¿Realmente existe? ¿Somos capaces de alcanzarlo? Hay dos formas estacionales de contemplarla, la efímera y la duradera. Este artículo se adentra en estas dos formas y sentencia lo común que tienen ambas para alcanzar este anhelado sentimiento
En uno de los últimos libros del autor peruano, Marco Aurelio De Negri, llamado: “Polimatía – Saber que abarca diversos saberes”. Nos indica que la palabra felicidad deriva de la expresión latina “felix” que significa fecundo, feraz, fértil, fructífero; Félix árbor es el árbol que produce fruto, el árbol frutal. Bajo este significado la palabra “feliz” está relacionada con ser fructífero, con producir…con hacer algo.
Una definición más compleja la encontramos en el griego, pues la palabra felicidad es escrita como “Eudaimonía” que significa tener un buen “daimond” (espíritu) que implica nuestras tendencias y nuestra cultura, pero que curiosamente también involucra un factor de suerte; eso quiere decir, que la felicidad que tengamos está compuesta por un lado objetivo y controlado; como los capaces o inteligentes que seamos, pero también depende de la suerte y la fortuna que tengamos, algo que, obviamente, está fuera de nuestro control.
Haciendo una especie de simbiosis, casi profana, de ambos significados, se puede deducir que la llamada felicidad es una miscelánea entre lo capaces que seamos para realizar alguna actividad, con las cuotas de suerte necesarias, y que finalmente produzcan algo.
Según Aristóteles, sería aquello que todos en último término perseguimos, aunque no todos perseguimos lo mismo; para ello Aristóteles menciona que hay diferentes ideales de buena vida: “La vida de dedicada al placer; la vida dedicada a ganar dinero; la vida en busca del poder y los honores, y la vida contemplativa”
Para cada ideal, cada personaje; para cada personaje, su propia felicidad. Lo dicho por Aristóteles sentencia en lo absurdo a todos aquellos, que empecinados en un ideal, pretenden que los demás lo sigan y lo compartan, creyendo, ilusamente, que ese es el pináculo o el camino para la felicidad.
Los más sensatos sabrán relucir que una sonrisa momentánea; un espacio donde todo parece perfecto no es “felicidad”, quien parece describirse inconscientemente como un estado permanente; y tienen la razón, como lo mencionó Aristóteles o Miguel de Cervantes en el Quijote: “Señor, una golondrina sola, no hace verano.”
Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay dijo: “Yo creo que la felicidad está, en ese cachito de tiempo, que uno logra para gastarlo en aquellas cosas que uno le gustan; en ese momento eres libre, por lo tanto eres feliz. Lucha por darle contenido a la vida”. Mujica refiere la felicidad como “un cachito de tiempo” algo efímero, perecedero y no como un estado permanente; además, resalta lo etimológico de la palabra: “ser fructífero, hacer algo”.
El escritor y sicólogo estadounidense Martin E. P. Seligman en su libro “la auténtica felicidad” se atrevió a dar una fórmula capaz de lograr la felicidad duradera.
F= R+C+V
Dónde:
F (Felicidad duradera)
R (Rango fijo): ““Esto es la herencia genética, la base y habilidades que nos serán más fáciles desarrollar gracias a nuestros padres. Estudios en la década de los ochenta con gemelos y con niños adoptados demostraron una gran influencia de los genes en la personalidad de los encuestados. Por lo tanto, si por genética nos ha tocado ser introvertidos y/o tendemos a realizar conductas depresivas, tendremos que dar el extra en las otras variables para obtener buena puntuación en la fórmula”
C (Circunstancias): “Es lo que nos ocurre. Evidentemente esto no lo podemos controlar, las cosas pasan y no podemos hacer nada para evitarlo, pero esto no quita que nos afecte.
Como lo mencionó Miguel de Cervantes en el Quijote: “Señor, una golondrina sola, no hace verano.”
V (Variables voluntarias): O actos voluntarios, el tercer componente de la ecuación es las acciones que tú realmente decides hacer a tu voluntad. Este es el componente más importante de los tres. Lo que tú decides hacer con tu vida.
El escritor dictamina que la felicidad duradera o permanente existe si conocemos e interiorizamos sus componentes: la herencia, las circunstancias y la voluntad.
En esta fórmula no encontramos los elementos de la raíz etimológica de la palabra; no menciona ser fructífero o el hacer de nuestros gustos, ni mucho menos la suerte que los circunscribe, tampoco encontramos los ideales descritos por Aristóteles para una buena vida. Para el escritor, la felicidad duradera está en entender las circunstancias que nos aflige, aceptar el mandato de nuestra genética para enfrentarlas; y por último, tener y reforzar la voluntad para salir de ellas de manera triunfante.
Pero entonces ¿realmente existe la felicidad? Y si es así ¿somos capaces de alcanzarlo?
Primero, somos animales inteligentes, pero básicos en nuestras necesidades elementales, si en primer lugar estas necesidades fisiológicas no están satisfechas, como: la alimentación, descanso, o la homeóstasis (equilibrio de nuestro sistema, físico o sicológico) es inverosímil pensar en la felicidad y mucho menos en plantearnos un ideal de vida para alcanzarla, ya que nuestra existencia subyacen a estas necesidades, y la llamada felicidad será simplemente complacerlas.
Después de la complacencia de estas necesidades fisiológicas, la pregunta sobre la felicidad se puede contemplar.
¿Realmente existe? Sí, la felicidad puede ser considerada de dos maneras estacionales. La primera es que es efímera y siempre persiguiendo un ideal; produciendo algo encause placer en su proceso y en su resultado (como el reconocimiento). La segunda; la felicidad puede ser duradera, si comprendemos las circunstancias y no la juzgamos encasillándola en: “dicha o desdicha”; si aceptamos nuestros desatinos genéticos heredados y ponemos el cien por ciento de nuestra voluntad para entender, confrontar y salir victoriosos de todas las situaciones que nos abaten…Es tu elección; la aceptas y la contemplas como efímera o como duradera, pero existe.
¿Somos capaces de alcanzarlo? Para resolver este punto es preciso resolver lo común que existe entre estas estaciones de felicidad, pues tanto en la efímera como en la duradera es necesario el esfuerzo para contemplarlo.
“¿Qué es más digno para el espíritu, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra océanos de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?” Shakespeare
En el poema “Desiderata” de Max Ehrmann de 1927 expresa:
“Por eso debes estar en paz con Dios,
Cualquiera que sea tu idea de Él,
y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones,
conserva la paz con tu alma
en la bulliciosa confusión de la vida.
Aún con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos,
el mundo es todavía hermoso.
Sé alegre.
Esfuérzate por ser feliz.”
Mencionando a Dios, la biblia en Josué 1:9 sentencia: “Escucha lo que te mando: Esfuérzate y sé valiente. No temas ni desmayes, que yo soy el Señor tu Dios, y estaré contigo por dondequiera que vayas.”
En las dos estaciones de contemplar la felicidad existe el esfuerzo. En la efímera, el esfuerzo está en detener lo insignificante de lo que te dice este mundo que eres y debes hacer y enfocarte en la grandeza de tu saber hacer. En la duradera, está en el esfuerzo de tu voluntad para aceptar las circunstancias sin juzgarlas, enfrentar tus propios miedos y levantarte una vez más y seguir intentándolo, siendo más digno, pues al final la felicidad es el camino, no el fin.
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