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Diario de un publicista
Comienzas la carrera de psicología o tal vez la de comunicación audiovisual. De siempre te han dicho tus amigos y familiares que eres un chico brillante, creativo como pocos. Al principio no lo crees demasiado aunque te gusta que te reconozcan y apoyen. Así pasan unos años y terminas de estudiar. Ya eres licenciado, estás entre la élite sabia del país y ahora podrás mirar a tus semejantes desde lo más alto sin ningún pudor.
No obstante ¡Qué equivocado estás! ¡No caminas derecho!. Pese a toda la teoría que te han metido a presión en tu ajustada cabeza de lince no tienes ni idea de por dónde empezar. "Tal vez no sea tan listo" llegas a aceptar pero tu familia nuevamente te llena la cabeza de pájaros: un Máster a Buenos Aires. Han leído que es la mejor escuela de publicidad del mundo y tú vuelves a ser el amo del universo.
Ahí sí que aprendes la práctica. Dejas a un lado conceptos, términos, croquis y proyectos ficticios para aprender trabajando en el día a día. El sacrificio de tu gente da sus frutos y ahora sí que puedes denominarte "publicista".
A la vuelta cuesta re-adaptarse y arrancar. Te lo tomas con calma pero Mamá tiene contactos y sin darte cuenta estás de lleno en una entrevista que para colmo te ha salido perfecta. A la semana estás trabajando en un gabinete de estos modernos y coloridos, bajo el mando de un jefe joven y cordial que sin duda alguna ha recorrido un camino semejante al tuyo. No te toman muy en serio en los comienzos. Eres el nuevo y nadie te dirige la palabra. Además, todas tus ideas, aunque buenas bajo tu punto de vista, no son ni tan siquiera comentadas. Pasan las semanas y, cuando ya comprendes como funciona la oficina modificas tus proyectos ajustándolos a lo que quieren escuchar este atajo de carcamales de apariciencia joven y triunfadora.
Finalmente tu sueño se hará realidad. Estarás en casa con Papá y Mamá comiendo paella y podrás decir emocionado: "mirad, mi anuncio". La cara de ellos hará el resto. No hará falta respuesta. No se creerán que todos estos años de duro trabajo y sacrificio, de aprendizaje y gastos haya desembocado en ese asqueroso, insultante y mediocre anuncio. Creerán haber perdido el tiempo contigo y se arrepentirán de no haber tenido un cerdo en vez de un hijo. Ellos (tus padres) da la casualidad de que ya en innúmeras ocasiones se habían hecho la dichosa preguntita ¿pero quién coño hace estos anuncios?. Ahora ya lo saben. Lo tienen sentado a la mesa con gran orgullo. Un señor muy preparado, con traje, corbata y un aspecto eternamente joven al que, sin embargo, se le han esfumado todas las ilusiones de antaño.