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¿El suicidio es una solución? ¿La muerte debe ser un mandato? Este artículo indaga en las causas suicidas y sus diferentes matices que ha tenido a través de la historia
Una de las interrogantes más intrigantes, controversiales y apocalípticas -si es necesario el término- que uno puede preguntarse es: “¿Y si me suicido? ¿Será esta una solución?”
Para entender este tema u obstinación -para algunos- es imperante conocer su pasado, y partiremos de la primera persona que registra la historia de ser el primer suicida –esto por la relevancia del personaje, claro- estamos hablando del tirano Emperador griego, Periando de Corintio, que nació en el siglo VI a.c. Su suicidio no escapa de ser curioso y hasta anecdótico. Creador de grandes enemistades por sus usanzas malvadas, bizarras y egocéntricas; corría el peligro de que su vida fuera arrebatada violentamente por sus enemigos. Para que eso no ocurriera, Periandro ideó el siguiente plan macabro para quitarse la vida: mandó a dos jóvenes, mostrándoles un camino, que viniesen de noche, le quitaran la vida y lo enterrasen donde lo encontrasen; detrás de éstos envió a otros cuatro que matasen a los dos anteriores y los enterrasen, y finalmente, contra éstos envió a otros muchos con la misma misión. Con esa singular manera de suicidarse terminaron los días de la agitada existencia de Periandro el tirano.
Como verán, este suicidio dista demasiado de las acostumbradas excusas actuales suicidas como: la depresión, ansiedad, soledad e incertidumbre, o en el más triste de los casos, el desamor.
Muchos filósofos, brillantes por sus pensamientos vanguardistas y orates aclamados por las masas; se suicidaron conscientemente.
Anaxágoras, caracterizado por dar explicación racional de los fenómenos de la naturaleza, huye de Atenas acusado de impiedad y se suicida por inanición.
Empédocles de Agrigento, murió lanzándose al río Etna para tener un final digno de su autoproclamada divinidad.
Sócrates, quizás el más privilegiado y reconocido en la historia de la filosofía. Acusado por el Estado ateniense de despreciar a los dioses y corromper la moral de la juventud, se vio obligado a beber la venenosa cicuta, aun teniendo la oportunidad de huir.
Zenón de Citio, fundador de la escuela Estoicista. Se suicidó al llegar a la vejez, de acuerdo con su principio de que el sabio debe desprenderse voluntariamente de la vida cuando la senilidad le prive de los bienes supremos del conocimiento y del autodominio.
Lucio Anneo Séneca, filósofo y político. Acusado de conjura por el emperador Nerón, discípulo suyo, decidió morir abriéndose las venas. Pero, al no lograrlo, bebió la venenosa cicuta, sin resultados. Finalmente se asfixia en una tina caliente, víctima del asma que padecía. ¿Qué pensaba Séneca del suicidio? “Ésta vida, como sabes, no ha de ser retenida siempre, pues lo bueno no es vivir, sino vivir bien. Por eso el sabio vivirá tanto como deberá, no tanto como podrá…”
La iglesia cristiana predominó como filosofía durante la época medieval, donde el suicidio era condenado como un pecado mortal; como consecuencia, el suicidio se redujo y dejó de verse como alternativa a males, bienes o incertidumbres. Es con la llegada del Romanticismo cuando el suicidio vuelve a seducir a las masas, por ejemplo, con “Las desventuras del joven Werther” de Goethe. Y con la obra de “Los Poseídos” de Dostoievski, preanuncia el suicidio con connotaciones nihilistas.
Volvamos a la pregunta inicial para intentar responderla: ¿Y si me suicidio? ¿será esta una solución?
Recuerdo una película del año 2002 llamada el: “misterio de la libélula” protagonizada por Kevin Costner, quien en su personaje de médico le da un mensaje a una paciente suicida, que no quiso atender por el acto que iba a cometer. Le dijo: “Antes de morir asegúrate de que realmente existe un lugar mejor que este; pues quieras o no, esto es lo que tienes, y esto es lo que conoces.” Brillante mensaje.
“Un ingrediente fundamental de la buena vida, es la buena muerte”
Actualmente los suicidios están relacionados en un 90% con ciertas enfermedades mentales como la depresión, bipolaridad, esquizofrenia y hasta el alcoholismo, esto según la federación mundial por la salud mental, concluyendo que para reducir la tasa global de suicidios es necesario atender primero estos problemas mentales.
