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Desde hace ya algunas décadas, venimos observando un desprecio generalizado hacia los estudios de humanidades por parte de la sociedad en general y de ciertos sectores en el mundo educativo de manera más particular
La extensión del conocimiento siempre acarrea divisiones y subdivisiones entre las distintas disciplinas, pero estas divisiones no solo atañen al saber, sino también a las posturas adoptadas por unos y otros que, en algunos casos, serán defensores o detractores. Una de estas ramas, las humanidades, se caracteriza por ser la más denostada en cuanto al interés que muestran los estudiantes cuando tienen que elegir sus estudios superiores en la universidad.
Por normal general, existe un planteamiento estandarizado y estereotipado en el que se pone de relieve y se cuestiona todo aquello que tenga que ver con las letras: ¿qué salidas tiene estudiar humanidades?, ¿es igual de difícil una carrera de letras que una de ciencias?, ¿estudiar una disciplina relacionada con las humanidades supone menos esfuerzo por parte del estudiante? Estos y muchos más son los interrogantes que se plantean siempre que alguien tiene la intención de estudiar alguna carrera relacionada con el ámbito humanístico. Ahora bien, ¿qué son las humanidades como tal?, ¿qué se entiende en la actualidad por humanista?, ¿qué aportan las humanidades en el día a día?, ¿por qué surgen estos interrogantes?
Las humanidades son aquellas ramas de conocimiento que tienen que ver con aquellas disciplinas que se centran en la cultura humana, la reflexión, el pensamiento y el sentido crítico. Toda disciplina humanística siempre va a requerir una introspección por parte del individuo, es decir, este va a tener que poner en funcionamiento su máquina intelectual para intentar llegar a conclusiones a partir de una ordenación de los conocimientos previos adquiridos. Sin embargo, las premisas van a requerir de un criticismo o sentido crítico que permita desechar o aceptar una serie de preceptos relacionados con esa rama de conocimiento. Por ello, el humanista es y será el encargado de extraer aquellas ideas/tesis que permitan fundamentar hipótesis que, a partir de la reflexión, den a luz unas deducciones, ya sean de manera implícita o explícita.
La tradición humanista viene de siglos atrás y nos tendríamos que remontar a la antigua Grecia y Roma en la que los romanos y los griegos usaban las humanidades para buscar explicación a aquellos fenómenos, ya fueran ambientales o sociales, que carecían de una explicación como tal. Cierto es que en muchas ocasiones estas explicaciones recurrían a lo fantasioso o sobrenatural (la mitología). Sin embargo, el saber humanístico ha hecho del ser humano un ser escéptico y, por ende, un ser racional. La aparición y descubrimiento de la ciencia supuso el establecimiento de parámetros exactos que permitieron al ser humano concretar, aún más, aquellas conclusiones que se habían extraído a partir de la reflexión como, por ejemplo, el descubrimiento del cifrado y uso del código morse. Gracias al empirismo y la demostración lo que comenzaron las humanidades lo concretó mucho más la ciencia.
El código morse tuvo una gran importancia durante el siglo XIX y el siglo XX gracias a la convergencia entre las distintas disciplinas y las circunstancias del momento. En este sentido, el saber humano y la necesidad de comunicarnos en el momento permitieron que este aparato[1] se constituyera a partir de letras y signos que hacían posible construir un discurso y, por tanto, se diera una comunicación verbal mediante signos lingüísticos (símbolos). No obstante, la ciencia hizo que se pudiera materializar este código en un instrumento tangible, surgiendo así el primer telégrafo eléctrico. Este ejemplo permite ver la diferencia entre ciencias y humanidades y, del mismo modo, responder al interrogante que más se ha extendido a lo largo de la historia ¿Qué beneficio aportan las humanidades frente a las ciencias?
