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Pocos pondrán en duda que los protagonistas de esta sociedad no somos los ciudadanos, sino la casta política: un grupo más o menos estable de personas que se han blindado en sus cargos y poltronas y desde allí descargan sobre nosotros leyes de todo tipo destinadas a encarrilar nuestras vidas
Pocos pondrán en duda que los protagonistas de esta sociedad no somos los ciudadanos, sino la casta política: un grupo más o menos estable de personas (listas cerradas) que se han blindado en sus cargos y poltronas y desde allí descargan sobre nosotros leyes de todo tipo destinadas a encarrilar nuestras vidas por donde a ellos les parece oportuno. Una maraña muy bien urdida en la que los ciudadanos no podemos decir ni “mu”, de hecho.
Existe una división cada vez mayor entre “la clase dirigente” y la sociedad civil. El modelo de vida que se nos propone, y a veces se nos impone, desde el poder es, en muchos casos, degradante. El colmo de la injerencia es, en mi opinión, que sus señorías decreten cómo han de ser las relaciones personales, afectivas, sexuales, familiares. Entre esas relaciones rediseñadas por los políticos, hay una que resulta especialmente vulnerada: la maternidad.
Una auténtica marea negra capaz de hacer que se pudra lo mejor de la humanidad
Siempre se dijo aquello de “madre no hay más que una”. Frase que trata de poner de relieve la relación de excelencia que supone una madre para un hijo. Ser madre es amar de modo natural, al ser humano fruto de sus entrañas, más que a sí misma. La vida no es sólo el alimento corporal. Necesitamos el amor para vivir. Siempre, pero sobre todo cuando somos niños, ese amor nos lo da nuestra madre. Después será la esposa. Pero, si una mujer no es una buena madre, difícilmente será una buena compañera.
Por increíble que parezca, en este terreno sagrado han entrado los políticos y con su poder legislativo y mediático han hecho y deshecho, principalmente en las generaciones más jóvenes y, fruto de ello, hoy hay hijos que vieron la luz (en este caso, las tinieblas), no en la sala de maternidad de un hospital, sino en una “clínica” abortiva, en un matadero. Hijos que no han sido amados por el ser que los engendró. Hijos sin madre. Vivimos tiempos oscuros, donde hasta los valores más sagrados se nos muestran salpicados de egoísmo y de “derechos” inmundos. Una auténtica marea negra capaz de hacer que se pudra lo mejor de la humanidad si no nos oponemos a ella con todas nuestras fuerzas.
El colmo de la injerencia es que sus señorías decreten cómo han de ser nuestras relaciones personales, afectivas, sexuales, familiares