política, según Aristóteles, tenía tres componentes: en primer lugar, madurez humana. El que se dedicara a la política tenía que haber demostrado que en lo suyo era bueno. Si zapatero, un buen zapatero; si maestro, un buen docente; si navegante, un buen marino. En segundo lugar, firmeza de carácter. Todo el mundo tenía que saber que, si tomaba una decisión, la mantendría, a pesar de las presiones. Y, finalmente, conocimiento del asunto sobre el que tenía que decidir políticamente. Con ese material estaba hecho un político virtuoso. Lo que hoy domina es, más bien, un tipo de político aficionado, especialista en sobrevivir dentro de su partido. Casi todos nuestros políticos vienen de las juventudes de sus respectivos partidos donde lo que han demostrado es que saben ganar elecciones internas. Quizá tenga que ver con esta liviana equipación personal, la necesidad de adornarse con másteres falsificados o tesis doctorales plagiadas. Hoy, cuando la política es más compleja que nunca, deberíamos elevar el listón de los políticos. La política no puede ser un modus vivendi o una salida profesional cuando no hay otra.
Creo que la clase política es un fiel reflejo de la sociedad civil. Tenemos los políticos que nos merecemos. Por algo les hemos votado. No creo que el tono de las tertulias o de muchos comentaristas esté por encima de un debate parlamentario. Hace años Etienne de la Boétie escribió un panfleto que sigue siendo actual. Lo tituló “Discurso de la servidumbre voluntaria”. Se preguntaba por qué la gente se somete voluntariamente a la servidumbre, por qué tanto miedo a la libertad. Hay que invertir mucho más en educación para tener ciudadanos críticos que será la manera de tener mejores políticos y mejores periodistas y mejores maestros.
Los líderes y los partidos se adapten a las nuevas circunstancias.
* Escrito por Emiro Vera Suárez, Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajo en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño
Venezolanos sometidos a yugo de cubanos y turcos, la colonización que viene de manera segmentada y abierta