¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que www.criterioliberal.com escriba una noticia?
Transcripción literal de un texto original de Ana Dilla Barberena.
Gracias, Ana. Tu experiencia nos será muy útil a todos los que apreciamos la libertad y entendemos su significado. Y, por ende, a quienes no la tienen y, quizás, a quienes no la conocen o no la respetan.
Siempre había creído que solo existía el mundo en el que yo había pasado mi vida como mujer, primero niña y luego adulta, respetada, querida, valorada y mimada como tal en algunos campos superando al sexo contrario. Los hombres para mí no fueron nunca una amenaza; al contrario, podía contar con ellos cuando mis capacidades no se igualaban a las suyas, tenía su ayuda, eran comprensivos, correctos y respetuosos cuando la situación lo requería y por ello jamás llegué a pensar que pudiera ver dentro de la misma "especie" dos "grupos" tan claramente diferenciados.
Tuve que cambiar mi chip cuando los medios de comunicación abrieron "la caja de Pandora", bombardeándonos con imágenes estremecedoras de mujeres machacadas física y psicológicamente por sus parejas: ojos morados, pechos magullados, heridas sangrantes, miembros fracturados y como máximo horror: asesinatos premeditados. Además iban en aumento.
¿Por qué no gritaban su desesperación? El terror es tan grande que se lo prohíben sus miedos.
¿Cómo había llegado a esta situación un hogar que supuestamente se había formado con unos pilares basados en el AMOR y RESPETO? Sé que la convivencia diaria a veces es densa y dura y que en algunas situaciones se puede llegar a perder los estribos. Pero el ensañamiento con la pareja para mi mentalidad era totalmente incomprensible y digno de reflexión en su máxima profundidad.
"Los técnicos" los justifican: herencia genética, problemas de alcoholismo, económicos, situación sociocultural especial, etc. ¿Algo de ellos es justificable para llegar a esas vejaciones? ¿Cuál es el papel de la Administración y del resto de la sociedad? Creo que es muy fácil y cómodo ponernos la VENDA y dejar que esa realidad no nos llegue a las "privilegiadas"
Pero gracia a que todavía hay personas que se implican de verdad en estas situaciones e intentan solucionar problemas con los recursos que se les permiten y tienen a su disposición se consigue ganar batallas que hasta ahora estaban totalmente perdidas. Me pareció sumamente interesante el trabajo y puse a su disposición mi capacidad y tiempo libre; mi conciencia no me permitía ser una de las de la VENDA.
Mi misión consistía en una responsabilidad muy importante y difícil para mucha gente: saber ESCUCHAR. Sus relatos eran tan espeluznantes en ocasiones que todavía agradecía más no ser una de ellas; quizás tomaba una postura egoísta pero en esos momentos mi interrogante era ¿por qué a ELLAS sí y a mí no?. Al principio sus nacionalidades eran solo de España, hasta que la inmigración aumentó el problema incorporando además el agravante del idioma, ideas religiosas y siglos de culturas violentas y crueles (AFGANISTÁN = BURKA; ÁFRICA = ABLACIÓN, etc). Todo ello era un nuevo obstáculo añadido pero, a la vez, un reto, pudiendo llevar a cabo una labor preciosa.
Llegó el día en el que a Lía me la confiaron como algo muy especial. Era introvertida; sus costumbres la obligaban a estar cubierta totalmente por un trapo = BURKA. Solo conseguía ver de ella a través de una rejilla (sí, muy bonita, hecha de vainicas) pero para mí, era una reja de barrotes de acero y en mi trabajo, en el que la comunicación inicial era a través de la expresión corporal, mis primeros encuentros fueron dificultosos y a veces imposibles ya que no tenía acceso a ninguna parte de su cuerpo exceptuando sus ojos, los cuáles solo transmitían miedo, inseguridad y tristeza.
No sabía por donde empezar, sin herir todo lo que aquella le había llevado a esa situación. Desde su nacimiento no había conocido otra cosa; tenía la herencia de su madre y abuelas que se lo habían transmitido.
No era quien para criticar esas tradiciones. No las había vivido y aunque no las admitía ni comprendía, las tenía que respetar por ELLA. Se tenía que avergonzar de su cuerpo por simple imposición del hombre en su país y no tenía ningún derecho a ningún tipo de educación ni atención médica SÓLO POR SER MUJER.
El tiempo pasaba y sus ojos seguían sin expresión; muy en el fondo, dejaba aflorar sumisión y miedo.
Mi objetivo era cambiarla por alegría y conseguir que se valorara como persona primero, y luego enorgullecerse por ser mujer. Iba a ser una tarea larga y difícil pero creo que a los pocos encuentros que tuvimos, de alguna manera conectamos y comenzó un entendimiento entre ambas. Antes tuve que informarme de su país, de las costumbres sobre la mujer allí para poder, de alguna manera, llegar más fácilmente a ella.
Yo no era quién para criticarla; al revés, la tenía que comprender, no conocía otra cosa y todo lo veía aquí le parecía extraño e incomprensible.
Gracias a Dios su inglés era comprensible y yo lo chapurreaba para poder enseñarle algunas palabras de nuestro diccionario; eso, acompañado de la expresión corporal, comenzó a facilitar la comunicación entre nosotras. Con su pronto aprendizaje ya podía comunicarse y gracias a ello comenzó a tener algo de confianza en "esa desconocida" que entraba en su vida.
El tiempo me hizo ver que ella me aportaba más de lo que yo le podía dar. Por fin conseguí ver su cuerpo y su cara reflejaba de tal manera el sufrimiento que había acumulado en sus 20 años de vida, 20 años biológicos que se convertían, en realidad, en 30.
Lo físico no era demasiado importante, lloré cuando conseguí que sonriera porque le había regalado unos vaqueros. Conseguía mi objetivo, no tenía que consentir que se olvidara de que ese sentimiento existía y mi labor sería muy fácil.
Pasaba el tiempo y para mí los encuentros con Lía eran un premio y disfrutaba al máximo. Conseguí que el BURKA solo fuera un bulto en su armario y que mis vaqueros fueran su uniforme. Eso significaba mucho para ambas. Empezaba a ser coqueta y sus ojos, al ser preciosos, expresaban todos sus sentimientos. Su sonrisa ya existía en su vida cotidiana y, por supuesto, su ya atrayente cuerpo no lo escondía. Al revés, el mundo quería que supiera que era mujer. Sus relaciones personales fueron cambiando; se conoció a sí misma como una mujer que era inteligente pero que hasta entonces no lo sabía. Ese don lo despertamos de tal manera que llegó a la universidad, quiso ser abogada y pensaba que esa especialidad solucionaría muchos casos como el suyo.
Seguimos en contacto pero espero seguir con mi labor en casos parecidos y que gran parte de ELLAS puedan acabar llevando los VAQUEROS con orgullo.
Pero lo más importante es que LÍA ya sonríe.
Ana Dilla Barberena
Criterio Liberal. Diario de opinión Libre.