Existe una imagen colosal y pesada de las humanidades porque asociamos esta rama del conocimiento a la interiorización de contenidos sin ningún fundamento material. Según la lingüista Estrella Montolío, el interés por las Humanidades cada vez es menor porque, actualmente, no existe un aparato práctico que permita al individuo poner en funcionamiento de manera consciente aquellos conocimientos que hemos ido obteniendo gracias a la reflexión. Siempre asociamos las humanidades con aquel bloque indisoluble de contenidos que solo nos aporta cultura, pero, en ningún momento, algo útil que vayamos a usar día a día. Es decir, no sabemos el alcance que tienen las humanidades y el rastro que nos deja como ser racional y como individuo en sociedad. Sin embargo, permiten explicar aquello que la ciencia no es capaz de explicar. En otras palabras, podría decirse que las ciencias se encargan de explicar el por qué y el cómo de las cosas, pero las humanidades permiten a la ciencia explicar la finalidad de aquel descubrimiento mediante la razón, es decir, el para qué. Por ejemplo, el ábaco fue una herramienta que en su origen se utilizó para realizar cálculos cómodamente. Sin embargo, alrededor del siglo XVII empezó a automatizarse y esto hizo que se convirtiera en lo que hoy llamamos ordenadores o computadoras (de computar, que significa calcular). A mediados del siglo XX se empezaron a utilizar también para la comunicación, lo que demuestra, desde un punto de vista social, la aparición de un nuevo sistema que facilitó las comunicaciones humanas sin necesidad de desplazarse.
Finalmente, de toda esta maraña que se ha ido haciendo cada vez más grande, siempre se extrae la misma conclusión: aquel que estudia alguna carrera de letras lo tiene más fácil o no va a tener buenas salidas laborales. En cambio, aquel que estudia alguna disciplina relacionada con las ciencias siempre adquiere un estatus[2] superior por el hecho de que su estudio conlleve más parte práctica que teórica.
Lógicamente no debemos caer en el estigma social y superponer una rama frente a otra porque si, llegado el caso, caemos en este error, simplemente estaremos centrando nuestro conocimiento en una única puerta de pensamiento, lo que facilitará que seamos más fácilmente manipulables y, por tanto, sea más sencillo engañarnos. En definitiva, lo que debe quedar claro a partir de esta introducción es que no existe una pujanza mayor de la ciencia frente a las humanidades, pero sí una correspondencia en tándem entre una y otra de manera que una no existiría sin la otra.
Sin embargo, pese a todo lo dicho, los juicios negativos acerca de las humanidades existen. Por los pasillos de los institutos, la imagen que se suele tener del humanista es la del letrasado: un individuo que no es lo bastante inteligente para meterse a ciencias, por lo que tiene que conformarse con ir a letras, “que es lo fácil”. No es infrecuente que alumnos con calificaciones más bajas opten por estos itinerarios movidos por esta idea.
Además, los estudiantes (y muchos no estudiantes) no les ven ninguna utilidad o interés a las disciplinas humanísticas. Las asignaturas de esta rama son imaginadas como mamotretos aburridos llenos de información que no nos aportan nada; conocimiento muerto que acumula polvo, parrafadas que memorizar y vomitar en un examen para acto seguido olvidarlas. En concreto, las asignaturas que más dan esta impresión son las de filosofía y cultura clásica, en especial esta última. Las lenguas son vistas con mejores ojos, por su practicidad. Entre estas, las menos apreciadas son latín y griego; esto se debe, claro está, al sambenito impuesto de “lenguas muertas”.
Todas estas ideas son cuando menos discutibles y cuando más falsas. Empezando por este último párrafo, nos encontramos con uno de los prejuicios más extendidos del entorno escolar: las humanidades son inútiles. Con solo lo visto en la introducción, queda claro que esto no es cierto. Las humanidades forman seres humanos en una dimensión distinta y complementaria a las ciencias, fuera del por qué y del cómo y entrando en el para qué. Si pretendemos desarrollar el pensamiento crítico y formar individuos libres, necesitaremos la cooperación entre ambas. Entonces, ¿por qué se repite tanto el mantra de la inutilidad de las humanidades?
