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David, un musculoso joven de la etnia miskita que de niño peleaba con sus amiguitos a orillas de un río, dejó su comunidad en el Caribe de Nicaragua para iniciarse como boxeador con la esperanza de salir de la pobreza.
"Quiero ser alguien en la vida, ser un campeón para ganar mucho dinero y ayudar a mi familia", dice David Bency, de 25 años, mientras golpea febrilmente una pera en el gimnasio Roberto Huembes, en el sureste de Managua, donde diariamente entrena con otros jóvenes humildes tras el mismo sueño.
Hace siete años salió de la comunidad Saklin, fronterizo entre Nicaragua y Honduras, donde creció con su madre y nueve hermanos. A su padre -cuenta- lo envenenó alguien por envidia. Tras un largo periplo llegó a Managua hablando sólo su dialecto.
Un familiar le ofreció techo y comida para que se dedicara al boxeo: corre 12 km diarios y guantea después de saltar la cuerda y hacer sentadillas y abdominales que mantienen su abdomen duro y plano.
Un pegajoso reggaetón que suena desde una vieja grabadora anima a los atletas a los calentamientos bajo el caluroso techo de láminas de zinc del gimnasio: saltan, corren, flexionan, guantean o golpean peras y sacos.
Nicaragua, uno de los países más pobres de América, es cuna de campeones mundiales de boxeo como el "Caballero del ring", el fallecido tricampeón Alexis Argüello (1952-2009), el "Búfalo" Rosendo Alvarez, el exbicampeón Luis Pérez, y el nuevo tricampeón Román "Chocolatito" González.
La riqueza y gloria que alcanzaron inspiró a miles de jóvenes acudir a una de las 60 academias de boxeo que el gobierno financia para promover el "deporte de las narices chatas", segundo de preferencia en Nicaragua tras el béisbol.
- Peleando por hambre -
Los campeones conquistaron sus primeros títulos a punta de arroz y frijoles.
"Pelear sin estar bien alimentado es un sacrificio, yo pasé por eso", recuerda "El Demoledor" Luis Pérez, mientras supervisa con mirada penetrante a los atletas que llegan de tarde al gimnasio, en un mercado rodeado de barrios pobres.
Todos son muchachos pobres que aspiran a "ser un campeón del mundo y alguien en la vida", explica el excampeón de 36 años, quien creció en los suburbios del Reparto Schik, uno de los más deprimidos y peligrosos de Managua.
Pérez relata a AFP que gracias a sus triunfos se compró un auto de carrera y tiene tres casas, una obsequiada como premio por un gobierno anterior y otra por el presidente Daniel Ortega.
Con su hija de 16 meses en brazos, la pareja Jamer Guzmán y Wendy Cruz llega diariamente a entrenar para los torneos de aficionados mensuales. Ganan 60 dólares por pelea, pero esperan tejer un récord que les consiga disputas profesionales rentables en el extranjero.
"Cuando vengo aquí se me olvida todo. Estamos pasando necesidades, a veces ni comemos en la casa", cuenta la trigueña de 19 años, que se prepara para disputar un título amateur en los 54 kilos.
"Peleo por necesidad y porque me gusta", añade su marido, quien el sábado enfrentará en los 57 kilos un combate profesional.
El veterano ex boxeador y entrenador Luis Cortés reconoce que "los pobres se meten a pelear por hambre", a cambio de ayudas de las promotoras.
- Mujeres al ring -
De los conflictivos barrios de Managua, el Jorge Dimitrov, al que pocos osan entrar por temor a los asaltos, surgió Chirlen Zamora, de 15 años, quien corre 7 km diarios para mantener sus 47 kilos.
"Cuando golpeo me siento con energía. Soy otra persona, me encanta. Quiero ser una gran campeona", dice lanzando golpes al aire sobre el ring, observada por su entrenador.
Ella, como Wendy, es una de las pocas mujeres que ha incursionado en el boxeo y está inspirada, como todos, en ídolos como Chocolatito.
"La sed de hacer algo en la vida", dice Chocolatito a la AFP, lo hizo este año tricampeón mosca del Consejo Mundial de Boxeo (CMB).
No olvida, asegura, que viene de una "familia humilde" que a veces no tenía "para comer" y eso lo motiva a seguir entrenando en el populoso gimnasio Roger Deshon para defender la corona y convertirse en empresario.