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Nadie me ha podido aclarar que factor del ADN influye en esos cabestroides siempre dispuestos a destruir lo que se les ponga por delante
JAVIER DYSART
Nunca he entendido el comportamiento violento de algunos humanos, -bueno, más bien de ciertos humanocabestroides-, que aprovechan ríos revueltos de protesta para dar rienda suelta al instinto destructor que les hierve en las entrañas. Quizás es que tampoco he detenido mi curiosidad en averiguar estos salvajes comportamientos y, precisamente por esa indiferencia, nadie me ha podido aclarar que factor del ADN influye en esos cabestroides para destruir lo que se les ponga por delante.
En los últimos días hemos tenido oportunidad de visionar de forma cumplida este tipo de violencia en Grecia. Atenas ha sido el escenario central del caos. Y todo ello por la simple decisión de votar un plan de recortes para evitar la bancarrota del país. Intentar que Grecia funcione con el empuje de los propios griegos ha costado un auténtico caos en Atenas: más de cien agentes de policía heridos de diversa consideración y 54 personas hospitalizadas, entre civiles y policías; más de una docena de edificios quemados, entre ellos dos cines y varias sedes bancarias, incluido el edificio central del banco Alphabank, una comisaría de policía atacada, cristaleras de comercios rotas, mobiliario urbano arrancado y destrozado, 150 comercios y almacenes asaltados y saqueados.
Es legítimo que los ciudadanos manifiesten sus inquietudes y muestren sus desacuerdos contra medidas y decisiones que les afectan
Es legítimo y, a veces necesario, que los ciudadanos manifiesten públicamente sus inquietudes y muestren sus desacuerdos contra medidas y decisiones que les afectan. Las protestas se pueden escenificar a través de concentraciones, manifestaciones o huelgas. Se pueden exhibir pancartas de protesta, vocear consignas y corear pareados, pero siempre respetando la libertad y la integridad de las personas, respetando también los bienes materiales y, especialmente, de los responsables del orden. Los edificios, las instalaciones urbanas, las entidades y centros institucionales, los comercios, las lunas de escaparates y el resto de elementos que suelen ser objeto de las iras de los cabestroides, no tienen la culpa de las circunstancias que originan las protestas.
Los disturbios que se generan aprovechando movilizaciones, concentraciones, o manifestaciones, ni favorecen ni fortalecen las razones que provocan la protesta. Si los cabestroides tendrían que pagar lo que arrasan, los comportamientos serían muy distintos.