Ningún criterio tradicional es adecuado hoy para definir a los sectores sociales. En el caso de la clase media, sería injusto no tener en cuenta el capital cultural y psicológico que se esfuerza por preservar.
Una consultora de mercado está definiendo a la clase media como aquel sector que simultáneamente tiene celular, prepaga y acceso a Internet. Más allá de la brutal simplificación, parece evidente que hoy necesitamos parámetros nuevos para definir a la clase media.
—Está claro que necesitamos un sistema de medición más adecuado. Pero déjeme decirle antes que desestimo a todos los que intentan definir una clase por lo que consume. El tema es infinitamente más complejo.
- ¿Por qué? —Porque, tradicionalmente, uno —yo, por lo menos— parte de las formas de inserción en el mercado de trabajo, que es una de las formas que realmente da inserción en el mundo social. A partir de esa posición en la división social del trabajo, uno estudia cuál es la relación con el nivel de ingresos, que está asociada con el nivel de educación, con el nivel de consumo en general y con el consumo cultural. Hasta hace unos años, había coherencia en la forma de constatar que una forma de inserción laboral se correspondía con tales otras formas en lo cultural, en lo educacional, en lo simbólico, en lo social. Eso desapareció; ya no existe esa coherencia previsible que había entre lo que era la inserción en el mercado de trabajo y el resto de comportamientos de clase.
- ¿Cuáles son los rasgos ‘incoherentes’ actuales? —Ahora, entre lo que antes se rotulaba como clase media, hay desocupación, hay empleo en blanco precario (los que están por contrato), hay trabajo en negro, personas que no están registradas en ningún lado, etc., etc. Esto implica que hay ingresos que no son previsibles en función de la ocupación que se desempeña.
- Tampoco es previsible, me parece, saber si la educación recibida asegura un buen lugar social. —Es que ha habido algo que para mí es extraordinariamente importante en todo lo que ha pasado respecto de la clase media: la devaluación de las credenciales educativas. Ya lo sabemos: la educación ha dejado de ser un canal de ascenso. Por todo esto, no sirve adoptar la óptica tradicional para medir a los que integran hoy la clase media.
- En principio, parecería que muchos que hoy no están en el mercado de trabajo siguen siendo, sin embargo, de clase media. ¿Cómo se puede corroborar esa intuición? —Hay formas de identificación cultural y consumos estrictamente de clase media. Por ejemplo, las relaciones sociales, lo que se diría el capital social; las relaciones culturales, lo que sería nivel de educación y consumo cultural. Hay algo clave —voy a citar a Bourdieu—: el capital simbólico, o sea, el reconocimiento de los otros respecto de la legitimidad que tiene la posesión de capital económico, cultural y social. Usted me podrá decir, con razón, ¿cómo voy a medir algo tan inasible como el capital simbólico?
- Le haría una pregunta diferente: ¿cuánto tiempo se sostiene el capital simbólico, si no está acompañado de un trabajo decente y una inserción económica y social que tradicionalmente hayan sido de clase media? —No lo sé, porque lo que usted marca es lo que realmente nos está pasando y habrá que ver cómo queda diseñada la clase media finalmente. No es una novedad: en la estructura social ha habido, desde el ajuste de 1998, un terremoto que desubicó todo lo que aceptábamos como nociones de inserción y de ordenamiento de la estructura social. Pero quiero contestar su pregunta: seguramente no está dada para siempre la relación entre el reconocimiento simbólico del resto de la sociedad y el capital económico que uno puede tener.
- El INDEC dice que sólo el 10% de los ocupados tienen salarios mayores a 1.500 pesos. ¿Cómo se puede mantener el capital simbólico, cultural y educativo correspondiente a la clase media con ingresos menores? —¿Sabe qué pasa? Todo se cayó, no sólo la clase media. También se cayó la clase obrera estable y también se cayeron los que antes llamábamos marginales. Entonces, cuando todo se cae, el concepto de medianía necesariamente tiene que cambiar. Por todo esto, si tuviera que definir hoy a la clase media, primero vería cómo es la inserción ocupacional; después, el nivel de ingresos; después, el consumo cultural; después, el patrimonio; después, el capital de relaciones sociales que posee la familia; después, los comportamientos de la organización familiar.
