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Europa está ante una encrucijada histórica en la que se decidirá el futuro común. ¿Lograremos dar una respuesta conjunta a la crisis financiera y monetaria, oponiendo reglas a los desencadenados mercados financieros? ¿Conseguiremos, desde la crisis, desplegar una nueva dinámica para una mayor integración europea? ¿O permitiremos, por el contrario, que Europa se deje desmembrar por los mercados financieros, con el peligro de que revivan antiguos nacionalismos y de que Europa se sitúe a sí misma en un limbo político y económico?
Estamos ante un cambio de época. La era del radicalismo del mercado y del neoliberalismo está tocando a su fin. Sus paladines están antes las ruinas de sus propias teorías. Durante casi 30 años han predicado que solo la libertad de los mercados posibilitaría el progreso de la sociedad. Esa fue la doctrina dominante en la política y en la llamada ciencia económica. Todo esto se ha derrumbado con estrépito con la crisis financiera de 2009. Los mercados liberalizados y desregulados no han trabajado de forma eficiente, sino todo lo contrario. Quienes difundieron estas fatales creencias en el mercado no eran siquiera economistas, sino teólogos. Han anunciado dogmas de fe y defendido intereses bien concretos, que estaban más allá del bien común.
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