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Un rumano de vasta cultura -biólogo, tocaba el chelo, hablaba seis idiomas y tenía talento para el dibujo- pero quien al final del día no era más que un jovencito buscando su sitio en el mundo. Llegó a los 23 años a EE.UU., para hacer los decorados del pabellón que representaría a su país en la Feria Mundial de Nueva York, de 1939. Nunca volvió.
Instalado en el epicentro artístico del mundo, Racz se convirtió en pintor. Para vivir, consiguió una bodega abandonada en el barrio de Harlem y comenzó a asistir al taller de grabado de Stanley William Hayter, el lugar que por eso días aglutinaba a la gran cantidad de artistas llegados de todos lados del mundo. Allí coincidió con Joan Miró, Pablo Picasso, Jackson Pollock y Henry Morre; dio rienda suelta a su talento para el dibujo y grabado, y aprendió la ténica del aguafuerte.
En el taller conoció a la avanzada chilena que también buscaba su oportunidad en Nueva York: Roberto Matta y Enrique Zañartu, con quien sobre todo hizo amistad. Esos fueron los primeros lazos que Racz hizo con Chile, país al que se uniría sentimentalmente.
En 1946 el rumano se casó con la soprano chilena Teresa Orrego, hermana de su amigo, el compositor Juan Orrego Salas, y tuvo tres hijos, Andrés (fallecido en 2011), Simone y Constanza, quienes, después de 20 años de la muerte del artista, están a cargo de su legado.
Hace sólo un par de años las herederas lograron rescatar y traer a Chile, desde unos depósitos en Maine, EE.UU., las cerca de 3.000 obras de su padre. Una selección de ellas se exhibe por primera vez en el país: son poco más de 80 grabados, pinturas y dibujos, que se reparten entre el Centro Cultural de Las Condes y Fundación Itaú, con apoyo de Fundación ProCultura. André Racz, un maestro por descubrir es la primera antología del artista, quien tuvo una sólida carrera en Estados Unidos: fue decano de la Escuela de Arte de la U. de Columbia, ganó las becas Fullbright y Guggenheim, y sus obras fueron adquiridas por museos como el MoMa y el Whitney Museum de Nueva York. "Estamos recién comenzando a quitar el velo de lo que fue su obra. Vivió la posguerra en Nueva York, el lugar donde las figuras del arte más influyentes llegaron. Racz las conoció y se codeó con ellas, desde la coleccionista Peggy Guggenheim hasta el crítico Robert Danton y el historiador Meyer Schapiro. Sin embargo, para un artista como él, que eligió la docencia, consagrar su obra al mundo público era muy difícil. Quizás esa elección fue la que dejó su trabajo en secreto", dice la historiadora Carolina Abell, quien por más de una década estudió la obra de Racz, curando la actual muestra y escribiendo la primera antología: André Racz, línea del horizonte, editado por Pehuén y ProCultura.
Las obras de la muestra reflejan la evolución artística de Racz y las técnicas que manejó: el grabado, la tinta china, el óleo y la acuarela. Además se exhibe un microdocumental sobre su vida dirigido por Macarena Correa y se recrea su taller en Nueva York, usando su propia imprenta, atril, muebles, frascos de tinta y otros objetos personales, que llegaron en barco junto con las obras. "Fueron 1.780 kilos de peso que ahora recién comenzamos a descubrir", dice su hija Simone.
En un rincón del mundo
Más que lazos laborales, Racz hizo duraderas amistades en Chile. Una de ellas fue con Carmen Silva, artista y musa de la generación del 50, quien presentó al rumano con Carlos Faz, malograda promesa del arte chileno, que también pasó por Nueva York y murió ahogado en el río Mississippi a los 22 años. Los dos artistas viajaron juntos a México y se separaron sólo días antes de que el chileno muriera. Racz le escribió una elegía que Carmen Silva atesoró. "Son fascinantes las conexiones artísticas de la época. Racz fue amigo de Nemesio Antúnez e hizo talleres en Chile, donde fue maestro de Hugo Marín y Ricardo Yrarrázabal", dice Carolina Abell.
Sin embargo, el rumano de origen judío, pero convertido al catolicismo en los 50, volvió a EE.UU. Se casó con la norteamericana Claire Enge, quien moriría en un violento accidente de auto, en 1983, dejando al artista devastado.
Eso sí, Racz nunca dejó de estar preocupado de sus hijos. "Fuimos cercanos sobre todo en los últimos años, estaba viudo y bastante solo y empezamos a pensar en traer su obra a Chile. Nada de eso resultó", cuenta Simone Racz. "De a poco entendí su lejanía, su pasión por la docencia, que yo también tengo; sus alumnos fueron sus hijos", dice la ceramista, quien además dirige la Escuela de Artes Aplicadas Oficios del Fuego.
La muestra en Las Condes explora los temas que fascinaron a Racz, siempre conectados a la naturaleza, al paisaje y a la vida cotidiana. "Fue un maestro del dibujo, que con cinco líneas logró llegar a una síntesis total de la figura. Se acercó al expresionismo abstracto e incluso veo ciertas relaciones estéticas con las obras de Jackson Pollock y Francis Bacon. La diferencia es que Racz nunca se rigió por las leyes del mercado, se quedó al margen de eso. Fue antes que todo un hombre de taller, un profesor, un obrero de la imagen", concluye la curadora.
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