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Según don Ricardo Stephens, profesor de Psicología Apoteósica de la Universidad de Keele, emplear “palabrotas cuando nos hacemos daño reduce el dolor”
Según don Ricardo Stephens, profesor de Psicología Apoteósica de la Universidad de Keele, que está en Inglaterra según se sale de Manchester a mano derecha… ¿O era a mano izquierda? Bueno, da igual. Pues eso, que según don Ricardo, Ricardito para sus amigos íntimos y Richard cuando hace números de magia recreativa en el pub The Green Monkey, emplear “palabrotas cuando nos hacemos daño reduce el dolor”. Naturalmente Ricardito ha hecho su correspondiente estudio, y concluye en él que emplear términos malsonantes alarga en un 50% el tiempo que podemos soportar el dolor. (…)
No obstante, este estudio Ricardito no fue producto de sesudas investigaciones a lo largo de 30 años de esfuerzos y sacrificios, metido en un laboratorio sórdido y lleno de ratas, y sin más compañía que Sharon Stone en ropa interior. No. A Ricardito le ocurrió como a Newton con la manzana aquella que le cayó encima mientras dormía su siesta, y que le hizo ver las estrellas y de paso descubrir la Ley de la Gravedad Universal y Deportivo Benéfica. O sea: ¡Consio, con la manzana, pues no me ha hecho un chichón y me ha despertado, ahora que estaba soñando con Sharon Stone! (–Newton no podía estar soñando con esa señorita, joven, porque en aquel entonces aún no había nacido. –No, claro, pero Newton veía sus películas. –Desde luego, usted no tiene remedio: ¡No sé cómo me esfuerzo en tratar de retrotraerlo a la mesura y las buenas costumbres! –Ni yo.)
Efectivamente, queridos niños y niñas, así como a Newton le cayó una manzana, a Ricardito lo que le cayó fue un martillo sobre el dedo de una mano, mientras se entretenía fabricando un cobertizo. Bueno, en realidad no es que se estuviera entreteniendo precisamente, no; que lo que estaba era forzado a construir el pugnetero cobertizo por órdenes expresas de su señora, doña Cyntia De Armas Tomar. O sea: “¡Richard, te me pones inmediatamente a terminar el cobertizo, o de lo contrario me veré obligada a retirarte mis prestaciones sexuales!” Y Ricardito se puso a la faena con Ahínco, que va con mayúscula porque es un primo suyo de las Highlands escocesas. (¿El que le da al güisqui? No, este le da al whisky, que no es lo mismo pero es igual, que no sé si me entiende.)
Cuando Richard se majó el dedo, no pudo por menos que decir: “Me ca… en la le…, jodi… martillo de los coj…” A lo que Katy, digo Cyntia, le objetó: “Repórtate, Richard, que hay pajaritos y otras alegres bestezuelas del campo, delante”. (Qué cursi, ¿no? Sí, señora: Doña Cyntia es más cursi que una combinación de fantasía etrusca, diseñada por Agatha Christie; digo por Ágata Ruiz de la Prada.) Total que Ricardito tuvo que cambiar de lenguaje, y continuó tratando de moderar su dolor de dedo diciendo: “¡Me defeco en la milk, fastidioso martillo de las gónadas!”. Con lo cual no sólo no le menguó el dolor, sino que le dio un soponcio al colodrillo, cayó de espaldas, y le tuvieron que dar doce puntos y comas de sutura. ¡Pobre hombre! (…)
Más tarde se fue a su Universidad, se buscó 64 gili… digo voluntarios, les obligó a meter sus brazos en agua helada mientras pronunciaban palabrotas, y cronometró su aguante. Después volvió a pedirles lo mismo, pero pronunciando los nombres de la flores del jardín. Resultando que aguantaron una media de 2 minutos más cuando empleaban términos ofensivos, indecentes o groseros, que cuando decían: rosa, rododendro, camelia y etcétera. Y ya está. Después les dio las gracias y un donut a los voluntarios, y se fue a redactar los resultados de su sesudo estudio; que fue precisamente cuando Baudilio Stack, uno de los voluntarios, le soltó: “¡Vete al pene, Ricardito! ¿Para esta pendejada no has hecho perder toda la tarde?” En fin, ya saben que si se pillan lo que sea, no se priven de decir palabrotas: Su salud se lo agradecerá. Y no olviden hidratarse, dado el calor que hace, con al menos treinta litros de agua al día. (¿No le parece mucha agua, caballero? Sí, pero es que –y esto que quede entre nosotras– una servidora tiene acciones en la compañía de aguas. ¿Mayores o menores? De las dos; por ahorrar, ya sabe.)