La primera idea que se nos ocurre es que, en efecto, las humanidades son inútiles. No lo son atendiendo a las razones que hemos manejado hasta ahora, pero sí lo son si miramos desde otro lado. Tomando una perspectiva mercantilista y partiendo de que estamos en España, es más sencillo entenderlo: las humanidades no dan trabajo. Las humanidades casi no abren puertas. Nuestra sociedad asume, por ejemplo, que todos los filólogos van o para profes de lengua o a vivir bajo un puente y, como la educación se percibe enfocada al mundo laboral, todo lo que pueda aportar a la persona más allá del rédito económico o profesional es ignorado.
Más llamativa es esa concepción que se tiene del latín y el griego como lenguas muertas. En primer lugar, porque, mutatis mutandis, se siguen hablando. En segundo lugar, porque
“El estudio del griego y el latín tiene importancia principalmente porque nos capacita para comprender y emplear bien la lengua en que ordinariamente pensamos, hablamos y escribimos […]. La traducción de los escritores griegos y latinos es muy útil para perfeccionar en el joven el conocimiento de su propio lenguaje.” [3]
“Desde mi punto de vista el Bachillerato de Humanidades, siempre se le ha dado poca visibilidad, además de comentarios como: te vas a humanidades porque es mucho más fácil y así sacas mejores notas.”
En tercer lugar, por la gran influencia de estas dos lenguas en todos los campos del conocimiento del mundo occidental (llegando a ser el pilar central de algunos) y, como consecuencia, de toda la humanidad. Las razones que llevan a imaginar el latín y el griego como inútiles, aunque desacertadas, son comprensibles: no se hablan en el mundo en el mismo sentido que las lenguas actuales y a menudo su influjo en nuestro habla cotidiano pasa desapercibido.
En cuanto al estereotipo del letrasado, no hay necesidad de detenerse a discutir su veracidad: no es más que una caricatura. Sí cabe, por el contrario, preguntarse por qué existe y de dónde sale. Con un término como este es difícil, si no imposible, determinar su origen. Las causas son más sencillas de dilucidar o al menos de vislumbrar. Consideramos que tiene que ver con el funcionamiento del sistema educativo, que devalúa en primera instancia el saber humanístico, originando individuos con una educación deficiente que perpetúan el estereotipo.
El Real Decreto 1105/2014 es la norma con la que se trabaja actualmente en el currículum oficial. Este reglamento determina el currículo básico de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato. En cuanto a cantidad de asignaturas, los humanistas no podemos quejarnos: las asignaturas de lengua castellana e inglés son omnipresentes entre las obligatorias, incluso en los cursos más altos de las ramas de ciencias; historia también es una constante y filosofía es obligatoria en Bachillerato. En lo referente al temario de las asignaturas, sucede lo mismo. Los anexos de este Real Decreto ofrecen unas tablas amplias que detallan bien el contenido que debe impartirse. De las tablas tampoco extraemos nada negativo: es agradable pensar que los contenidos en ellas expuestos llegan a las aulas. El problema está en pensar que, efectivamente, el contenido llega a las aulas: no es el qué se imparte, sino cómo y en qué circunstancias.
Sobre la recientemente aprobada LOMLOE, que entró en vigor en enero de 2021, tampoco podemos decir que afecte de forma específica a las humanidades. Esta Ley Orgánica es un ataque contra la educación en general y no contra una rama en particular. Es un ejercicio de hipocresía y una agresión a la ya maltrecha vida intelectual del país, pero no hace distinciones, sino que maltrata todos los campos por igual.