Y esto es razonable y lógico. Kieran Lister, joven inglés de 20 años hizo una publicación en Facebook antes de cometer suicidio por desamor y citó: “Ahora que nos estamos separando, no siento que puedo seguir adelante sin su amor. Ella fue y sigue siendo mi todo. No creo que pueda superar esto. Y yo no quiero esperar para salir de esta situación porque ella ha sido la única que me ha hecho verdaderamente feliz” y finaliza escribiendo y redundando en algo más: “La razón por la que estoy escribiendo esto aquí es porque tal vez mi nota le abra los ojos a la gente que está buscando la felicidad, algo que he buscado toda mi vida. Yo quiero que mis familiares y amigos lean esto y sepan que me importan. Los amo a todos. Estoy fuera. No traten de salvarme, es lo que quiero. Juguemos a las escondidas, pero nunca dejen de buscar la verdadera felicidad”.
En este mensaje dejado por Kieran Lister encarna de manera categórica la premisa de la federación mundial por la salud mental, puesto que su mensaje –por más crudo que parezca este comentario, y lo es- carece de lógica como motivo de suicidio, y más, si es contrastado con los suicidios de los filósofos al que se ha hecho mención; e incluso si es contrastado con el tirano Periandro.
El suicidio como solución tiene matices y contextos; primero está el descarte, si es que es consecuencia de alguna enfermedad mental, ya que, si el posible suicida tiene este diagnóstico, su motivo carece de toda consistencia, pues por más filosófica, atrayente, fatalista o pesimista que sea su pensamiento, no es real, ya que está precedida por una enfermedad; y por lo tanto, una visión incoherente de lo que le rodea.
El segundo matiz, está en el suicidio deseado de las personas que sufren enfermedades terminales, y de cuidados vejatorios, es mucho más comprensible; más si estas personas están en su plena capacidad de discernimiento, y ponen su situación, tras la lupa de su propia honorabilidad. En estos últimos años uno de los científicos más importantes y famosos de todos los tiempos no ha tenido reparos en apoyar públicamente la legalización del suicidio asistido, en personas que sufren de estas enfermedades, y que hayan manifestado su deseo y dado el consentimiento expreso para que llevarlo a cabo. Stephen Hawking dijo: “¿por qué si no dejamos sufrir a los animales, si lo hacemos con un ser humano? Mantener vivo a alguien contra su voluntad es la mayor indignidad posible. Yo consideraría el suicidio asistido sólo si sufriera graves dolores o si sintiera que no hay nada más en que pueda contribuir y fuera un peso para todos aquellos que me rodean”
Hay un tercer matiz. El filósofo y matemático español, ya fallecido, Jesús Mosterín dictamina: “Un ingrediente fundamental de la buena vida, es la buena muerte”. En esta premisa hay una condición lógica vital de subrayar: “a una buena vida, una buena muerte”. Para Mosterín, el nacimiento viene como un mandato; ninguno de nosotros decidió nacer, ni elegimos donde y en qué condiciones hacerlo; sin embargo, después de esta imposición, nuestra vida se presenta como un lienzo en blanco, donde haremos de ella lo que nosotros dibujemos; con todas las fortunas y giros que la vida tiene, por supuesto. Podemos hacer de ese lienzo una hermosa obra de arte, contribuir a quien convengamos contribuir; una vida hecha de frutos si es que así lo queremos; pero es allí, en la plenitud de nuestro arte, que la muerte llega nuevamente como otro mandato; la película se acaba abruptamente con un final que no es el nuestro…pero hay una diferencia; tenemos la potestad de elegir nuestra muerte, escribir sobre el lienzo el final de nuestra propia historia.
Uno de los grandes poetas que tiene la literatura universal es Rainer Maria Rilke quien dijo alguna vez:
“Oh Señor, a cada uno dale su propia muerte,
una muerte que de cada vida brote
y en que haya amor, significado y sufrimiento”
Resaltemos nuevamente la condicional de este suicidio: “a una buena vida, una buena muerte”. En este matiz, la muerte es escrita por sus protagonistas, solo después de tener una vida fructífera, complaciente con la sociedad y con ellos mismos, como es el caso de los filósofos antes vistos. Estos creen que la muerte no debe sorprenderlos y que ellos tienen la autoridad de tener una muerte digna, firmada y sentenciada por ellos mismos y bajos sus propias condiciones; para ellos la muerte más deseable de un ser humano es la decidida por uno mismo; una especie de suicidio pasional.
No intento hacer una apología al suicidio, esa no es mi intención en lo más mínimo; sino, dar una información histórica, matizar los casos y dar una opinión. A ti, posible suicida, que por azar llegaste a este artículo, no intento convencerte de lo contrario, lo que intento es que pienses, conozcas y reflexiones. No elegiste nacer, pero tienes un lienzo en blanco para dibujar o escribir lo que gustes; haz una buena vida para que tengas una buena muerte, y seas memorable en el frondoso recuerdo de los que aquí quedan.
“Ésta vida, como sabes, no ha de ser retenida siempre, pues lo bueno no es vivir, sino vivir bien. Por eso el sabio vivirá tanto como deberá, no tanto como podrá…”