- ¿Cuáles, específicamente? —Me refiero a la cohabitación, la contractualización de las relaciones de pareja, es decir, ya no la sanción institucional externa de la relación entre hombre y mujer sino la contractualización personal entre dos —’vos y yo hacemos un contrato todos los días a la hora del desayuno y seguimos o no seguimos, pero no viene nadie a poner un sellito’—; los hijos extramatrimoniales, el número de hijos que se tiene. Y en todo esto, para mí hay una cosa que sí ha sido como el núcleo duro del descentramiento de lo que fue la Argentina, que es la imposibilidad de tener un proyecto de vida. Me refiero a que uno nace, se cría en cierto medio, sabe que si estudia va para allá; si no estudia y el papá tiene un negocio va para allá; si estudia mucho, aunque sea de clase obrera, a lo mejor puede subir un poquito… Hasta hace poco, había formas posibles de proyectar la vida. Y en la Argentina eso tenía que ver fundamentalmente con la posibilidad real de movilidad social ascendente.
- Pero la reformulación de la familia no ocurrió sólo dentro de la clase media… —No, les ocurrió a todos, pero a distintos ritmos. Lo que tiene de específico en la Argentina esta cuestión es la incorporación de las clases medias a comportamientos que antes eran propios de las clases populares. Piense en el uso de cierto vocabulario. Lo que antes se llamaba concubinato, ahora es vivir en pareja. Nadie habla ya de hijos ilegítimos, sino de extramatrimoniales. Lo más sintomático, desde el punto de vista social en la Argentina, es que fueron las clases medias las que se incorporaron más rápidamente a estos cambios de comportamientos en la organización familiar. Esto fue propio de todos los estratos sociales, pero se dio mucho más rápidamente en las clases medias urbanas.
- Ese terremoto social, como usted lo llamó, ¿puede haber arrasado incluso con la imagen o la conciencia de clase que cada individuo tenía de sí mismo? —No, eso que antes se llamaba autoidentificación de clase creo que aún queda en pie. Los que venimos de una tradición más economicista, siempre criticábamos: ‘Cómo, este señor es un pobre de solemnidad, pero él se siente de clase media; entonces, ¿lo ponemos en la clase media?’. Ahora creo que esa autoidentificación es un elemento revelador. Porque en ella está jugando una cosa fundamental, que es su trayectoria. Es decir, cómo llegó a ser pobre; cómo llegó a desclasarse de lo que antiguamente se llamaba clase media, o cómo llegó a mantenerse ahí. La trayectoria es lo que sería importante para conocer bien, por ejemplo, cuál es la composición de las clases.
- ¿Por ejemplo, para saber si la decadencia puede llegar a ser irreversible o si la persona tiene herramientas en su capital para salir a flote? —Exactamente. Usted habla de irreversibilidad y me acuerdo de una viejísima película de Pepe Arias: ‘Rodríguez, supernumerario’.
- ¿Por qué? —RodrÃguez era un empleado público, al que le renovaban periódicamente el contrato, pero no entraba nunca en la planta permanente. Es decir, no tenía la estabilidad del empleado público, que es uno de los rasgos definitorios de la formación de la clase media administrativa. Muchos años después, un sociólogo de prestigio mundial como Robert Castel define a la globalización como un modo de producción del capitalismo que produce supernumerarios. Y me llamó la atención que una palabra de una película netamente popular —que marca la falta de inserción estable— reaparece en alguien como Castel para caracterizar un modo de producción a nivel mundial. El problema, hoy, es saber si el individuo tiene la capacidad de salir de ser supernumerario en el mundo globalizado. Si tiene la posibilidad, con los recursos que trae de antes, de salir de esta situación en la que lo pusieron ahora. La trayectoria es la gran herramienta que hace la diferencia.
Fuente: Sociologosplebeyos.com