Cuando uno de mis compañeros de trabajo me dijo que “se iba a mudar a una casita” a las afueras de la ciudad, y además literalmente, sufijo diminutivo incluido, yo me imaginé algo modesto; quizá un piso de tres habitaciones, dos baños y una sala de estar de tamaño moderado. No obstante, me topé con la realidad cuando me invitó a ir a verlo la semana pasada. ¿Será posible? ¡Un apartamento con piscina! Tú entras ahí y aquello parece un bungalow, solo que en vez de acoger cientos de huéspedes, acoge solo a uno: mi compañero de trabajo. La verdad es que me arrepiento de haber accedido a ir a verlo porque, en primer lugar, tengo envidia; y en segundo lugar, él lo sabe: me encanta restregarme sus logros. Por eso no somos precisamente amigos.

Porque tengo que ser sincero en una cosa: odio mi piso. Solo tiene un baño, las vistas son horribles, no es nada luminoso y encima es compartido. Acabo de empezar a trabajar, como quien dice, y todavía no tengo un sueldo que me permita tener algo mejor, lo entiendo y lo acepto; pero lo que no entiendo ni acepto es que ese imbécil me restriegue que vive en un sitio mucho mejor que el mío. Por eso, me he decidido: antes de cinco meses tengo que haberme mudado a un piso digno.

De momento estoy contactando con todas las empresas de mudanzas nacionales que encuentro para que vengan a hacerme presupuestos, así sabré cuánto dinero me gastaré, más o menos

De momento estoy contactando con todas las empresas de mudanzas nacionales que encuentro para que vengan a hacerme presupuestos, así sabré cuánto dinero me gastaré, más o menos. Si el precio de las mudanzas España es bueno, podré permitirme un alquiler más o menos alto. Ah, me quiero ir también al sur de la isla, así que tienen que especializarse en mudanzas a Canarias.

Ya verá ese idiota. Vale, no tendré piscina, pero me aseguraré de encontrar algo mucho más bonito en todo lo demás.