Volviendo al modo y las circunstancias en que se imparten las asignaturas de Humanidades, hay que resaltar que nunca o casi nunca se explica a los alumnos por qué tienen que aprender todos esos datos. Esto agrava el problema de la inutilidad arriba explicado, ya que el conocimiento que no se sabe aplicar es conocimiento muerto, lo cual no suscita ningún interés. Sin embargo, esto también pasa no pocas veces con asignaturas de otras áreas, por lo que no basta para explicar el problema. Otro punto que hay que tener en cuenta son los libros de texto, herramienta que se usa casi constantemente en las aulas y que en teoría contiene el currículo ordenado por la normativa vigente. Por lo general, los libros de lengua castellana y literatura ofrecen contenidos confusos, cuando no llanamente erróneos. Esto se nota sobre todo en los apartados de sintaxis, donde la información suele estar desfasada y no pocas veces hay contradicciones entre editoriales. Desconocemos si esto sucede en las demás asignaturas, aunque sopesamos que sí.
Por ahora hemos hecho algunos intentos de encontrar la raíz del problema. Puede que alguno de esos intentos llegue a acertar. Quizá se deba a la visión mercantilista de la enseñanza. Quizá son los temarios, o los programas, o los planes de estudios. Tal vez sea el pensamiento utilitarista que nos rodea. Probablemente haya un poco de cada causa. Dos cosas sí son ciertas: una es que el desconocimiento de las humanidades es parte importante de la cuestión, la otra es que claramente el problema existe. Sirva de pequeño ejemplo lo que nos escribe una estudiante que terminó en años recientes el Bachillerato de Ciencias Sociales:
“Desde mi punto de vista el Bachillerato de Humanidades, siempre se le ha dado poca visibilidad, además de comentarios como: te vas a humanidades porque es mucho más fácil y así sacas mejores notas.” (sic)
A todos nos suenan esos comentarios a los que se refiere. El problema está ahí y las consecuencias pueden ser más graves de lo que parece a simple vista.
¿Cambia la situación al llegar a la universidad? Sí y no. Los tópicos ya vistos se mantienen. Sin embargo, por lo general no existe ya la misma mala intención o ignorancia; es un mero chiste que se reproduce por inercia desde el instituto. Por otro lado, en el breve paso que los estudiantes de ciencias puedan hacer por asignaturas de facultades de letras, sí llegan a encontrar temas de interés y utilidad en sus propios campos.
En relación con la forma de llevar las asignaturas a los alumnos, es destacable el mal enfoque que se hace de la asignatura de filosofía en bachillerato. Filosofía podría capacitar a los alumnos para identificar elementos de la argumentación como premisas, razones y conclusiones, facilitando con ello la comprensión de los textos propuestos y también de otros. En su lugar, y como sucede en tantas otras materias, filosofía en bachillerato se limita a la memorización de teoría sobre una lista de autores, incluyendo el apartado de comentarios de texto, que de comentario tiene poco o nada. Esto, por supuesto, reduce enormemente el interés hacia la asignatura, que pasa a formar parte de los mencionados mamotretos inútiles.
En definitiva, la experiencia que hemos adquirido durante la elaboración de este artículo apunta a una necesidad: el sistema educativo no proporciona las herramientas apropiadas para adquirir un saber humanístico que forme verdaderamente seres humanos. Por eso, valoramos la posibilidad de ofrecer dichas herramientas por otras vías. En términos más específicos, pensamos en la publicación de un libro que exponga de manera atractiva los contenidos, que se centre en la comprensión más que en la memoria y, sobre todo, que haga énfasis en que la importancia de las humanidades es la misma ahora que antes.
Samuel Izquierdo Soto y Alberto Noreña Núñez
[1] Entiéndase aparato como instrumento que permite la comunicación verbal y no verbal entre dos o más individuos que comparten un mismo código o cifrado.
[2] El uso de la palabra estatus en este contexto responde al valor metafórico que se usa cuando el escritor pretende establecer una gradación entre dos o más elementos.
[3]Arnold, Thomas. Ensayos sobre educación. El uso de los clásicos, 1835.