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¿Qué mundo hemos creado atado a las riendas de la muerte? ¿Qué perfección pretendemos configurar? ¿Qué naciones habremos de sostener si sólo sirven para mantener a imbéciles iletrados enfrascados en inútiles conferencias de presidentes?
Observa mis ojos musicales. Fíjate cómo doblo mis labios y mi lengua; La sangre fluye por mi barbilla como la sed del miserable se arrastra por los suelos. ¡Písame! ¡Arranca los cabellos de mi frente y desfigura mi rostro! ¡Patéame si es lo que quieres! ¡No verás mi sonrisa! ¡No distinguirás mi sonrisa entre tanta sangre! Porque mis manos se hacen fuertes entre el barro, porque mi espíritu no necesita transfusiones, porque mi alma es inalcanzable. ¡Rompe! ¡Sal a la calle y rompe! ¡Inmenso! Quedan demasiados desiertos por colorear y sobran demasiados escaparates. Guárdame allí, en el lugar que nadie anhela, pero que tantos necesitan.
Un niño fija su mirada en los árboles; parece que está perdida. No camina. No expresa más que el silencio de la enfermedad más triste. Sus manos tiemblan, aunque apenas sí entienden el por qué de sus lágrimas. Un niño gime entre las sombras de un jardín de infancia inabarcable. Él no comprende su recreo, como yo no asimilo la indiferencia de quienes no han caído en la cuenta ante su pavor. La epilepsia no le permitió reaccionar mientras otros niños le llenaban los oídos de palillos. Únicamente hacía señales bajo los viejos árboles autistas. Porque las ramas tan sólo crepitan cuando la inconsciencia comete una injusticia, porque este mundo no se ha hecho para los inocentes.
¿Qué quieren si hace tiempo que aceptamos que se destriparan las memorias más decentes? Desde el año mil novecientos noventa y tres hemos padecido otro declive. Dom Sneddon actuó con Michael Jackson como el inspector Javert ante Fantine. Así también en España, la réplica no tiene corrida, porque las rampas de la justicia siempre arrastran a quienes tratan de subirlas, nunca a los que están arriba. El tobogán de las miserias se ha levantado sobre fondo rojo, asolando los amaneceres impasibles que claudican como víctimas del pavoroso eco de un horizonte que no dice ni mu ante el incesante golpear del gran capullo rojo. Nunca una flor se identificó tanto con su profeta. La Alianza de civilizaciones ampara la farsa de las falsas naciones.
Llamo a tu puerta y me repito. No me digas que hemos llegado tarde a esta locura. No te irrites, sólo abre y escúchame. Lo crucificaron y ahora pretenden lavar su conciencia ocultando las cruces del sacrificio. Y Michael Jackson susurra en la intimidad sus ritmos y baila y se desliza tobogán arriba, tobogán abajo libre de sospechas. A nadie ya le importa el bien que hizo si están borrando de un plumazo la humanidad, por Dios, la humanidad, la cordura, la vida por encima de todo.
Un niño gime entre las sombras de un jardín de infancia inabarcable. Él no comprende su recreo, como yo no asimilo la indiferencia de quienes no han caído en la cuenta ante su pavor
El artista Récord Guinness de la caridad ha sido enterrado con sus más de trescientos millones de dólares dedicados a socorrer el sufrimiento de aquellos niños a los que se negó una infancia, los mismos que no saben que tienen los oídos llenos de palillos, los mismos que lloran sin comprender muy bien la razón o sonríen como acto de reflejo. ¿Quién ayuda ahora a sus padres?
¿Qué mundo hemos creado atado a las riendas de la muerte? ¿Qué perfección pretendemos configurar? ¿Qué naciones habremos de sostener si sólo sirven para mantener a imbéciles iletrados enfrascados en inútiles conferencias de presidentes? Abre tu puerta y respira. Sal a la calle ¡Sal! ¡No olvides la melodía! ¡No participes del vil asesinato! ¡Para aquéllos que se atreven a matar a Dios, tú no significas ya nada! ¡Respira hondo y despierta! La muerte no es el final, pero la vida sólo le pertenece a quien ha de vivirla.
Y llega la madre al colegio. Recoge a su pequeño enfermo de cinco años. Tal vez mañana no convulsione. ¿Y si llega a la cena y disfruta? Los niños se ríen de él porque se hace pis encima. ¿Qué dice de todo esto la educación para la ciudadanía? Habrán de rascar entre las piedras para salvar su vida. ¿Qué hay del estado social y de derecho?
Arribas tarde. Escúpeme. Mis dientes los guardo en la repisa de la ventana. Sólo así doblegaréis el ímpetu de quienes hablamos de amor y acudimos al mar para recibir nuestros cuidados paliativos. Tengo frío. Abrázame. Las astillas ensangrentadas de aquel niño se me han clavado en el alma. El pediatra las extrae con cuidado. Su madre sonríe, su padre llora detrás de la puerta. ¿En qué lugar quedan los niños enfermos después de haber dado cabida a la siniestra "perfección" oculta tras el telón del aborto? ¿Quién se atreve a definir la felicidad? ¿Permites que decidan sobre nuestras vidas y te sientes orgulloso de ser socialista? ¿Habéis enloquecido? ¡Truhanes! ¡Incapaces! ¡Salvajes! ¡No acorralaréis nuestra esperanza, porque sobre la sombra de vuestra infamia se adivina nuestra luz! ¿Quién nos retiene, miserables? No estaréis muertos, pero resultáis muy fríos.
Paco Bono
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