No nos engañemos, ambos candidatos son instrumentos de la clase dirigente económica que utiliza al esperpéntico Trump para hacer presidenta a Clinton
La marca Hilary Clinton es la nueva imagen del consorcio Clinton y probablemente será la primera mujer presidenta de los EE UU de América. ¡¡Wou, que subidón!! Nada menos que la reina de la guerra y el caos, como la llama la comentarista política Diana Johnstone en su libro Queen of Chaos, a propósito de la primavera árabe.
Clinton fue —según la periodista— la responsable de la guerra que hundió a Libia en el caos. Un escenario similar al del resto de países que entraron en la misma primavera por cortesía norteamericana. Europa también se llevó su parte por colaborar con Clinton-Obama. El sector financiero de la UE entró en el reparto del botín y los ciudadanos de la Unión recibieron los daños colaterales del terrorismo de ISIS.
¿Y Donald... qué hay de Donald? Pues más de lo mismo que con Hillary, pero en diferente nivel. Trump encarna bien el papel de bufón útil a las órdenes del establishment norteamericano. Un Trump necio e ignorante, racista, machista y depredador económico que forma parte del juego electoral de los medios de comunicación globalizados y corporativos, implicados en la promoción del candidato escogido también por el Sistema. ¿Y qué es eso del Sistema? ¡El mundo del dinero! ¿Qué, si no?
No nos engañemos, ambos candidatos son instrumentos de la clase dirigente económica que utiliza al esperpéntico Trump para hacer presidenta a Clinton. Sin embargo, una cosa es la estrategia y otra, sus resultados. Los planes del establishment podrían salirle por la culata y el monstruo Trump escapárseles de la jaula, como sucedió hace nada con el Brexit.
Y es que a veces los votantes se vuelven respondones. Pero no hay que engañarse, Clinton y Trump están al servicio del mismo uno por cien de la población que controla el poder, ese ente opaco y repleto de avaricia al que llamamos Sistema. Pero pase lo que pase, ellos siempre ganan.
Clinton, nada menos que la reina de la guerra y el caos, como la llama la comentarista política Diana Johnstone en su libro Queen of Chaos, a propósito de la primavera árabe
Con acierto, el filósofo kirchnerista, José Pablo Feinmann, decía recientemente que el dinero es esencial para la política, y la política no es otra cosa que el arte de sumar dinero y convertirlo en poder. Obviamente, una campaña política costosa asegurará a la multinacional que invierta el dominio sobre el grupo político que lo recibe.
Y dado que una imagen impacta más que muchas palabras, nada como la infografía para ilustrar las categorías de donantes que subvencionan a los candidatos.
Como se ve, Clinton es la que obtiene mayor patrocinio en los sectores financieros y jurídicos —asociados estos últimos a la banca y ámbito empresarial—. También ha recibido fuertes sumas de los jubilados y del mundo del espectáculo, así como el apoyo de asociaciones sin ánimo de lucro aparente que, a menudo, constituyen una vía de financiación opaca difícil de aclarar.
Por su parte, Trump ha recaudado menos en donaciones procedentes del ámbito financiero y empresarial, incluida la sanidad privada. Pero eso no ha sido un problema para el magnate que ha compensado la balanza de ingresos con la autofinanciación. Inversión que, además de sufragar parte de su campaña, le ha reportado beneficios económicos a sus propias empresas. Como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como.
Y el caso es que el dinero nunca pierde y es sin ningún género de duda la clave para influir en la opinión pública a través de los medios de comunicación globalizados. Gracias al bombardeo informativo desde los grupos de comunicación afines a uno u otro candidato los ciudadanos entran en un túnel de ficción, donde la mentira adquiere categoría de verdad y la fantasía sustituye a la realidad. ¡Cine con palomitas!
Por eso conviene no perder de vista que gane quien gane gana el Sistema y perdemos el resto, porque ese establishment es el cáncer globalizado que nos devora a todos en mayor o menor medida.
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