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Imagina un planeta en órbita alrededor del cadáver de una estrella. Un mundo bañado por un cóctel letal de rayos X y partículas cargadas preparado por una estrella con un brillo tan débil, en el espectro visible, que apenas serviría para proyectar una sombra en ese hipotético mundo. Esta imagen, que bien podría pertenecer a una película de ciencia ficción, es, como siempre, supera por la realidad.
Constantemente descubrimos nuevos lejanos mundos situados fuera del sistema solar y, lo más emocionante, algunos de estos exoplanetas guardan un cierto parecido con nuestro hogar cósmico. Dicho esto, es fácil olvidar que los primeros exoplanetas descubiertos no se parecían en nada a la Tierra, de hecho, el primer exoplaneta que se descubrió se encontraba en la órbita de un pulsar, una estrella que murió hace mucho tiempo.
Los púlsares son los diminutos cadáveres de las que otrora fueron poderosas estrellas. Estos restos están formados casi en su mayoría por neutrones, de ahí su nombre, una densa esfera que gira a grandes velocidades. Quizás la lógica nos haría pensar que sus orbitas no serian el mejor lugar para encontrar un planeta, ya que la estrella original, antes de dejar atrás este pesado esqueleto, estalla como una supernova vaporizando todo aquello que se encuentra cerca de ella.
Y sin embargo, contrario a lo que dicta la misma lógica, hemos hallado varios mundos en las orbitas de las estrellas de neutrones, el primer hallazgo se produjo hace dos décadas, alrededor de un púlsar conocido como PSR 1257 +12. Los púlsares emiten dos haces de radiación que parten de sus polos magnéticos. Al igual que la Tierra, los polos magnéticos de la estrella no están alineados con su propia rotación, por lo que nos da la sensación de ver un rayo parpadeante, similar a un faro cuando impacta sobre la cubierta de un barco.
Este 'pulso' estelar de cada una de las estrellas de neutrones que conocemos alcanza la Tierra con una regularidad pasmosa, pero esta regularidad también nos permite detectar cualquier cambio en la rotación del pulsar. De esta forma, si tiene en su órbita un planeta, las fuerzas gravitatorias podrían 'descompensar' momentáneamente estos relojes cósmicos. Un efecto minúsculo si pensamos en el tamaño de estas estrellas, pero está ahí.
En particular, PSR 1257 +12 es un púlsar de milisegundos, y rota a una velocidad tal que tarda en completar una rotación en apenas 6, 22 milisegundos, por lo que cualquier pequeña variación se hace evidente, es asi de fácil. Tan fácil es de hecho que junto a esta estrella de neutrones hemos descubierto la existencia de tres planetas. Dos de estos mundos son los que denominamos súper-tierras, mientras que el tercero es un poco más masivo que nuestra Luna.
Mientras tanto, alrededor de otro púlsar se encuentra un planeta llamado PSR B1620-26 b . Este es en realidad un gigante, con dos veces y media la masa de Júpiter, y no es menos inusual. PSR B1620 26-b es el planeta más antiguo que conocemos. Tal es así que se le ha estimado una edad de unos 12.700 millones de años, acercándolo mucho a la edad del propio Universo, tan viejo es que su edad le ha valido el apodo de 'Matusalén', la presencia de este mundo ha cambiado algunas formas de pensar sobre la teoría de la formación planetaria y nos ha permitido soñar con antiguas civilizaciones presentes poco después del Big Bang.
Este tipo de mundos serian sin duda los monstruos de feria cósmicos, serian tan diferentes que poco podemos decir de ellos. En el caso de que estos exoplanetas poseyesen una densa atmosfera, la intensa radiación que les lanza su estrella provocaría la aparición de auroras que no se limitarían únicamente a los polos, podrían ser observadas en todas las latitudes. Pero si estos planetas careciesen de atmosfera, la misma radiación se habría encargado de esterilizar toda la superficie de estos mundos.
Pero volviendo a Matusalén, es difícil señalar con certeza como será un gigante gaseoso después de 12.000 millones de años. En nuestro sistema solar, Júpiter y Saturno aun tienen que enfriarse; Júpiter por ejemplo emite una mayor energía en luz infrarroja que la que recibe del Sol. Esta emisión de energía hacia el espacio implica que Júpiter se encoje a razón de 2 centímetros por año. Vale, comparada con una vida humana es algo insignificante, pero Matusalen tiene unos 8.000 millones de años más.
Sin embargo, hay otro planeta púlsar que es, de alguna manera, más extraño aún. PSR J1719-1438 b, descubierto en 2011, se cree que está compuesto principalmente por carbono, cristalizado en forma de diamante. Técnicamente, este mundo es una enana blanca de muy baja masa, la mayor parte de su peso fue robado por el pulsar que orbita. Lo que ha quedado atrás no tiene mayor masa que nuestro Júpiter, por lo que es más planeta que estrella.
Debido a esta historia inusual, a PSR J1719-1438 b se le ha dado la consideración de paneta. De hecho, es el planeta más denso que se haya descubierto. La intensa presión interna provocaría que el carbono presente en este mundo se cristalizase. No hay duda, una idílica imagen que podrían disfrutar futuros turistas espaciales, de no ser porque la gravedad en la superficie de este mundo sería lo suficientemente fuerte como para convertir un rascacielos en un sello postal, por no hablar de la intensa radiación que emana no solo del pulsar vecino, sino del núcleo mismo de este planeta/estrella.
Pero hay una pregunta interesante que quedaría por responder ¿podrían estos mundos ser el hogar de alguna forma de vida?, por decepcionante que sea y por mucho que les pese a los guionistas de series de ciencia ficción, seria, cuando menos, muy poco probable. Aunque claro, la vida no tiene por qué ser tal y como la conocemos.
A la ciencia no le gusta usar la palabra imposible, pero las condiciones alrededor de un púlsar son tan hostiles que los enlaces moleculares de las formas de vida que conocemos se romperían rápidamente. De existir vida en ellos, tendría que estar enterrada profundamente bajo su superficie y, probablemente, sería tan diferente que tendríamos problemas para reconocerlas como organismos biológicos.
Durante los últimos años hemos descubierto cada vez menos planetas alrededor de los pulsares, y algunos de ellos han sido descartados como tales, y se debe en su mayoría a que muchos investigadores se mantienen ocupados con los cerca de 900 exoplanetas confirmados hasta ahora.
Sin embargo, hay motivos para seguir examinando el entorno de estos cadáveres estelares, junto a ellos podríamos descubrir los mundos más extraños que habitan nuestra Vía Láctea, planetas que una vez pudieron ser el hogar de una civilización ahora extinta.
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