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El misterio de la vida está en una doble tendencia de fidelidad a sí mismo y de servir al otro desde la dependencia. Uno y otro, el ritmo personal y el gesto de comunicación se sitúan fuera de la historia, más allá de lo psicológico y, de cierta manera, en oposición a lo social
En estos tiempos en que el tiempo parece reducir cada vez más nuestras expectativas de vida, en que la zozobra se impone sobre la certeza, y nuestra preocupación inmediata radica en alcanzar el siguiente día, ahora que las amenazas apocalípticas nos impiden tener una meta concreta, “cercana y nada metafísica sino visible”, ahora que para nadie es fácil ni simple confiar y esperar, y cuando la fortaleza social del ser humano está puesta a prueba, debemos apostar por la permanencia del hombre como tal, es decir como un ser que entre sus necesidades urgentes se encuentra, entre otras, llenar vacíos, huecos formados por la desatención a lo que le es en esencia.
Lo que somos en la actualidad está compuesto de encuentros humanos, de accidentes de todo tipo, de nuestras miserias y nuestros éxitos, pero también, en un grado inapreciable, de los errores que como individuos y como comunidad hemos cometido. Cada uno de nosotros está librando, en estos momentos, una lucha contra sí mismo, es decir contra sus miedos, su autoestima, lo que hemos tejido a lo largo de nuestra vida, pero también contra lo que heredamos, contra lo que demandan nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestros sueños.
El misterio de la vida está en una doble tendencia de fidelidad a sí mismo y de servir al otro desde la dependencia. Uno y otro, el ritmo personal y el gesto de comunicación se sitúan fuera de la historia, más allá de lo psicológico y, de cierta manera, en oposición a lo social.
Sin ideas y sin imaginación, los vacíos se vuelven el colmillo de las enfermedades mentales, la violencia, el suicidio
Lo que quiere ser comunicado, y lo que engendra el acto de comunicación. El deseo de comunicar no sería tan intenso si no tuviera que ver con la necesidad de construir en el otro una versión que no se corresponde con la versión que tenemos de nosotros mismos. Y al mismo tiempo, no puede definirse de primera instancia y escapa a la comprensión hasta el momento preciso en que, convertido en forma y por eso asimilable, se vuelve contra su creador.
Sin ideas y sin imaginación, los vacíos se vuelven el colmillo de las enfermedades mentales, la violencia, el suicidio. Estábamos acostumbrados a una estructura que si bien no nos llevaba a ningún lado no nos provocaba ruido. Es tiempo de acercarnos al otro de manera distinta. Se necesita, claro, trazar una ruta sensible a las circunstancias actuales. No el aumento de la miseria social.